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La esfera y el coronavirus

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Si no me equivoco (cito de memoria), un temprano poema de Sergio Bizzio se preguntaba: “¿Hay aguas claras en estas oscuras?” (espero que el poeta no se enoje si lo cité mal).

Hará una decena de años, buscando material para un libro (un novelista se sirve siempre de la inteligencia ajena para disponer inteligentemente sus materiales narrativos), me encontré con un personaje extravagante, el físico, teórico y matemático John Freeman Dyson, autor de una teoría o de una invención extraordinaria que fue bautizada (la originalidad es escasa en todos los ámbitos) como “la esfera de Dyson”, aunque el título de su trabajo era “Búsqueda de fuentes estelares artificiales de radiación infrarroja”.

Dyson, que murió hace unos veinte días, a los 96 años, dio a luz una invención fantástica y que probablemente será una realidad dentro de algunos cientos o miles de años: una esfera que es una megaestructura de tamaño descomunal, un sistema de satélites construidos en base a paneles solares y capaces de envolver a una estrella, capaz de absorber y aprovechar su energía lumínica y térmica, convirtiéndola en electricidad, para emplearla en beneficio de la humanidad.

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La lógica de la invención dysoniana era estricta. Desde la Revolución Industrial en adelante, el consumo energético de nuestro planeta se va multiplicando de manera exponencial, por lo que ya entonces, es decir ya en 1960, era posible prever que ese consumo terminaría por agotar los recursos naturales del planeta.

La puesta en práctica de esa idea contenía algunos problemas de realización (pero quién le quita lo bailado a la belleza de su creación). Para construir una estructura como la gente, capaz de aprovechar íntegramente la energía del Sol, sería necesaria tal cantidad de material que con la expoliación de todos los planetas, satélites y cometas del sistema solar alcanzaría para una estructura de apenas 15 centímetros de espesor. La gravedad solar haría también lo suyo: colocada la esfera muy cerca, sería atraída y consumida por sus fuegos. Colocada lo bastante lejos como para lograr su preservación, la captación de energía solar sería insuficiente y no justificaría, precisamente, la cantidad de energía y materia destinada a tal fin. Una solución a mitad de camino proponía la construcción de una estructura más, digamos, aireada, que circunvalara al Sol (o cualquier estrella elegida) sin rodearla por completo, aunque sí lo suficiente para justificar la colecta energética.

Cuatro años después de esa invención, el astrofísico Nikolai Kardashov formalizó ese impulso inicial (el genio abre el camino, el continuador hace escuela) armando una escala con tres escalones, categorías o tipos (adivinen cómo se llama: la escala de Kardashov), que es un método para medir el grado de evolución tecnológica de una civilización de acuerdo a la cantidad de energía que es capaz de utilizar tomándola de su interior. En la civilización tipo I, se logra el dominio de los recursos del planeta de origen. La tipo II captura las de todo su sistema planetario, y las del tipo III, las de su galaxia. Se supone que alcanzaremos el estado tipo I en 100 a 200 años. El tipo II en unos cuantos miles y el III nos espera de acá a 100 mil años.

¿Qué tiene que ver esto con el coronavirus? Todo. China, de donde se supone provino la neopeste, junta lo más antiguo y lo más moderno en una combinación de vanguardia tecnológica, disciplina social y expansión del consumo que requiere de fuentes de provisión planetarias, lo que implica la devastación de bosques y su sojización apresurada, la desaparición

de especies boscosas, el envenenamiento de ríos y mares y el aniquilamiento de poblaciones originarias, y esa explotación irracional se combina con la imprevisión general planetaria, la desaparición de los sistemas sociales de salud y el desarrollo creciente del fascismo y la xenofobia, que buscan soluciones simples a cuestiones complejas. Por suerte, Zizek está proponiendo la construcción de una nueva sociedad planetaria y trasnacional (comunista) basada en el modelo de la Organización Mundial de la Salud. Es hora de pensar de otra manera, diría Dyson.