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“La historia conduce a los hombres que creen conducirse a sí mismos, como individuos y como sociedades, y castiga sus pretensiones de modo que la historia-mundo se burla de ellos produciendo resultados exactamente contrarios, paradójicos, a los pretendidos por sus autores, aunque finalmente la historia se reordena y, en un bucle fantástico, retrocede sobre sí misma.”

(Hegel)

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El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
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El embajador de un país comercialmente muy importante para la Argentina, que no simpatiza con el Gobierno por las trabas a las exportaciones de su país, se ofuscaba con igual fervor por lo que para él son contradicciones del periodismo, la oposición y los antikirchneristas, que a sus ojos contribuyen tan poco como Moreno a generar una imagen de país serio. “¿Por qué si se la pasaron años criticando los subsidios y sus consecuencias –pregunta–, ahora que el Gobierno los quiere reducir cuestionan el costo que eso tendrá para la población?”

En una columna de la revista Veintitrés, el filósofo Forster se quejaba del periodismo y de la oposición, que aprovechó el accidente del tren en Once para criticar al Gobierno, pero que no tiene ninguna voluntad de debatir profundamente el costo que tendría mejorar los trenes. Es cierto. Muchas veces los partidos de la oposición y el propio periodismo (las responsabilidades no son comparables) actúan con los mismos modos maniqueos del kirchnerismo, haciéndole empatar los debates de fondo al Gobierno porque exhiben la misma carencia de superioridad moral.

En un antológico reportaje en el exilio, Perón explicó su visión de la composición de la sociedad argentina por clases y grupos de interés. Cuando se le preguntó sobre cómo se interrelacionaban esos sectores con el peronismo, Perón respondió: “¿Cuáles son peronistas? Ah, peronistas son todos”. Y se podría agregar: “Incluso los que no votan al peronismo”.

Y aunque no lo piensen así los antiperonistas, es más fácil creer que no fue Perón quien por su sola acción cambió la cultura argentina sino que, al revés, fue él quien se aprovechó de ella. Y su principal argucia fue entender la esencia que unificaba la argentinidad y satisfacerla. Sin pretender –como sí lo hacían los partidos tradicionales de inspiración europea– adaptarla a los modelos internacionales, ya sean conservadores, liberales o socialistas. Trabajar con lo que es, con lo que hay, y no con lo que debería ser o haber.

Convertir el peronismo en un genérico; es decir, “peronismo es la manera argentina de practicar la política”, ayudaría a comprender por qué –a pesar de que en la superficie se los trate de explicar como antinomias– existe gran cantidad de similitudes entre el kirchnerismo y el menemismo, entre el kirchnerismo y Clarín, entre el kirchnerismo y el macrismo y, aunque nos duela reconocerlo, que haya genes propios hasta en la dictadura.

Las diferencias entre el kirchnerismo y estos otros actores políticos se concentran en lo estético; las similitudes, en lo ético. Entendiendo lo ético no como una idea de sublime perfección moral, sino como aquellos comportamientos considerados aceptables por una determinada sociedad en cada época.

Por ejemplo, la hipocresía como resultado de la urgencia justificada por la extraordinariedad perpetua. Es decir, los actores no defienden ideas que se sostienen a lo largo del tiempo, o sea principios, sino que se adaptan con plasticidad al argumento que más les convenga para herir al contrincante, sin sentir vergüenza ni pudor por sus contradicciones ya que la idea de la legítima defensa, cuando su supervivencia se encuentra amenazada (siempre), los justifica. Nunca estamos en una época normal, todo el tiempo en una extraordinaria, recurso que permite que la hipocresía sea una ética utilitarista.

Así, los opuestos de ayer son aliados de hoy y vuelven a ser opuestos del mañana. Hoy es lo único que cuenta. Y los argumentos se deslizan como en una pista de hielo porque “se está de un lado o se está del otro”.

Otro ejemplo que se agrega al de los subsidios, mencionado por el embajador, se repite entre muchos de los que durante años fueron los más críticos a la pasividad del Gobierno ante las protestas sociales que cortaban avenidas, rutas y hasta puentes, pero que a la vez se sumaron a quienes más se indignaron cuando se supo que miembros de la Gendarmería –con una patética planilla en la mano– hicieron inteligencia entre los trabajadores de una empresa que podrían cortar la Panamericana.

Lo que también se debería criticar es la hipocresía del kirchnerismo, que se enorgullecía de diabolizar la palabra represión cuando sabía que era una herramienta inevitable frente a determinadas circunstancias en el ejercicio del gobierno (lo mismo que inteligencia, bien y legalmente hecha). Basta sólo con imaginar qué sucedería en las democracias de Europa o Estados Unidos si los Indignados no estuvieran contenidos dentro de ciertos límites por las fuerzas de seguridad. El caos que sería si cortasen un solo túnel o puente de acceso a Nueva York, por ejemplo.

Volviendo a lo económico, lo que se debería criticar es la hipocresía del Gobierno de haber defendido los subsidios generalizados con el fin de esperar hasta después de las elecciones, cuando la oposición le advertía las distorsiones que se estaban produciendo.

Pero en lugar de criticar la hipocresía, no pocos actores responden con la misma hipocresía. Otro ejemplo, y la lista sería interminable, es cuando la Presidenta se coloca al frente de la negociación sindical con los maestros, sabiendo que el porcentaje de esas paritarias arrastrará a todas las demás, y enviando una señal de que será dura, dice que trabajan cuatro horas por día y tienen tres meses de vacaciones. Los opositores de derecha que ahora la corren por izquierda se alegran por lo políticamente incorrecto de la frase o festejan a Moyano, siendo ellos mismos quienes se quejaban –con razón– porque no podía haber todos los años aumentos laborales en dólares del 20%.

Lo mismo sucede con buena parte del periodismo, tanto del “hegemónico” como del militante: se critica lo que antes se pedía, luego se defiende lo que antes se criticaba. Que se distribuyeran los dividendos y no se los reinvirtiera cuando eran de Techint; que se los reinvierta si son de YPF (ahora), cuando lo bueno era que se los reinvirtiera siempre.

Se responsabiliza a Maquiavelo por haber hecho de la política una técnica separándola de la ética. Todas las actividades humanas viven la tensión entre lo que se es y lo que se debería ser. Lo humano es naturalmente imperfecto. Pero hay grados de imperfección. Y el mejor indicador de que se cruzó la frontera es la carencia de vergüenza y pudor.

Un colega editor, con aquel argumento de que “se está con el Gobierno o se está contra él”, me decía que PERFIL comunica desde un “no lugar” o un “no país”, porque no existe esa Argentina antidemagógica que se permite la libertad de aplicar la misma vara al Gobierno de la Ciudad que al Gobierno nacional. Aquí, si no se es kirchnerista hay que aplaudir a Macri (o hace un año a Duhalde).

Es cierto, la mayoría se aglutina entre los que se odian entre sí con igual ímpetu. Pero el periodismo tiene que ver con la actitud crítica generalizada, a ambos, y se parece más a aquello que Foucault decía sobre que “cuestionar es ir hasta el núcleo vacío donde el ser alcanza su límite y donde el límite define el ser”. En el límite que separa a los que se odian, entre ellos, ahí está el ser de PERFIL.