Muchos latinoamericanos son eurocentristas, sienten que existe solo Occidente. Algunos incluso suponen que el futuro de la humanidad se juega en la suerte de pequeñas dictaduras militares del Caribe, sin advertir que la mayor parte de la gente, la riqueza y la cultura se encuentran en países diferentes.
Pocos mandatarios de la región han explorado las ventajas de vincular activamente a sus países con Japón, Corea, India, Indonesia y los países islámicos, que son un poco más importantes que Nicaragua. El sentido del tiempo de esas culturas es distinto, “lento” para los occidentales. Trabajar con ellos puede dar frutos con el tiempo, algo difícil de comprender en una región en la que prima el cortoplacismo.
En el campo del pensamiento contemporáneo, hay autores asiáticos extraordinarios, poco conocidos en nuestros países. Uno de ellos es el filósofo chino Yuk Hui cuyo libro “Fragmentar el futuro. Ensayos sobre la tecnodiversidad” apareció en castellano hace poco. Entusiasmado con su lectura compré también “On the Existence of Digital Objects”, una visión distinta de la revolución de la inteligencia.
Yuk Hui combina el pensamiento oriental con la tradición filosófica europea y analiza la vertiginosa modernización de China desde su propia historia y su relación con Occidente. Dice que con la revolución tecnológica China está imitando demasiado a Occidente con el riesgo de perder su identidad. Con la globalización los occidentales se han infiltrado en otras culturas, las han trastocado, pero no deben someterse a la propaganda determinista de Silicon Valley que, según él, encarna Ray Kurzweil con sus tesis sobre la singularidad. La enorme inversión en biotecnología estaría preparando un momento en el que se dejarán de lado las limitaciones éticas, para desarrollar libremente tecnologías de intervención biológica en el mercado.
Japón. Muchos temas que desarrolla Yuk Hui son apasionantes, pero la tercera revolución industrial también tiene lugar dentro culturas como la india, la coreana, y la islámica sin corroer su identidad. Hablemos ahora de Japón, el caso más extraordinario, un país que resistió la occidentalización durante siglos, pero pasó de la Edad Media a la hipermodernidad en poco más de 100 años. Actualmente está en la punta tecnológica, y conservando su cultura milenaria, impulsa algunas de las transformaciones más avanzadas.
El Go, juego de sus élites, se cultiva desde hace 2.000 años, mezcla la sencillez de las normas con la complejidad del pensamiento, rasgo propio de la cultura japonesa. Según el libro de los proverbios sus reglas se aprenden en minutos, pero no es suficiente una encarnación para comprenderlo cabalmente.
El Japón es un país sincrético en el que la mayoría practica el budismo y el Shinto, lo que no evita que muchos japoneses se casen en iglesias cristianas, sin tener mayor idea de lo que predica esta religión. En diciembre llega Santa Claus, se celebran navidades plenas de luces y alegría, sin que tengan nada que ver con Jesús, ni con un obispo de Anatolia, ni con la Coca Cola. El Japón asimila y recrea los símbolos.
Históricamente los japoneses han dado enorme importancia a la educación desde hace siglos. El gobierno cuida de que un 99% de los niños asista a escuelas públicas o privadas durante la educación obligatoria y de que un 94% de ellos llegue a escuelas medias superiores.
Quienes quieren estudiar en una universidad deben pasar por exámenes muy exigentes. Estas son instituciones celosas del nivel académico, creadas para producir profesionales y funcionarios competentes que puedan ayudar a mejorar la sociedad. Con el tiempo se formó una jerarquía de universidades cuyo prestigio influye en el futuro de sus graduados. Cada una de ellas impone exámenes de ingreso exigentes para conseguir los mejores estudiantes, porque las empresas contratan a los postulantes más por la universidad de la proceden que por sus méritos individuales.
Japón no es un país oligárquico, impera la meritocracia. No existe la posibilidad de que el hijo del primer ministro, un gran industrial o un personaje entre a la universidad por ser tal. No existe una clase privilegiada hereditaria, el hijo de cualquier familia pobre puede triunfar si es inteligente y se esfuerza. Tampoco es frecuente que alguien haga una carrera importante si no ha estudiado mucho.
La tradicional educación Soka se asienta en búsqueda de la felicidad, partiendo de una pregunta para maestros y educandos: ¿eres feliz cuando vas a clase? El concepto de Soka viene de un texto de Tsunesaburo Makiguchi publicado en 1930 en el que plantea que el sistema de enseñanza debe estar orientado a generar un valor: la felicidad, pero nace de la filosofía budista de Nichiren Daishonin monje del siglo XIII que predicó un budismo comprometido con la vida cotidiana, menos vinculado a la vida monacal.
