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Isabel Sarli a la francesa

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No es que le haga asco a la finura, pero cuando uno presume de paladar delicado, por amor de los contrastes tiende a disfrutar de los productos más sólidos de la cultura y la gastronomía locales. Por supuesto, la autoatribución de rasgos del elegante saber y el distinguido conocer nos lleva a cometer errores de perspectiva como el que cometió la ex esposa de un ex futbolista: cuando aún gozaba de las mieles del matrimonio encubrió las presuntas infidelidades del futuro ex marido diciendo que, como en casa tenía caviar, el salame no iba a degustar la mortadela.

Puedo asegurar que eso no es cierto, pero también que el esquema es reversible, y del menú de batallón podemos pasar, si se da la suerte del azar, a la más completa de las finuras.

Tenía más o menos 12 o 13 años cuando, hojeando un ejemplar de la extinta Siete Días me encontré con una doble página cubierta con 48 o 96 fotogramas (blanco y negro) de una película protagonizada por Isabel Sarli y cuyo estreno fue prohibido por la dictadura de la censura oficial, que la revista pretendió saltear exhibiendo esos minúsculos recortes y un resumen del film de Armando Bo (un delicioso disparate).

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En estos momentos el lector imaginará para qué sirvió la revelación de esa doble página, pero yo lo libro de toda precisión y el detalle. Un par de años más tarde, cuando el rigor militar había aflojado, me enteré de que en el Gran Cine Devoto daban un triple programa de elevado erotismo, que incluía dos películas con La Gran Coca cuyos argumentos no recuerdo, y una tercera, de título incitante, La coleccionista de los placeres ardientes.

Acompañado por mi amigo Claudio Barragán, entramos a la extinta sala. Las de la Coca son inmortales y ya las conocemos todas, sin que haga falta verlas. La otra, cuyo título real debe reducirse a La coleccionista, era de Eric Rohmer, y fue mi ingreso cinematográfico en la alta cultura. Me quedé sin espacio. Tengo que terminar por hoy.