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Nisman y la Cábala periodística

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Si la Cábala fue escrita para demostrar que la incomprensión sostiene el proceso de una lectura constante, es decir, si el desconocimiento del sentido del accionar de Dios es de algún modo solidario con el esfuerzo continuo por sostener la fe en su existencia partiendo de un punto esencial de incomprensión, lo mismo (o algo parecido) ocurre con el documental sobre la muerte del fiscal Alberto Nisman: separa milagrosamente las aguas del Mar Rojo de la sangre argentina para que los afanes de la creencia previa se perpetúen estáticos y estólidos.

Si el origen del asunto no fuera trágico, resultaría risible el esfuerzo del periodismo local por sostener sus convicciones antedatadas con la lógica de los elementos presentados por el documental. He visto, llegando a un punto del absurdo, a una afanosa multipanelista acusar a otro colega de tendencioso tras reconocer que no había visto el documental completo. Y quizá no haga falta. La fe no es un efecto de la convicción ni de la persuasión sino fruto de la esperanza y de la obstinación (por las cacofonías, que son pura rima, descuidada grima, perdón).

Pero el documental se presenta precisamente como eso, como un espejo de la producción de subjetividades, donde cada quien encuentra lo que quiere, y en ese sentido sirve de fuente para que las dos sensibles y empobrecedoras posiciones en las que se presenta el periodismo local se evidencien como acción refleja de las dos sensibles y empobrecidas prácticas políticas locales, ofreciendo lo que fueron a buscar: ideología y certezas, ya no en la realidad como discurso sino en el discurso ficcional que se llama documental.

Porque en realidad no hay prueba. Si algo demuestra Nisman, el fiscal, la presidenta y el espía, es que solo habrá versiones y visiones, efectos de lectura. Homicidio, suicidio voluntario o inducido, accidente narcisista frente al espejo... Cada quien, cada espectador recorrerá de la mano sabia del director la lenta acumulación de testimonios contrastantes. Si no existe convicción previa (si, para sostenerme en el primer párrafo, somos agnósticos respecto de la posibilidad de acceder a la definitiva revelación policial o judicial de la verdad), cada testimonio nos llevará por el sinuoso camino de las opiniones contrastantes y a creer en todas, una y otra vez, si no nos dormimos delante de la pantalla. Al respecto, quizá lo más destacable del documental (más allá de la sonrisa estremecedora de Stiuso, de un  rictus muy parecido al de la iluminada Lilita Carrió) sea la elección del entrevistador. El propio director del documental, ¿inglés o americano?, que pregunta desde el lugar del no saber para probar que la mejor posición epistemológica es la extranjería: el que pregunta entendiendo que nunca entenderá nada y construyendo así su obra.