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El fuego sagrado

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La pandemia coronovirósica generó, como consecuencia esperable, una proliferación de la literatura del yo (ahora llamada autoficción). “Yo” ya recibí al menos cinco invitaciones a participar en cadenas, concursos y producciones especiales donde se convoca a sufridos y no tan sufridos escritores a reflexionar sobre sus condiciones de encierro, referir las modificaciones de sus hábitos, registrar  los modos en que el bichito expansivo altera las prácticas sociales, relacionar la propia experiencia con la obra de Daniel Defoe (Diario del año de la peste), Albert Camus (La peste), Xavier de Maistre (Viaje alrededor de mi cuarto, libro vuelto famoso por Carlos Argentino Daneri).  Entre tanto, en el campo literario –si se me permite esa verde extensión ilícita y más papelera que sojera– se generan discusiones acerca de si es justo liberar e-books para que los lectores aburridos accedan gratuitamente a libros que pagos ni en pedo se entregarían a leer. Y entretanto, las plataformas visuales mejoran el perfil de su negocio sacando a relucir films anticipatorios como Pandemia, Virus o Epidemia, un bodrio con Dustin Hoffman.

Los algoritmos también ofrecen lo suyo. En YouTube, ayer, mientras le pasaba el trapo con lavandina y agua al piso de casa con el celular en el bolsillo del short, escuché entera una bellísima conferencia de Beatriz Sarlo sobre un cuento de Borges: Tema del traidor y del héroe. La conferencia fue mucho mejor que el texto sobre el que hablaba. Después, por esa curiosidad de los algoritmos, mientras refregaba las canillas del baño, el audio saltó a una conferencia sobre “Kabalah y coronavirus”, donde un exaltado en estado de éxtasis explicaba las relaciones numéricas entre la palabra “corona” (que había pasado oportunamente a la lengua hebrea), el fuego sagrado y alguna especie de difuso estado espiritual.  De allí, la oferta derivaba a oro chiflado revelándonos la relación entre los caballeros templarios, el Baphomet, algún rey francés y los jesuitas, luego a la relación entre el demonio y el papa Francisco, y la vida sentimental oculta de San Ignacio de Loyola.  Alguna vez, hace años, cuando las señales de cable enviaban una revista que contenía la programación mensual, imaginé una novela “construida” con los resúmenes (brevísimos) de las películas. En su momento, alguien se me adelantó. Ahora la realidad ofrece nuevas posibilidades para los realismos de la imaginación.