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Ironía e inteligencia

Ocurre que la discreción es uno de los temas de la poesía de Wallace Stevens, reserva no exenta de ironía.

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En 1955 Wallace Stevens era vicepresidente de la Hartford Accident and Indemnity Company, una importante compañía de seguros. Ese mismo año murió y ese mismo año, obviamente unos meses antes, ganó el Premio Pulitzer por sus Collected Poems. La noticia salió en los diarios y en una reunión de directorio de la Hartford, alguien comentó: “Qué increíble, ganó el Pulitzer alguien con el mismo nombre que usted”. “Qué increíble”, respondió Stevens y cambió de tema. Ocurre que la discreción es uno de los temas de la poesía de Stevens, reserva no exenta de ironía. E.L. Revol, en la última página de la presentación que hace de Stevens en Poetas norteamericanos contemporáneos (Ediciones Librerías Fausto, Buenos Aires, 1976) llega a describirlo –tal vez en un exceso vitalista– como un poeta-clown: “En el fondo, él nunca se debió tomar del todo en serio los papeles que el mundo le asignó, el abogado consultor, el sagaz comprador de cuadros, el vicepresidente de una sólida compañía de seguros; y precisamente por ello los ejerció de un modo muy escrupuloso y complacido: como el buen fumador despide el humo de su habano”.

A veces pienso que la ironía discreta de Stevens aparece sobre todo en las citas que elige. Veamos un caso, en un ensayo llamado “Tres piezas académicas”, incluido en El ángel necesario. Stevens viene desarrollando su teoría de la identidad (“Tanto en la naturaleza como en la metáfora, la identidad es el punto de fuga del parecido”) y para ejemplificar su idea elige esta frase: “En Signature, decía hace poco James Wardrop: ‘La tarea de la prensa consiste en abastecer a un público limitado de un número potencialmente ilimitado de textos idénticos”. Luego la escritura –la argumentación de Stevens– continúa con la mayor seriedad y el rigor conceptual que caracteriza su estilo. La ironía –casi lindante con el chiste– reside en la elección de la cita. Como si en Stevens la ironía se jugase en el contrapunto entre el carácter denso, apodíctico, casi filosófico de la argumentación y el tono risueño de la cita. En la elección de la cita aparece ese plus de inteligencia que caracteriza a Stevens.

De hecho, la ironía –ahora no a la vista sino casi oculta– arranca en la introducción a la cita: “En Signature, decía hace poco James Wardrop…”. Poco antes había aparecido el número de la revista Signature de la que toma la cita (Signature, New Series, Número 14, Londres, 1952), información que Stevens no da (pero que es muy fácil rastrear, por ejemplo en el British Museum) y que refiere a una reseña de Wardrop a The Typographic Arts. Present and Future, de Stanley Morison. El libro de Morison arranca con la historia de la tipografía desde el origen de los tiempos, y la frase en cuestión de Wardrop es una digresión sobre los periódicos en medio de una larga cita sobre la tipografía en la época de la invención de la imprenta. Pues, para Stevens, entre la invención de la imprenta y la década de 1950 el paso del tiempo se mide en un “hace poco”. Quién sabe, tal vez tenga razón.

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Pienso también en cuánto hay de ironía, es decir de alta inteligencia y verdad, en sus citas evidentes a Freud (como “No tener es el principio del deseo”, dicho al pasar en el poema Debe ser abstracta, incluido en Notas para una ficción suprema) y en otros momentos de su obra.