El capitán Alsogaray, prócer gorila de los 60 y padre de una estrellita un poco insulsa, un poco ladrona, bregó durante quince años para que Buenos Aires mudase el Aeroparque a una aeroisla en el Río de la Plata. Seguro que detrás de su proyecto debió haber un plan de obra faraónica y pingües comisiones, costando tal vez más que el tren bala de Cristina. Por entonces la aeroisla habría costado tanto como El Chocón que hizo Macri padre, porque su primogénito nunca hizo nada. Pero si el viejo Alsogaray y sus socios hubiesen tenido el éxito de la dupla Ondarts-Macri, su heredera María Julia no se habría enchastrado con un robo menor, que –bueno es recordarlo– fue apenas uno de los dos o tres negociados que condenó la Justicia. Con alguna evocación de Kosice, otra del paso rasante de Le Corbusier por Buenos Aires y otra de ese orgullo del diseño naval y el deporte argentino que son los Germán Frers padre e hijo, nuestra aeroisla sería un monumento digno de mostrar como señal de que la Nación pudo crear algo en la segunda mitad de sus doscientos años de existencia. ¿Y si Alfonsín hubiese conseguido trasladar la capital a Viedma? Cuando lo anunció con el eslogan victorioso de “al sur, al mar, al frío”, todos lo que estábamos en uso de razón sentimos correr el frío por la espalda que rápidamente se volvía un cosquilleo seguido de una carcajada de burla: ¡qué iban a mudar los radicales si ni siquiera pudieron mudarse de los tres restaurantes donde les siguen sirviendo el pucherito de don Hipólito! Al “padre de la democracia” nadie le creyó, y nadie compró ni un lotecito en Viedma en las pocas semanas que duró la alharaca de la mudanza. Y si hubo alguien, más les habría valido comprar tierras fiscales en El Calafate que hoy valen quince veces más. Sin una Brasilia, una Tour Eiffel, ni un delta artificial como el de la próspera Qatar, me pregunto qué les mostrarán en la celebración del Bicentenario a las comitivas aterrizadas a la constelación de hoteles cinco estrellas que, gracias a los créditos blandos, el turismo del 3 a 1, y un poco al lavado de moneda, gravita entre Puerto Madero y Barrio Norte. ¿Mostrarán el Colón? ¿Qué Colón? ¡Pobres Cristina y Mauricio: si abren sus puertas brindando a compositores, autores, músicos, bailarines, maquinistas y cientos de empleados disconformes la oportunidad de ventilar al mundo lo que fue capaz de hacer un Estado bananero con sus bienes culturales! ¿Les mostrarán la ESMA? ¿Es un monumento nuestro museo de la memoria sesgada de los K? ¿Mostrarán a la señora Bonafini con tanto orgullo como estuvieron a punto de mostrar a Maradona y a Guevara en la Feria del Libro de Frankfurt?