La mayor parte de los conocimientos que adquiere hoy en día un sujeto es a través del lenguaje y no por su experiencia directa. Es muchísimo más lo que un sujeto aprehende y aprende de sus congéneres, que lo que consigue adquirir y asimilar por sí mismo. En nuestro mundo de hoy esto ha crecido exponencialmente. Hay una relación directa y dilecta entre conocimiento y lenguaje. Esto facilita la tarea de quienes dominan el lenguaje en pro de controlar el pensamiento. Orwell en 1984 lo grafica de manera sublime: “El ministro de Paz se ocupa de la guerra; el de la Verdad de desinformar y mentir; y el Ministerio de la abundancia administra la escasez. Además, ningún lenguaje está libre de ambigüedades”.
Cuanto más complejo es un fenómeno, más difícil es conocerlo. En 1937 la URSS tuvo un procurador general, Vychinski, proclamaba que era imposible dar con la verdad absoluta. De esto concluía que la búsqueda de pruebas era perder el tiempo, entonces la autoridad podía arribar a la culpabilidad del acusado basándose en su propia intuición, en su olfato. Las mentiras sobre el pasado son de más fácil instalación que aquellas sobre el presente; y la mentira resulta más sencilla de construir sobre lo cualitativo que sobre lo cuantitativo. Las mentiras sobre lo característico de un objeto o de un hecho, conocidas como “propaganda negra” se construyen a partir de que el propalador adopta el falso rol de mero comunicador, cuando en realidad es otra cosa.
En Argentina, así como hay periodistas serios, más o menos reaccionarios y conservadores, o progresistas; abundan también los extorsionadores con micrófonos y los comentaristas “tarifados”. Es un universo vasto y variado, que excede a los “hombres de prensa”, y que va desde el mesianismo con ruleros, pasando por mercachifles con tonada campechana, y terminando por los que cobran para publicar algún nombre o por omitirlo. Utilizadores de denominaciones arbitrarias, con la excusa de una verdadera o falsa ignorancia, hablan de “choreo”, de lo que “robaron”, de que tienen que estar “en cana”, y de porqué no van “presos”. En algunos casos, aunque aparezca como defensa, debe decirse que campea la mediocridad, la puerilidad o directamente la ignorancia absoluta; pero en otros no. En otros casos la utilización y la tergiversación de los términos es adrede; es la forma de disimular la falta de precisión y de comprobación de esos hechos, que ellos anticipadamente, catalogan como “delitos”. Cierto es también que muchos en su vida leyeron el art. 18 de la Constitución; pero también están los que adrede prescinden del estado de inocencia y los principios republicanos porque “la gente necesita respuestas”. Son esos y ésas que creen que mina más la entretela de una sociedad la “corrupción” que el estigma.
En la causa de los “cuadernos” o de las “fotocopias”; no hay nadie procesado por robo y muchos de a los que hoy se los mantiene detenidos por “coimear” no están imputados del delito de cohecho. Me animo a decir que en ninguna de las denominadas causas de “corrupción” hayan imputado a nadie por el delito de “robo”, sin embargo, siempre se escucha “lo que han robado”, son unos chorros. De esta forma ramplonamente ambigua se obvia o esquiva el cómo, cuándo, donde, quién, cuánto. Es cierto que no puede pretenderse que el lenguaje periodístico o vulgar tengan la estrictez del lenguaje jurídico; sí puede pretenderse y exigirse que esta vaguedad no sea usada y usufructuada artera y tramposamente, como en muchos casos ocurre.
Y esta “estrategia mediática” tiene un norte: la condena anticipada de la persona investigada, la que se produce en “la pública”, en la “gente”, y que servirá de ariete para acicatear en el ánimo de los juzgadores. Cierto es también que muchas veces esto no es necesario debido a la capacidad camaleónica del Poder Judicial y a su impronta acomodaticia y arbitraria.
*Abogado.