COLUMNISTAS
el miedo y la esperanza

Israel y la ‘guerra’ cultural

El debate en torno a un documental sobre el asesino de Yitzhak Rabin revela la necesidad de que una sociedad acostumbrada al conflicto armado acepte el enfrentamiento en torno a las ideas.

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El episodio se conoce como “El choque de las Regev”, aunque Miri Regev, la ministra de Cultura y Deportes israelí, no está emparentada con Noa Regev, directora del Festival de Cine de Jerusalén.

Miri Regev (50) fue brigadier-general en las Fuerzas de Defensa israelíes, y es miembro de la Knéset (Asamblea Legislativa) por el partido Likud (de centroderecha, fundado por Menajem Beguin). Noa Regev, de 32 años, fue elegida a finales de 2013 por la Junta de Directores temporaria de la Cinemateca de Jerusalén como su nueva directora ejecutiva, lo que la dejó a cargo del prestigioso Festival de Cine y del Archivo Israelí de películas.

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Como ministra, Miri Regev había avisado que no le iba a temblar la mano a la hora de tomar medidas drásticas “contra cualquier intento por parte de los artistas de calumniar las actuales políticas israelíes”. Ganó su primer millón (de críticas) cuando amenazó con retirar toda asistencia financiera a un grupo de teatro árabe que se negó a llevar su producción al West Bank (Ribera Occidental o Cisjordania), región que para Israel es un “territorio en disputa” y para la Autoridad Palestina y Hamas un “régimen de ocupación”. El diferendo se zanjó al “modo Miri”: los artistas desistieron de su pretensión.

Ahora, está empeñada en impedir la presentación del documental Más allá del miedo (Beyond the Fear) en el Festival de Cine de Jerusalén, que comenzará el 9 de julio. Este intento (y otros) ha motivado una catarata de opiniones en los medios sobre lo que se ha dado en denominar “guerra cultural”, exageración que no suena destemplada en un país donde todo ciudadano de entre 17 años y medio y 18 años, declarado apto, está obligado a cumplir con 36 meses de servicio militar obligatorio (24 meses las mujeres, exceptuando embarazadas, madres, casadas o religiosas).

Israel es la tierra de David Grossman, autor de la novela La vida entera. El argumento se centra en una madre israelí, Ora, que trata de evitar que golpeen a la puerta de su casa para avisarle que su hijo soldado cayó en combate. El hijo del propio Grossman, Uri, murió en el sur del Líbano cuando su carro de asalto fue alcanzado por un misil, en 2006.

David dijo en una carta: “En estos momentos no quiero decir nada de la guerra en la que has muerto. Nosotros, nuestra familia, ya la hemos perdido”. El novelista contemporáneo no traicionó la conciencia de la “imposibilidad del todo”.
Más allá del miedo es un documental lanzado por el cineasta letón Herz Frank, que debió ser terminado por Maria Kravchenko en razón de la muerte del ganador del Latvian SSR State Prize (1967) y fundador de la Escuela de Riga de Cine Poético Documental. El film narra la vida tras las rejas del israelí  Yigal Amir, asesino del primer ministro Yitzhak Rabin en noviembre de 1995, hecho que modificó la vida política de su país. Condenado de por vida y considerado “el prisionero más detestado” de todo el sistema penitenciario, se casó estando preso con Larissa, una divorciada rusa, quien alumbró al hijo de ambos.

Film laureado, motivó –además de la animadversión de Miri Regev–, la de partidarios del gobierno, “asqueados” por el tratamiento “humano” al preso, e incluso la de Shimon Peres, colaborador de Rabin en el Partido Laborista y coautor de las políticas de aproximación con la Autoridad Nacional Palestina que condujeron a Yasser Arafat y a Yitzhak Rabin a ganar el Nobel de la Paz y el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 1994. Peres dijo que la película era un intento de “legitimar a un asesino atroz”, y la nieta de Rabin –Noa Rothman– culpó a los cineastas por un “uso cínico de la libertad de expresión con la intención de dañarla”.

Noa Regev anunció que era consciente de la médula que el documental tocaba, por lo cual sería exhibido por fuera de los horarios centrales, pero sin que ello afectara las opiniones artísticas y diversos abordajes, por lo que continuaría en competencia y sería elegible por los jurados.

En noviembre de 1999, uno de los autores de esta columna estaba en Oslo, cuando el rey de Noruega, Harald V, junto con el presidente Clinton, Yasser Arafat, Shimon Peres, los negociadores de los acuerdos de Oslo y el primer ministro Vladimir Putin, se reunieron en el palacio municipal en conmemoración precisamente de Yitzhak Rabin.

Dos recuerdos de ese día son incancelables: la cita de un texto de André Schwartz-Bart por el premier noruego en su discurso: “A la noche, cuando miramos el cielo, nuestros ojos reciben la luz de estrellas que hace mucho dejaron de existir”; y la acongojada ira con la que Dalia Rabin, hija del líder, mencionó a quien acusaba, con nombre y apellido, de ser responsable indirecto del asesinato. Su madre, Lhea, viuda de Rabin, sentada muy cerca, no quiso contradecirla.

Uno de los más relevantes escritores en hebreo, Amos Oz, se pregunta (Haaretz) por qué los israelíes temen tanto una “guerra” cultural. Dice que si cada trabajo creativo que pudiera ser empleado como un arma por quienes odian a los judíos mereciera ser censurado y no patrocinado con fondos públicos, entonces habría que empezar por la Biblia hebraica. Allí, hasta el rey David es reprochable, en tanto el Profeta le dice que había cometido un pecado penado con la muerte. De donde la frase siguiente perfectamente podría ser “¡Miren lo que estos judíos dicen sobre sí mismos!”.

Lejos de ello, Oz propone “batallas culturales” que propician un clima para el florecimiento de la cultura, la creatividad y el pensamiento libre. “Las sociedades donde no hay indicios de guerra cultural”, escribe, “lucen más o menos como Corea del Norte”.

La batalla cultural que dan Amos Oz, David Grossman y Noa Regev, entre tantos otros, apenas se oye; prevalecen el estruendo de la metralla, los ayes de espanto, las explosiones emocionales o químicas y físicas, y las tempestades de acero, como titularía Ernst Jünger.

Más allá del miedo, más que un documental sobre el asesino de Rabin, es un síntoma de lo que sucede con las sociedades donde ha sido el miedo el que ha prevalecido, el que ha ido más allá.