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Kafka y yo

El señor Q hizo algo para que Twitter le borrara la cuenta y lo arrojara al limbo de los réprobos. Alguien lo denunció.

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En la mañana del domingo, el señor Q se despertó en una situación kafkiana. No se había convertido en un horrible insecto, pero se encontró con que le habían sacado su cuenta de Twitter. Eso modificaba radicalmente su vida cotidiana, puesto que hacía un uso intensivo de la red y allí difundía también su trabajo. Habían desaparecido sus seguidores, sus comentarios, sus mensajes y las posibilidades de comunicarse con los otros usuarios. No podía siquiera leerlos, ya que todas las funciones le estaban vedadas. Horas más tarde, se le comunicó que su cuenta estaba suspendida por violar las reglas de la casa, aunque no se le indicaba ni qué reglas había violado ni cuándo lo había hecho. Así, pasó de La metamorfosis a El proceso; lo habían condenado in absentia y tampoco estaba clara la naturaleza de la pena: ¿era temporaria o mortal y definitiva? Intentó entonces apelar mediante un formulario preparado para casos como el suyo. La respuesta, automática, fue que algún día tendría noticias. Comunicarse con otras instancias o autoridades de Twitter le resultó imposible, la casa es impenetrable y alguien como él no puede aspirar a ser recibido en ella. Sintió, entonces, que estaba en los alrededores de El castillo.

En Ante la ley, un campesino intenta vanamente entrar por una puerta de la fortaleza jurídica. Nunca lo logra. Al final se entera de que esa puerta le estaba reservada, pero muere antes de franquearla. Es que el que reclama justicia descubre en algún momento que puede ser culpable aunque se sienta inocente y que la angustia de la espera por la reparación es imposible de compartir. Está solo ante su destino y siente culpa, se vuelve paranoico. Cree que la ley se la ha tomado con él. Y, secretamente, piensa que algo habrá hecho.

El señor Q hizo algo para que Twitter le borrara la cuenta y lo arrojara al limbo de los réprobos. Alguien lo denunció, y los burócratas de la organización lo juzgaron y condenaron en secreto sin permitirle el acceso al expediente. ¿Fue porque insultó a quienes lo insultaban? ¿Fue porque llamó “enano” al gobernador de la Provincia? ¿Fue porque lo llamó “enano comunista”? Twitter dice que violó las reglas. Pero no está prohibido insultar, dado que a diario tenía que soportar mensajes que lo trataban de retrasado mental, viejo decrépito, ladrón, mercenario y pedófilo. Es que los guerreros kirchneristas de las redes tienen la costumbre de entrar en las cuentas ajenas para provocar a sus titulares. Cuando estos reaccionan de algún modo, tienen otra costumbre, que es la de delatar a sus víctimas. Y, a veces, logran que el objeto de sus ataques sea expulsado de la cancha.

Ser excluido de una red social convierte al damnificado en una nueva clase de paria. Es como si, en otra época, lo hubieran privado de usar el teléfono o el correo por decir algo inconveniente. Pasa a ser un ciudadano de segunda, sobre el que pesa una sanción infamante. Y si llegaran a devolverle la cuenta, es probable que se reprima, porque no sabe qué expresión puede llevarlo a una nueva condena de los comisarios censores. Es un poco lo que le pasa al señor Q, que abrió una nueva cuenta a la que denomina “fantasma”. Allí no deja entrar a los acosadores para no tentarse, siguiendo un consejo de Bernard Shaw: no hay que pelearse con los cerdos, ya que a ellos les gusta el barro.