Nadie sabe aún la velocidad que el kirchnerismo le concederá al proyecto. Quizá corra como la asignacion universal, sin límites. O, tal vez lo duerman como a la Ley de Entidades Financieras, proyecto con Lexotanil incorporado a pesar del barullo que hicieron ciertos impulsores a control remoto del Gobierno. También, podría ser que la iniciativa padezca de la impericia que demostró el inicial intento de encarcelar a Héctor Magnetto, hace un mes y medio, cuando la mandataria derivó la improvisada pretensión en busca de mayor sustento jurídico –por respeto a sí misma o por presiones externas, léase los Estados Unidos– para no hundirse en un fangal institucional. Así habrá que observar, entonces, el propósito por favorecer a los sindicatos –y por extensión mínima, al sector trabajador– para repartir 5% de las ganancias empresarias y, en el mismo combo, la permisividad para que dirigentes gremiales hurguen y opinen sobre lo que debe decidir cada compañía privada. Justo cuando más reclama Cristina la llegada de inversiones, quizá la mayor restricción hoy a su “proyecto”, desempolva este ardid electoral que al menos contiene cualquier voluntad para traer dinero a la Argentina. Pero, como ya se advirtió en otra oportunidad, agotados los 70, Kirchner & Cía. pretende volver a dos presupuestos elementales de los 50 con miras a los comicios de 2011: un partido peronista fuerte, de primera minoría, polarizador, y un sindicalismo robustecido, poderoso, ascendente, que complete ese dominio. Juan Domingo Perón básico, manual de primer año.
Nadie le puede atribuir carga ideológica al proyecto legislativo que auspicia Hugo Moyano con la letra del abogado Héctor Recalde y la bendición presidencial. Se trata, más bien, de una venganza con forma de ley y obvio criterio electoral. Se supone que ningún alma tarda más de siete años en el poder para advertir la situación de los trabajadores en la Argentina y la conveniencia de una recuperación protagónica. Más que un planteo reivindicativo, se trata de una retaliación a los sectores industriales –principalmente–, semejante al castigo que en su momento se le aplicó al campo por haberse rebelado contra las medidas oficiales. Como se sabe, la UIA se negó a convalidar con su presencia aquella jornada unipersonal en que Cristina la emprendió contra el monopolio Clarín, hasta ahora con resultados pirricos, faltazo que hoy purga con esta condena que repentinamente demanda la CGT en el Parlamento. Para mantener otras comparaciones, habría que consignar que si los industriales vuelven al besamanos de la alfombra roja que repudiaron, quizá eviten apremios y logren dilaciones legislativas como sus colegas de la banca.
Tal es la paradoja del reclamo gremial que hasta Cristina ajustó su forma de ser, se corrigió en el aire. Para encontrarle justicia a su iniciativa, ha hablado laudatoriamente del período de Isabel Martínez, cuando el sector trabajador compartía –fixty fixty– parte del PBI con los empresarios (hoy, con su gobierno, debe estar a lejanos ocho puntos de esa ecuacion). Lo que implica un homenaje a quienes habían alcanzado esas cifras, entre otros, Lorenzo Miguel, Jose Rodríguez, Casildo Herrera, José Rucci, Jorge Triacca, Rogelio Papagno, figuras que no existían en el altar de los santacruceños, quienes más bien se retrataban –y ellos parecían estar orgullosos de esa imagen– junto a la “juventud maravillosa” que aparte de asesinar a muchos de esos dirigentes, se especializó en difamarlos, convertirlos en bestias negras para la sociedad. De ahí que buena parte de ella se entusiasmó entonces con la cantidad de orificios que las balas de los guerrilleros hicieron en el cuerpo de Rucci, sin reparar luego si la esposa e hijos de este presunto venal más tarde tendrían que vivir casi de la solidaridad de su gremio. Como la viuda de Augusto Timoteo Vandor, otro al que asesinaron bajo el mote de corrupto cuando pasó casi toda su existencia en una pension y en lugar de valijas, cuando viajaba al exterior, ataba sus bártulos con papel madera y piolines. Era, claro, la “justicia revolucionaria”. Ninguno de ellos, curiosamente, se refiere hoy al poder económico del gremio Camioneros, seguramente mucho mayor al que tuvo en su esplendor la Unión Obrera Metalúrgica. A proposito, ¿tiene fecha la aparición de un diario de la CGT, como una remake de Democracia?
Extraño, sin duda, este giro derechista de Cristina, quien casi irónicamente también dijo: “No nos pudimos juntar, en aquellos tiempos, con la juventud trabajadora”. Como si ignorara que esa juventud sindical era opuesta a la “maravillosa” a la que ella y su marido han adherido con lágrimas en los ojos, que el jefe era Felipe Romeo –al cual parece que ahora le rinden homenaje–, organización con la cual no sólo evitaban juntarse sino con la que se machacaban a golpes y a crímenes. Esta nueva interpretación histórica, otro relato dentro del relato, sorprende por parte de Cristina; quiza sea consecuente con las necesidades de votos que requiere su marido para 2011. Y, sin duda, para no permitir una grieta imperceptible en su concepción del poder.
Aunque haya que discutir la colisión entre el artículo l4 y el l4 bis sobre la propiedad privada y las ganancias, más seriamente sobre la facultad sindical para intervenir en la lectura de balances, movimientos y planes empresarios, eventualmente sobre un progresivo avance a favor de sistemas cogestionarios que alguna vez propiciaron la Iglesia e intelectuales existencialistas como Maurice Merleau Ponty. Temas vastos, bizantinos, de los cuales se supone que los sindicatos obtendrán ganancias, más que sus propios afiliados. Son los nuevos, viejos tiempos, sólo falta la cola para el kerosén, también la del pan dulce y la sidra. Con parte de ese folclore, entonces se ganaban elecciones. Habrá que ver ahora.
Mientras se discute filosofía, jurisprudencia y sentido de la gestión empresaria con los nuevos proyectos legislativos de los gremios, otros ni siquiera discuten: instrumentan el modelo productivo actual y se entretienen en su ejercicio. Como en algunas municipalidades bonaerenses, donde un intendente habilita un predio, un sindicalista compra las tierras y algún funcionario logra la concesión de un crédito para instalar una megaempresa. Nada más ni nada menos que la unidad de fuerzas para la producción, el discurso oficial a pleno, y el futuro de una planta de energía a partir del reciclado de la basura. Un proceso que, en apariencia, aparte de la población habrá de beneficiar en particular al municipio por el cobro de un impuesto adicional (a pagar por los clientes industriales), quizá alguna mejora ecológica y hasta una oferta de mayor ocupación, mientras gana también el gremio que traslada la basura con ruedas, la compañía dedicada a la recolección de residuos, más otros que no vale detallar. Por alguna razón misteriosa, este loable emprendimiento no prosperó en cierto distrito. Y la matriz del negocio hubo que trasladarla a otro municipio más sensible, donde también hubo debates y gente tan porfiada y opositora que juraba no entender este modelo de producción tan especial. Se multiplicaron las sesiones y, por fin, en una cumbre de los ediles se autorizó la instalación. Raro: se aprobó en una sesión especial a las 7 de la mañana, que, como se sabe, no es horario habitual para legisladores. Sin embargo, se supone, la importancia de la obra así lo requería. Si alguien quiere conocer nombres, pregunte en La Matanza; en cuanto a la naturaleza de ese proyecto, se supone, es como la nueva reforma para las ganancias empresarias: para que no se beneficien unos pocos, sino todos.