Una leve ilusión para el domingo 25: los tres candidatos del sorteo electoral saben que el eventual triunfo lo determina el azar y no sus capacidades. Tal vez sirva para que en el próximo mandato se verifique menos vanidad ejercida, un abandono de la soberbia excluyente, discriminatoria, la culpa de una ajenidad odiosa y un defensivo encierro propio. El trío postulante, como nadie ignora, llega a la definición con mínimas distinciones numéricas (por la cláusula del 40% y la diferencia exigida de 10 puntos entre los dos primeros) más por errores que por aciertos, anunciando el paraíso perdido de Milton como si no fuera cierto el que publicitan los Kirchner por TV y cadena.
También invocan promesas y derechos de falsa ejecución, surrealistas, casi una réplica de un postulante uruguayo que en los 50 del siglo pasado a cambio del voto juraba que en los bebederos públicos saldría leche y que techaría las veredas para que nadie se mojara. Macondo ayer, Macondo hoy, mejor no aludir a lo incumplible para evitar sospechas de favoritismo periodístico (tan obvias ahora en los medios). Mientras, Daniel Scioli duerme con la duda de que si hubiera mostrado distancia del cristinismo con mayor anticipación no tendría las dificultades actuales para sumar; Mauricio Macri, al margen de sus histéricos devaneos con el peronismo y posibles pactos, habrá de admitir que si hubiera ido a una interna con Sergio Massa ya se estaría calzando la banda, y Massa, a su vez, confiesa haber abandonado un tesoro que no supo escriturar políticamente y que recupera ahora en parte, quizás con tardanza.
Tantos tropiezos personales los ubican en la rueda de la fortuna, en el destino o la suerte de una última semana determinante, en la que el bendecido (si no hay suspenso para una segunda vuelta) no podrá creerse, como Cristina, que Ella llegó por sí misma y no por obsequio de su marido y éste, a su vez, como por último imaginaba, que había sido elegido por sus condiciones especiales y no por un regalo de Eduardo Duhalde. Regalo tan mal agradecido y del cual, todavía, el ex presidente no halla consuelo siquiera en el diván de un psicólogo.
Así como la industria de la política aguarda una segunda vuelta –eleva la cotización de caudillos y dirigentes, permite saltos de una candidatura a otra que nunca son gratis–, Macri y Massa coinciden en el mismo deseo: uno porque supone desde hace tiempo que le sonreirá la suerte en la polarización, el otro porque las simulaciones de encuestas le garantizan que la polarización lo consagra. Paradojas inútiles sobre el voto útil: a uno le sobra lo que al otro no le alcanza. Y viceversa.
Scioli, en cambio, apuesta a la primera, ni quiere pensar en una segunda más engorrosa e inestable: de ahí que reparte ministerios a troche y moche, sube y baja gente de acuerdo con las contingencias. Se gastará los ocho días que restan en anunciar más designaciones. Aunque ya tuvo que desplazar como ministro del Interior al gobernador Paco Pérez, desde entonces llamado “Poco”, debido a que firmó una carta diciéndoles a los jueces que no les puede pagar el sueldo. Se disgustó Cristina (la confesión escrita revela que su modelo no es perfecto), citó al mendocino insolvente con espera colérica y, por supuesto, Daniel acompañó luego el apartamiento.
También separó a su hermano Pepe de cualquier alternativa en el resbaladizo rubro de Inteligencia: no quiere más controversias familiares en la complicada factoría de los Stiuso y Milani. Con ánimo de concordia, hasta es capaz de reservarle un lugar al funcional Parrilli (algo así como un ombudsman de los servicios), luego de prescindir de él en la jefatura. Quien avanzó varias líneas en el casillero es, dicen, Gustavo Ferrari, ex lugarteniente de Francisco de Narváez, postulante por lo menos a la Secretaría General de la Casa Rosada, un Zannini en ciernes. Hizo tareas apreciadas por el candidato, algunas relativas a la persuasión de periodistas para su franja (lo que ha exasperado a Macri, como si su gente no ejerciera las mismas prácticas).
Vacíos. Más de uno dirá que la coincidencia de los postulantes para anticipar teams y ministros obedece a una carencia de liderazgo: ocupan con otros el vacío que ellos manifiestan. Y, sobre todo, se entiende que algunas figuras aporten votos en el renglón económico y no sólo constituyan adornos atractivos. Por presencia, currículum, simpatía o versación, la mención de uno de ellos eliminará sin costo la inflación, el cepo, el desempleo y otras desgracias que padecen los argentinos. Un espejismo, por supuesto.
Massa logró unificar personería en Roberto Lavagna, mientras Macri evita nominar a su delfín por algún temor no declarado (¿Prat-Gay, Melconian, Frigerio?) y se ampara con disimulo en la palabra “equipo”, mientras Scioli propone algo semejante –como se anticipó alguna vez en estas columnas– nombrando en Economía a Silvina Batakis, “la Griega”, parte de un archipiélago más amplio de ministerios (el de Economía será como el quinto de la misma área, algunos contradictorios como el de Pérsico y Navarro) y de un elenco inter y suprapares (Bein, Perelmiter, Peirano, Arlía, Marangoni, Bossio). Un colgado parece Mario Blejer, quien –perspicaz– habría demandado la embajada en Londres.
Se habla de ellos y nadie sabe, a su vez, quiénes serán los responsables (Interior) de hacer efectivas, viables y pacíficas las medidas de estos “profesionales”, como gustan llamarse, olvidándose del encargado de hacerlas cumplir, de negociar en el Congreso, con las provincias y los gobernadores, de entablar un orden para que el paquete económico no se desahucie en minutos. Una intriga esta irresponsabilidad, dedicarse a los enfermeros que sólo aplican inyecciones –devaluar y pedir prestado es la prescripción de todos– y olvidarse del laboratorio de los remedios.
Parte de la cultura del país, en el que se ha convertido al cepo en un apósito que se quita de un tirón o gradualmente sin discutir la herida que oculta.