COLUMNISTAS
AJUSTE Y GOBERNABILIDAD

Jaque a la democracia y sus instituciones

La impopularidad que producían las medidas de ajuste en la antigüedad pasó a ser casi inmanejable en la sociedad posinternet, en la que la gente común se independizó y la representación entró en crisis.

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Ecuador. El gobierno subió el precio de la nafta y el diésel, una medida bastante acotada comparada con las que han tomado otros gobiernos de la región en las últimas décadas. | AP

Durante muchos años estuvimos cerca del poder en varios países de América Latina. Casi siempre, al iniciarse un gobierno, aparecen economistas que piden que se haga un ajuste económico para evitar que el país colapse. Algunos presidentes no les hicieron caso y no pasó nada. Otros compraron la idea y volaron en pedazos.

No soy un experto en el tema, la economía nunca me atrajo, pero sí he visto que los países que gastan desordenadamente terminan en crisis inmanejables y otros se desarrollan promoviendo la producción.

Mitos. Existen mitos simplones en torno al tema. Uno de ellos es que un presidente promueve el ajuste porque odia a los pobres. He tratado con bastantes mandatarios y nunca conocí alguno que esté en contra de los más necesitados. Todos quieren hacer algo para que su país mejore, pero tienen distintos puntos de vista.

Cuando toman medidas de ajuste se inquietan porque saben que peligra algo que sí les interesa: mantener su popularidad. Por eso entre los presidentes está difundido el mito de que es bueno hacer el ajuste en cuanto asumen, porque es cuando están más fuertes y pronto se sentirán los buenos efectos de las medidas y recuperarán su buena imagen. Casi siempre pierden todo apoyo y terminan su período chapoteando como patos rengos.

El otro mito es el de que es fácil que todos los partidos alcancen un acuerdo para “hacer lo que hay que hacer” y solucionar todo. En democracia, los partidos son expresiones de los intereses de distintos grupos que forman parte de la sociedad. Cuando se reúnen, cada uno quiere defender lo suyo. No es probable que cada grupo admita que le quiten las ventajas que saca del Estado y sus garantías. Las reuniones pretenden que cada uno exprese sus aspiraciones y que se llegue a algunos puntos de acuerdo para que todos se sientan más garantizados. Difícil, pero posible.

Tentación. La tentación totalitaria siempre se hace presente. Algunos querían que el gobierno de Mauricio Macri pactara con algunos políticos y gobernadores para lograr un gran acuerdo nacional que excluyera al kirchnerismo, a los sindicatos y otros integrantes de lo que es el 50% de la sociedad argentina.

Si en octubre gana Alberto Fernández, algunos pretenderán hacer un acuerdo nacional solo con peronistas. Un acuerdo nacional supone el aval de las fuerzas importantes. Un análisis objetivo de la sociedad debe reconocer a fuerzas concretas que existen, que no son el invento de alguien inteligente. Los dirigentes son solo expresiones de corrientes y cuando no las expresan son personas sin fuerza para constituirse en alternativa de poder.

En el colmo del voluntarismo, algún político tuvo la idea bárbara de contratar a un especialista en “pactos de la Moncloa” que iba por el mundo pacificando países. Los teóricos sin contacto con la realidad no averiguaron dónde había tenido éxito el moncloísta y tampoco se dieron cuenta de que no existe ningún especialista que pueda construir acuerdos nacionales en cualquier lado. Los pactos se dan en circunstancias históricas especiales, cuando los representantes de todas las fuerzas importantes de un país se ven obligados a impulsarlos.

Ejemplos. Hace casi veinte años el gobierno de Jamil Mahuad fue derrocado en Ecuador por un movimiento militar cuando hizo un ajuste económico. Estimulaba las medidas su asesor, Gonzalo Sánchez de Losada, que decía que si era elegido presidente de Bolivia haría “lo que hay que hacer” sin tomar en cuenta lo que dijera la gente. Gonzalo tenía una mentalidad arcaica, no entendía la necesidad de elaborar una estrategia de comunicación para la eventualidad de tomar las medidas. Ganó las elecciones en 2002, tomó las medidas “perfectas” y al año tuvo que escapar del país en medio de una conmoción que culminó con el gobierno de Evo Morales.