Makiguchi creía que una persona educada debe ser capaz de afrontar los desafíos de manera creativa, influyendo positivamente en su comunidad. Esto es posible su ha contado con profesores que no estén muy ocupados como para dedicarse a los discípulos. En japonés “ocupado” se escribe combinando dos ideogramas que significan “corazón” y “olvidar”. Los maestros sin tiempo para enseñar son maestros que han olvidado su corazón.
El hijo de cualquier familia pobre puede triunfar si es inteligente y se esfuerza
El Soka busca que la escuela genere relaciones de amistad duraderas, fortalezca un diálogo que permita intercambiar experiencias, estimula el hábito de la lectura y el aprendizaje de idiomas, enseña a respetar los derechos humanos, fomenta el sentido de responsabilidad para contribuir al bienestar de la humanidad.
Inspirado en esa tradición se aprobó hace poco el futoji no henko, “cambio valiente” que pretende formar “ciudadanos globalizados” más allá del perfil estrictamente nipón. Busca que el joven educado en este sistema no sea víctima de prejuicios nacionalistas que limiten el desarrollo de su mente. Quiere formar ciudadanos seguros de sí mismos, que respeten los derechos humanos, practiquen el respeto a la ley, la tolerancia, el altruismo y a la ecología en una nación pacífica y democrática.
Dentro de 18 años los jóvenes que culminen la educación formal en Japón hablarán cuatro idiomas, conocerán distintas culturas, sistemas de escritura y religiones, habrán vivido los veranos con familias de otros países, serán expertos en el uso de la más avanzada tecnología que exista en ese tiempo, habrán leído 52 libros por año. Serán “ciudadanos del mundo” capacitados para tener éxito lo mismo en Escocia que en Brasil y para desempeñarse en profesiones que ahora ni siquiera podemos imaginar
Nuestros hijos competirán con ellos en un mundo en el que la oferta y la demanda de trabajo estará globalizada, y nuestros países rivalizarán con otros que habrán crecido exponencialmente gracias a la educación de sus habitantes. Lo que ocurre en Japón es el mejor ejemplo de algo que hacen todos los países avanzados.
Vamos hacia un mundo lleno de oportunidades, competitivo, en el que no habrá espacio para la mediocracia. Todos deberíamos prepararnos para ser mejores. La mayoría de los trabajos repetitivos van a desaparecer, gracias al desarrollo de la inteligencia artificial habrá pronto pocos trabajadores en las fábricas y en la agricultura, manejando drones, robots y otros elementos.
Seremos parte de cinco mil millones de personas que competirán en igualdad de condiciones por trabajos de calidad y quienes estén menos preparados quedarán fuera del juego. Solo los más preparados accederán a ocupaciones de calidad.
Cuando se publican los resultados de evaluaciones serias de lenguaje, ciencia o matemáticas los estudiantes nipones obtienen resultados muy por encima de la media. Algunos lo explican porque sus escuelas son impecables, con filas de zapatos alineados a la entrada de las aulas, por el año escolar de casi 11 meses con jornadas de ocho horas. Estos son hechos importantes, pero lo de fondo es la actitud de maestros y educandos dispuestos a hacer cualquier esfuerzo para superarse. ¿Podrán competir con ellos nuestros hijos, educados en escuelas cuyos dirigentes del magisterio se la pasan bailando y tocando el bombo en la calle cuando no les gusta el gobierno y se vuelven tan inmóviles que ni siquiera dan clases cuando es de su agrado? Según las evaluaciones internacionales nuestros chicos no hablan muchas lenguas, hablan mal el español, tienen mala ortografía, no saben sumar quebrados, copian durante los exámenes. Si no se logra un cambio radical de la educación, las futuras generaciones de latinoamericanos están perdidas.
Cuando la educación funciona todo lo demás es posible. Japón es una potencia científica y tecnológica. Es maravilloso caminar por Tokio en calles limpias como una mesa, encontrando siempre gente amable y educada. El Santuario Fushimi Inari Taisha y el Templo Kiyomizu-dera “del agua pura” en Kioto, el Templo Todai-ji en Nara construido en 752, llenos de gente, dan fe de que la tecnología no ha acabado con las tradiciones.
En esa sociedad cobran sentido los rituales de los que habla Byung-Chul Han, un filósofo coreano también crítico de la tercera revolución industrial en “La Desaparición de los Rituales, una topología del presente”. Han dice que “los rituales, como acciones simbólicas crean una comunidad sin comunicación, pues se asientan como significantes que, sin transmitir nada, permiten que una colectividad reconozca en ellos sus señas de identidad.” Hoy predomina una comunicación sin comunidad, porque se perdieron los rituales sociales. En el mundo contemporáneo, donde la fluidez de las comunicaciones un imperativo los ritos se perciben como una obsolescencia y un estorbo prescindible. La revolución de la inteligencia ocurre también en un país como Japón, con una percepción de los símbolos y del tiempo distinta a la de Silicon Valley.
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.