Para muchos en el actual gobierno, que se reconozca la multicausalidad de la inflación pareciera a veces una cuestión “fundamental”. Pero seguramente lo que entienden muchos acerca de la multicausalidad no es lo que otros entienden por tal cosa. Y veo que, en general, la idea de la multicausalidad es usada para soslayar el rol muy relevante que los desequilibrios monetarios (que se han correspondido con desequilibrios fiscales o cuasifiscales) han tenido en nuestra tan alta inflación.
Cuando pienso en multicausalidad, lo hago de la siguiente forma:
Los desequilibrios monetarios (exceso de oferta respecto a la demanda de base monetaria para una inflación nula) explican por sí mismos el “ambiente” inflacionario en el que nos movemos. Por ejemplo, en el trimestre que termina en octubre de 2021 (agosto/octubre) la base monetaria varió respecto al mismo trimestre de 2019 un 116%, el M2 un 181% y el IPC un 110% (promedio anual del 45%). El PBI se movió poco (el promedio agosto/octubre de 2021 versus el mismo período de 2019 nos está dando una caída del 1%). Sí, en cambio, habría aumentado mucho la demanda real de dinero (aunque habrá que esperar tiempo para un juicio definitivo, la caída anterior había sido muy grande, y además estuvo el efecto “pandemia-cuarentena”), que creció un 34% en estos dos años. La “contabilidad monetaria” nos dice entonces que la inflación varió (un 110%) por un exuberante aumento de la oferta monetaria (181%), parcialmente compensada por un aumento de la demanda monetaria (34%).
La enorme creación de dinero (por encima de su demanda) pudo haber “originado” la inflación, o podría haber sido una forma de “convalidar” la inflación existente (dinero pasivo). Para hacer simple un fenómeno más complejo, podríamos partir del siguiente razonamiento: consideremos la relación “normal” base monetaria/PIB (del orden del 7%) y el financiamiento del déficit fiscal (del orden del 3,5% del PIB en 2021). Es decir, que “de arranque” la “presión inflacionaria básica del déficit fiscal” se sitúa en el orden del 50%. De ahí en más habrá otras cuestiones, como ser la convalidación monetaria de: aumento de insumos internacionales, eventual exacerbación de la llamada “puja distributiva”, eventual monetización del déficit cuasifiscal o, por el contrario, absorción mayor vía Leliq (que baja la oferta de BM), compra de divisas (la parte no esterilizada que no se correspondiera con aumento de demanda de base monetaria), etc.
La “inercia” inflacionaria juega su rol: en países sin memoria inflacionaria, los mecanismos indexatorios son más “perezosos”. Y los “shocks” (por ejemplo: ahora la fuerte suba de costos logísticos y energéticos) impactan por menos tiempo en el IPC. En países con alta indexación (el nuestro), los shocks tardan más en absorberse y la inflación tiende a ser más alta por más tiempo.
El movimiento de la estructura de costos de la economía va dictando el devenir diario, semanal, mensual de la inflación. Básicamente, los costos del IPC lo constituyen el dólar, los precios internacionales, los salarios, los impuestos y los márgenes empresariales. Si, por ejemplo, los salarios explican el 40% del IPC y aumentan 5% anual en términos reales, en un “ambiente” (monetario) del 0%, el IPC tenderá a subir hacia el 2% (40% x 5%), y en un “ambiente” inflacionario del 50% probablemente hará que el IPC trepe al 53% (50% de inflación e indexación “normal” de salarios, más la suba real del 2%, es decir 1,50 x 1,02 -1). Nótese cómo el ambiente inflacionario más alto le agrega “más” inflación al mismo shock (3 puntos en lugar de 2).
Las devaluaciones, producto normalmente de desequilibrios de origen fiscal (sea déficit corriente, cuasifiscal, crisis de deuda pública y en variadas oportunidades de atrasos cambiarios originados generalmente también en desequilibrios fiscales), han sido un factor muy gravitante en los procesos inflacionarios. Por un lado, porque son un costo relevante en la estructura de costos del IPC. Por otro lado, porque han gatillado muchas veces procesos significativos de “huida” del peso (es decir, caída de la demanda de dinero). La hiperinflación de 1989 fue básicamente producida por un proceso de devaluaciones que generaron una estrepitosa huida del peso. También la reciente experiencia de 2018-2019 (gobierno de Mauricio Macri) consistió básicamente en un proceso de devaluaciones que gatilló una caída fuerte de la demanda de pesos. El desequilibrio entre oferta y demanda de pesos (aun con poca o nula creación de dinero), produjo/convalidó la altísima inflación del período.
Hasta aquí lo esencial de la multicausalidad. Ahora bien, cuando se argumenta que la inflación es producida por los “formadores” de precios (empresas grandes), ahí las explicaciones empiezan a derrapar.
Es bastante evidente que, en un ambiente de alta inflación, se pierde la noción del precio de cada artículo. Como no sabemos cuánto cuesta algo, ya que varía frecuentemente, y no tenemos tiempo de andar recorriendo la ciudad para ver dónde comprar más barato, terminamos pagando lo que nos dicen. Y en ese sentido, cada “oferente” de un bien se transforma en un “formador” de precios. El kiosco de la esquina, si le subieron hoy el precio de un chocolate 20%, por ahí lo remarca un 10%. El de dos cuadras más lejos, un 7%. Otro un 15%, y así. Todos se van comportando “oligopólicamente”, aunque sea un bolichito de “morondanga”. Los muy pequeños, los pequeños, los medianos, los grandes o los muy grandes. Existen encuestas en muchos países que permiten elaborar índices de “poder de fijación de precios de las empresas”. Ahora mismo, en Estados Unidos, en un ambiente más inflacionario, este índice ha estado aumentando, y genera preocupación. Pero esto es “consecuencia” de la inflación, no “causal” de inflación.
No hay evidencia de “aumento de la concentración”, y si la hubiera, el efecto en la inflación general sería seguramente insignificante. Por el absurdo, quienes se aferran a esta explicación (por deseos, sin ninguna evidencia científica) deberían concluir que con Menem bajó muchísimo la alta concentración económica que existía con Alfonsín (por la fuerte baja de la inflación), y que dicha concentración volvió a subir mucho con Néstor y Cristina (que llevaron la inflación del 5% al 25% anual).
Por otra parte, si la estructura básica de un mercado determinado es “oligopólica”, con baja o alta inflación, el precio de ese bien será más alto que si fuera un mercado competitivo. Eso haría que ese bien fuese más caro en Argentina que, por ejemplo, en Chile o Estados Unidos (si en tales países esos mercados fueran más competitivos). Pero serán más caros con baja inflación o con alta inflación. Eso no determina la inflación, no es causa de inflación, sino causa del precio diferencial de un bien en diferentes países.
En síntesis: gran parte de la inflación local es producida por la emisión monetaria que produce el déficit fiscal. Por lo cual es condición “necesaria” para bajar la inflación eliminar el financiamiento monetario del déficit fiscal (y como el riesgo país es exorbitante, hay que eliminar el déficit fiscal). Para completar las condiciones “necesarias”, habrá que estabilizar el tipo de cambio y lidiar con los mecanismos indexatorios. Si el gobierno quiere bajar la inflación, de esas cosas se debe preocupar. La agenda de la “competitividad” (en donde entra a tallar la cuestión de la “concentración”) va por cuerda separada. Es mejor entonces dejar de lado teorías “terraplanistas” y ver el mundo tal cual es. Y ponerse a trabajar.
*Director de GRA Consultora. Ex representante BCRA del ministro Roberto Lavagna.