En la anterior nota –en PERFIL del pasado 8 de noviembre–, aludimos a la posibilidad de arrimar un mayor horizonte de sustentabilidad y de visual inversora al repunte económico que se insinúa. Hablamos de una versión “intermedia” o de un “segundo mejor”, puesto que el exitoso modelo competitivo productivo de pocos años atrás se desdibujó y no hay intentos estrictos para reciclarlo. Por lo demás, las autoridades, no sin idas y venidas, abordan una hoja de ruta algo distinta, que enfatiza la “vuelta” a los mercados financieros mundiales.
El “segundo mejor” parte de las decisiones o intenciones traducidas por las autoridades. Les marca, sí, recaudos, que si bien no son incompatibles con aquéllas, le otorgan a las mismas un mayor encuadre. Acerca de todo esto, nos remitimos a la nota citada.
En la presente –y con el trasfondo de la visión de conjunto– se enfocará el tema de la inflación y de la llamada política de ingresos. Lo importante aquí, creemos, es no repetir el mismo grave error en que se incurrió en la bisagra 2007/2008.
Como se recordará, en 2007 comenzó la parafernalia en torno al INDEC y la “bifurcación” entre la inflación de los índices oficiales y la efectiva (incluida la lectura de índices alternativos). Salarios acordados a inicios de 2007, ante los acontecimientos, se reforzaron para compensar, con “bonos” de fin de año.
Ahora bien, dentro de service o adecuación modélica que proponíamos para ese entonces, como parte de un complejo de medidas, figuraban los capítulos atinentes a la fijación de una meta de inflación oficial –respaldada por un barómetro de inflación con su credibilidad saneada– y a una política de ingresos acorde.
Nada de esto ocurrió al arrancar 2008. No se determinó un objetivo de inflación o de inflación “esperada”, más las políticas pertinentes al caso, ni se saneó el barómetro. Entonces, para tomar un ejemplo, una variable clave como los salarios –sensible a la inflación y a las expectativas efectivas– operó vía un ajuste adaptativo. O sea: recogió inercias y expectativas del 2007, extrapolándolas y potenciándolas, en lugar de apuntar a una inflación esperada, como era lo aconsejable.
Un complemento, a modo compensatorio, lo fue el juego de los senderos de ajustes de precios ad hoc –bienes “premiun” y demás–, combinándose, en resumen, una serie de factores que alentaron una clara puja de ingresos pro inflacionaria (que, aunque suavizada, perduró durante la crisis). A la postre, como siempre se concluye aspirando a un ancla de la inflación, reapareció la idea, molesta, de tomar al tipo de cambio como ancla. Este enfoque prosperó hasta que la reciente crisis lo tensionó.
Aprendamos de los errores. Evitemos que las inercias y las expectativas de arrastre actuales, con su presión, establezcan la impronta de 2010, en lugar de que gravite una referencia de inflación esperada que las autoridades fijen como meta, respaldadas por compromisos de políticas y de los agentes económicos. La discusión salarial debería guiarse por ese marco, como así también el manejo de precios y de tarifas de los empresarios. Si en lugar de esto, prevaleciera el desborde, la toma de decisiones productivas se resentiría. Las propias finanzas provinciales podrían verse afectadas, sin descartar que se refuerce la tentación proclive a las altas tasas de interés y al uso del ancla cambiaria, con su mensaje de apreciación –dañando la competitividad aún aprovechable– y de castigo a la creación de empleo.
Naturalmente, es relevante que la meta de inflación esperada, quizás dotada de un suave rango, exprese cierto gradualismo declinante con relación a la inflación efectiva previa. Claro que todo esto es arduo de realizar si no se consolida un remate definitivo en favor de la credibilidad del INDEC. La cifra de inflación del 6% del presupuesto, luce atractiva como tal, pero flaca en credibilidad. Si se apuesta al “segundo mejor”, se impone un enfoque más realista y orgánico, con los pasos inexcusables citados en cuanto a la filosofía y a los instrumentos del asunto. Y, ¿cuándo se debe empezar? Fácil: ¡ayer!
*Economista.