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Mamotretos y bodoques

Leer es establecer una comunicación tan frágil con un autor que puede romperse en cualquier momento.

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El libro tiene 1.662 páginas. El título alemán es Die Dämonen, traducido como Los demonios en la edición de Acantilado de 2009. El autor es Heimito von Doderer (1896-1966) y la novela se supone una radiografía ficcional de la Viena de entreguerras.

Es muy tentador empezar el año en compañía de un mamotreto semejante con la esperanza de que nos entretenga unos cuantos meses y nos ayude a olvidar los pesares del presente disfrutando de los padecimientos de otra gente en otro tiempo. Pero hay una diferencia entre mamotreto y bodoque, porque tampoco es cuestión de zambullirse en el aburrimiento. Eso es lo que le pasó en 1957 a Bobi Bazlen, acaso el mayor catador de libros que haya existido. En una carta a Luciano Foà, director editorial de Einaudi (parte de la pequeña recopilación de sus notas de lectura que editó La Bestia Equilátera y uno querría que tuviera mil páginas), Bazlen confiesa que solo pudo llegar hasta la página 200 de Los demonios, cuando abandonó vencido por “un tedio indecible”.

Claro que el tedio no lo es todo. No hay libro que no tenga páginas aburridas, porque eso depende también del lector. Después de todo, leer es establecer una comunicación tan frágil con un autor que puede romperse en cualquier momento. Es más, habría que desconfiar de un libro con el cual resulta imposible aburrirse y se convertirá en un libro imposible de releer. En cambio, el 1º de enero comenzó vía Twitter la lectura colectiva de Así habló Zaratustra de Nietzsche, pero no sé si estoy en condiciones de pasar el verano en su compañía. Y eso que, apenas empezado el prólogo, uno se encuentra con esta invocación que Zaratustra le dirige al dios Sol: “¡Oh, gran astro! ¡Qué sería de tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes iluminas!”. No creo que nada de una inteligencia semejante se pueda encontrar en Los demonios. Aunque creo que me dejé llevar por Bazlen, que no solo lo acusa de plúmbeo sino de esconder mediante la destreza de la escritura una “absoluta falta de sustancia”. Y remata: “Solo hay bastante destreza, una gran elegancia superficial, una inteligencia muy parasitaria y, si rascas un poco, muy banal, y una ambición demoníaca”. Lamento que ya nadie se atreva a utilizar una expresión como “ambición demoníaca” para hablar de un autor. A Von Doderer (¡qué apellido de general alemán, aunque rebajado por el nombre de pila!) tampoco le va muy bien con Claudio Magris, otro triestino como Bazlen, que le dedica un capítulo de su tesis doctoral, El mito habsbúrgico en la literatura austríaca moderna. Dice, entre otras cosas, que Los demonios “se disuelve en un continuo y enervante juego de espejos” y que “Doderer carece de sentido de la Historia”.

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Empecé a leer Los demonios y llegué arrastrándome a terminar el prólogo, bautizado pedantemente como “Obertura”. Al principio, encontré un aire a Bernhard que me entusiasmó un poco. Después me perdí en un laberinto de vueltas que prometían aun más vueltas para más adelante. Supongo que debe haber fanáticos de Von Doderer, en principio porque de todo hay fanáticos, pero creo que fracasé como lector de Los demonios. Voy a probar (una vez más) con El hombre sin atributos de Musil, que empieza en el mismo lugar de Viena 14 años antes y Bazlen recomendó con entusiasmo a la editorial.