Fernando Henrique Cardoso llegó a la presidencia de Brasil en 1994, y en los primeros años, logró metas importantes. En 1997 surgieron los problemas cuando la crisis del sudeste asiático acabó con los créditos a los mercados emergentes. En 1998, Brasil logró un préstamo de 41 mil millones de dólares del FMI a cambio de comprometerse a tomar medidas de ajuste. José Serra, el candidato de Cardoso, fue derrotado en 2002 por Lula da Silva, que cosechó los efectos positivos de las reformas. Cardoso y su partido, el PSDB, nunca volvieron al poder.

Después de Lula vino Dilma Rousseff, que tomó medidas de ajuste en cuanto logró la reelección, lo que arrasó con su popularidad. Terminó destituida por el Congreso por una resolución absurda que expresaba solamente la antipatía de la población por el ajuste. Podríamos seguir con una larga lista de casos, como el de Iván Duque, presidente colombiano, preparado y carismático, que a las pocas semanas de asumir el poder se desplomó en las encuestas como efecto del ajuste económico.

Modernidad. La impopularidad que producían las medidas de ajuste en la antigüedad pasó a ser casi inmanejable en la sociedad posinternet, en la que la gente común se independizó y la representación entró en crisis. Gran parte de la población actúa por sí misma sin pasar por la mediación de sindicatos, partidos u otras organizaciones. Los sindicatos y las organizaciones empresariales perdieron su fuerza tradicional.

Vivimos una sociedad que tiende a la anarquía. Cuando Emmanuel Macron suspendió las medidas económicas que tomó en Francia, no negoció con la Confederación General del Trabajo, sino con grupos de chalecos amarillos anárquicos sin liderazgo ni ideología definida. En la nueva sociedad no pesan solamente las instituciones, sino que es necesario comprender y saber llegar a mucha gente que se moviliza por sí misma. Es un nuevo actor de la política que las personas con mentalidad anticuada no logran reconocer. El multitudinario apoyo a Mauricio Macri en treinta ciudades del país es un fenómeno que está en esa dimensión. Nunca antes se produjo esa presencia de gente sin buses, burocracia ni punteros en todo el país.

Ecuador. En Ecuador se produjo esta semana un problema con un desarrollo aún impredecible. El gobierno subió el precio de la nafta y el diésel, una medida bastante acotada comparada con las que han tomado otros gobiernos de la región en las últimas décadas. La conmoción fue tan grande que el presidente Lenín Moreno trasladó la sede del gobierno a Guayaquil, cosa que no había ocurrido en más de un siglo.

El gobierno no tiene una estrategia medianamente sofisticada desde hace tiempo, viene cayendo de forma sostenida en las encuestas y es impopular tanto entre los correístas, que fueron sus compañeros, como en el resto de la población.

El gobierno de Rafael Correa mantuvo una disciplina rígida, fueron diez años sin ninguna manifestación violenta, en los que las protestas fueron reprimidas con mano dura. Es probable que eso haya provocado una ira contenida que se expresó a propósito de las medidas económicas.

El actual gobierno ha exhibido pruebas de que existe intervención venezolana y cubana en lo que se ha convertido en un movimiento desestabilizador. Los aliados de Correa no perdonan a quien ven como un traidor que se ha dedicado a perseguirlo judicialmente.

Venezolanos y cubanos fueron detenidos en distintas circunstancias con información detallada de los movimientos de Moreno. Ecuador limita con Colombia, país en el que existen decenas de miles de guerrilleros desmovilizados por el proceso de paz, que son mano de obra disponible para agitar y matar cruzando la frontera, si alguien les paga.

Los indígenas han secuestrado a militares, policías y periodistas, a los que atacaron brutalmente, sembrando el terror en la capital, que se encuentra sin control. Los mitos de periodistas de buena voluntad que afirman que los indígenas son un 70% en Ecuador no tienen sentido. El censo encontró que, según cómo se los defina, no son más de un 3% o un 8%. Lo que sí son es organizados y militantes, en una sociedad en que la mayoría es apática.

La pregunta de fondo que se plantea a propósito de los ajustes económicos es si, a mediano plazo, son viables la democracia representativa y sus instituciones. La disolución de la sociedad posinternet supone problemas inéditos que crecen por el oportunismo de quienes son opositores en cualquier lado y la falta de una reflexión de fondo por parte de una clase política latinoamericana que en su gran mayoría ignora lo que está ocurriendo.

*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.