La Secretaría de Estado norteamericana eligió Asia como destino para su primer viaje fuera del país.
Un mensaje equivalente es el de George Soros: “Lo que haga China tendrá casi la misma influencia que el presidente Obama en el futuro de la economía mundial, y las relaciones sinoestadounidenses serán las relaciones bilaterales más importantes del mundo”.
En los últimos veinte años, en la Argentina hemos hablado mucho de la emergencia de Asia y de China. El volumen de comercio con el área ha crecido por arriba del promedio con el resto del mundo, e incluso se han verificado inversiones de importancia en actividades manufactureras y de servicios. Sin embargo, los patrones de intercambio y de inversiones han estado muy atados a un esquema “tradicional” de exportación primaria, importación de bienes industriales e inversiones en procesos extractivos mineros o de armado local de bienes de consumo durables.
China ha emprendido una búsqueda de fuentes de aprovisionamiento de ciertas materias primas e insumos necesarios para su producción industrial y, en el caso del sector agrícola, para reemplazar crecientes pérdidas de áreas cultivables y de recursos hídricos. En los últimos cincuenta años redujo premeditadamente su área sembrada de soja en casi un 30 por ciento, en favor de cultivos de mayor valor agregado unitario o menos agua-intensivos.
Mientras tanto, la incorporación de unos 300 millones de campesinos a la sociedad urbana y la creciente riqueza de amplias capas de población han cambiado la dieta urbana. En 2008 por primera vez, China ha tenido un balance agroalimentario negativo.
Consecuencia del progresivo reconocimiento de las dificultades crecientes que enfrenta el modelo de autosuficiencia alimentaria de los 50, es su interés en el mercado mundial como abastecedor ya no marginal de la demanda interna.
Las perspectivas así abiertas son amplias, siempre que podamos poner en valor tanto la capacidad de negociación como de proposición necesarias para que la provisión de alimentos no sea entendida como la provisión de granos pura y dura. Se trata de pasar de un esquema de imbricación pasiva a otro de negociación creativa e interconectada. Disponiendo de un marco estratégico negociado por ambas partes, nuestras industrias frigoríficas, procesadoras de alimentos, de elaboración de vinos, y otros “produce” regionales podrían invertir en función de ciertas expectativas de mercado. Convenios largamente postergados de sanidad alimentaria que eliminaran barreras y arbitrariedades se implementarían. Nuestros productores encararían como sus pares de Australia, Nueva Zelanda, joint ventures de producción y comercialización, los organismos de investigación y soporte técnico convendrían objetivos de colaboración en investigación aplicada en biotecnología, procesamiento de alimentos adaptados al mercado oriental, y se podrían encarar inversiones conjuntas que cuidaran de integrar al máximo la cadena de valor en el país. El particular modelo de “socialismo con características chinas” es apto para acuerdos con gobiernos locales y municipales chinos que, a través de empresas propias y asociadas, manejan las cadenas de distribución y las grandes superficies.
En sus tratados internacionales, los chinos incluyen invariablemente los conceptos de “igualdad” y “beneficio mutuo”. A ellos habrá que apuntar, para que la Argentina pueda ser una de las respuestas a la cuestión “quién alimentará a China”. Compromisos respecto a no “primarización”, a aperturas razonables y vigiladas y a una ubicación equivalente en la cadena de valor por ambas partes, podrían formar parte de acuerdos en pos de ese objetivo.
Quizá sea hora de transferir una parte de los esfuerzos a la construcción de esa propuesta común donde confluyan producción primaria, agroindustria y Estado.
*Economista. Consejero económico argentino en Pekín y director general de empresas multinacionales en China.