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Justicia y economía

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En el congreso, Alberto Fernández inaugura su primer ciclo de sesiones ordinarias parlamentarias. | Juan Obregon

A dos semanas de cumplir sus simbólicos primeros cien días, Alberto Fernández no puede decir que gozó de la luna de miel que caracteriza a todos los presidentes debutantes. Durante estos 81 días iniciales, con lo que el Gobierno realmente contó fue apenas con paciencia, resignación y una modesta esperanza más que entusiasmo.

El diagnóstico económico sobre el fracaso de Macri cruza toda grieta y es compartido hasta dentro de Cambiemos, pero nadie sabe cómo salir de la encrucijada que dejó la combinación de los desaciertos de Macri sumados a los ya acumulados por Cristina Kirchner.

Los cien días de gracia de Alberto Fernández se acaban y, si no crece la economía, se quedará sin capital simbólico

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A punto de acabar los meses de verano con sus alentadores datos de mayor ocupación en los lugares de veraneo, en parte por el encarecimiento de hacerlo en el exterior, resultará difícil encontrar otro indicador de mejora del consumo y recuperación de la economía. Alberto Fernández corre el riesgo de, pronto, poder encontrarse en la situación de haberse consumido la paciencia de quienes no lo votaron y la esperanza de quienes sí lo hicieron.

Otro capital que el paso del tiempo podrá agotarle es la expectativa positiva de los empresarios desilusionados con Macri que suscribieron la idea del economista de la Universidad de Columbia Guillermo Calvo sobre que el peronismo podrá hacer las reformas que el país necesita y Macri no podía lograr que se votaran en el Congreso.

En este contexto donde las demandas económicas son prioritarias, más aún entre gran parte de quienes votaron al Frente de Todos, urgidos por satisfacer necesidades básicas, el enfrentamiento con el Poder Judicial a todos los niveles: jubilaciones de privilegio, generación de centenas de vacantes, desempoderamiento de Comodoro Py y hasta críticas a la administración de la Corte Suprema, no parece ser donde el Gobierno debería colocar prioritariamente su energía, salvo que no supiera a qué dedicarla en materia económica.

El temor sobre que el Gobierno no tenga en realidad un plan económico preparado para implementar el día cero de la finalización de la renegociación de la deuda y la sospecha sobre que Alberto Fernández no dice la verdad al responder que sí tiene un plan solo que no lo quiere contar hasta que se den ciertas circunstancias generan una angustiante sensación de vacío en los sectores más informados.

¿Embate Alberto Fernández contra el Poder Judicial porque, al no tener un plan económico, prefiere consumir estos días de omnipotencia en pagar apoyo del sector kirchnerista más afectado por las causas judiciales? ¿O casualmente no tiene plan económico porque primero tiene que aplacar al kirchnerismo duro mostrándole cómo domestica a la Justicia para recién entonces poder construir un plan que tolere el kirchnerismo duro aunque no lo satisfaga porque ya fue previamente compensado?

Causa y consecuencia suelen confundirse en todas las materias complejas y, a poco de andar, ya no se puede distinguir una de otra, retroalimentándose continuamente. Nada podrá Alberto Fernández sin una economía que se recupere, pero no le alcanzará aun con el éxito en esta difícil materia si no resuelve el más complejo problema de las causas judiciales de Cristina Kirchner, sus allegados y algunos ex funcionarios con capacidad de producir daño.

Y al revés: si no consigue que la economía vuelva a crecer con cierto vigor, el problema con las causas judiciales no solo sería complejo sino probablemente irresoluble. Si Alberto Fernández no tuviera argumentos de gestión para calmar a sus socios del Frente de Todos, tendría que entrar en un espiralamiento gestual donde ya no solo el Poder Judicial fuera blanco de las críticas y los embates, sino progresivamente los medios y el periodismo (la Justicia es su pariente más cercano), y las relaciones exteriores (hubo críticas a Felipe Solá por haber sonreído en la foto con Bolsonaro).

Moderación y éxito van de la mano. Fracaso y radicalización son su par contrapuesto. Y ambos escenarios son posibles sin quedar claro todavía cuál de los dos es el más probable.

No se vislumbra cómo la fortuna echó las cartas pero parece imposible que la renegociación de la deuda quede concluida el 31 de marzo, como se proponía el Gobierno. Seguramente hasta el 30 de abril pueda estirarse la espera. Pero si con la aproximación del invierno no se produjeran mejoras en los bolsillos de la gente y aumento de la demanda en las empresas, que renovaran el crédito de  Alberto Fernández, podría sufrir un efecto de decepción peor que el que generó Macri con su repetida serie de maxidevaluaciones a partir de 2018.

Al Presidente le vino creciendo su aprobación en las encuestas sin parar desde que fue electo y, al revés, le bajó a Cristina Kirchner: ¿dentro del Frente de Todos el Presidente y la vicepresidenta compiten en aprobación bajo un marco de suma cero y lo que uno sube lo baja necesariamente el otro porque cosechan en el mismo campo?

Desempoderar a la Justicia es una señal al frente interno y una promesa tácita de solución a sus causas

Nuevamente el éxito económico podrá ensanchar o angostar ese campo haciendo más cómodo o intolerable el espacio de la convivencia. Una jibarización del Poder Judicial funciona como bálsamo en la interna del Frente de Todos a la espera de lo definitivo: la economía.