El movimiento de la cabeza no se detenía, era insistente. Se movía en formato asertivo, en una mezcla de acuerdo e interés por la novedad que se escuchaba. La vicepresidenta, que tenía 50 mil dólares en efectivo en su casa, acompañaba a la reina Máxima en su conferencia de prensa sobre inclusión financiera y la necesidad de aumentar las cuentas bancarias para otorgarle mayor formalidad al uso del dinero. En este mundo, incluso el que comienzan a moldear Macri y su gobierno, todo también puede estar mezclado. En esa combinación indetenible se muestra lo maravilloso de la complejidad ilusoria de la sociedad.
Todas las sociedades necesitan imaginarse algo, y la imaginación es un atajo. El proceso que ejecuta la sociedad para vincularse con sus gobiernos requiere también de esas ilusiones, de la adaptación de evidencias insólitas a casos normales. La vicepresidenta se sienta a escuchar sobre el uso de dinero basado en nuevas tecnologías escenificando un interés para su público, que imagino observa asintiendo, igual que ella. El atajo se representa en evitar reflexionar sobre esa contradicción y reemplazarla por la ilusión.
Parece que los soviéticos, esos de la vida cotidiana, los no famosos, imaginaban el mundo desde sus cocinas, tal como lo cuenta Svetlana Aleksiévich. Un día tuvieron un espacio privado en sus departamentos, no compartido con vecinos, y comenzaron a imaginar. La imaginación necesita de la tranquilidad, sentarse a pensarla. Miro la televisión y la veo allí, sentada asintiendo sobre la necesidad de formalizar el uso del dinero, de educar a los sectores más vulnerables; está justo al lado luego de sus 50 mil dólares en efectivo, y entonces sentado, tranquilo, imagino y pienso que tiene un compromiso profundo con ese proceso de modernización bancaria.
En la era del diálogo algunos radicales imaginan que el presidente Macri tiene algo para decir sobre Hipólito Yrigoyen. La figura del primer presidente bajo la Ley Sáenz Peña no es importante, sino lo que se puede anclar sobre la imaginación del pasado que sobre este mismo es ejecutable. Lo llama “don Hipólito”, como un abuelo amigable de la democracia, y dice que “él creía fuertemente en la herramienta del diálogo, del consenso”, algo que no sale más que de su improvisación. Sentado tranquilo sobre mi imaginación, visualizo a los opositores de Yrigoyen apoyando la candidatura de Macri porque odiaban la extrema centralidad de aquel presidente y su falta de diálogo. Macri hablando así de Yrigoyen es el equivalente funcional de Michetti escuchando sobre procesos de bancarización.
Los episodios públicos invitan a pensar su relevancia. Pareciera que es importante, para el que gobierna, que sucedan, que ocurran, pero sin importar la naturaleza específica de su situación. Para la mayor parte del público los episodios de discursos son como una imagen con sonido intermitente. Al pasar, Macri habla del diálogo de alguien, y lo importante es que se hable de estar abierto a los acuerdos como oposición al pasado reciente. Con fotos y gestos se moldean la confirmación y el esfuerzo por seguir queriendo a quien gobierna.
Los opositores viven en el mundo con su lupa acusatoria. Revisan al detalle los gestos y las medidas y avanzan con velocidad por desentrañar los secretos del poder que sólo ellos logran ver. Usando esos detalles también absorben con la imaginación y diseñan lo oculto en forma de complot. La creatividad de la oposición suele ser más llamativa y entretenida que la de los gobiernos. Su rebeldía se basa en la necesidad de llamar la atención.
El radicalismo entregó el espacio de la conmemoración de su evento más trascendente a quien no lo conocía. El poder es también una ilusión mágica, tentadora. Si no se lo posee, se lo alquila por algunos años y se imagina que se está realmente allí. Los radicales asistentes al acto en la quinta de Olivos escucharon lo que quisieron imaginar.
Gabriela Michetti recibió al CEO de PepsiCo de América Latina tomando una Coca-Cola Light, el cual hasta ahora ha sido el gesto más revolucionario del macrismo desde su creación (el otro fue hacerle un chiste a Putin). Leído en general como una torpeza, puede ser imaginado también como una señal anticorporativa. Puede ser que la vicepresidenta esté en contra de las compañías y ésa sea una microseñal al respecto. Ya sabemos que en los bancos no confía mucho.
*Sociólogo. Director de Quiddity Argentina.