Me pregunto qué llevó a las hermanas Nuin, responsables de la editorial porteña Monte Hermoso, a editar Las implacables, un libro de la académica estadounidense Deborah Nelson que se ocupa de seis mujeres singulares: Simone Weil, Hannah Arendt, Mary McCarthy, Susan Sontag, Diane Arbus y Joan Didion. El libro es excelente, en particular como introducción al pensamiento y a la obra de estas intelectuales y artistas. Pero lo raro es encontrarse hoy con un libro como este (la edición en inglés es de 2017, también muy nueva), que habla de mujeres pero no habla de feminismo, o solo lo hace lateralmente, como en este dedicado a Joan Didion donde cuenta que la autora acusaba a las feministas de “malinterpretar la realidad e imponer la ilusión resultante a los demás”. Didion pensaba, dice Nelson, que “esa ilusión podía llevar al autoritarismo y a generar planes indeseables o inviables para el futuro, es decir utopismo”.
Cuando el feminismo se ha convertido en la música de fondo de la época, su ausencia en la banda sonora del libro se siente como un estruendo. No es que estas personalidades culturales estuvieran en contra de las mujeres ni menos a favor de que fueran oprimidas. Todo lo contrario, pero su pensamiento fue completamente ajeno a las ideas de sororidad y perspectiva de género, que son las grandes novedades de estos tiempos y funcionan como un vínculo aglutinador y, en cierto modo, uniformizante. Dado que Nelson trabaja en el Centro de Estudios de Género y Sexualidad de la Universidad de Chicago, supongo que no es ajena a estas ideas. Pero su libro se queda al margen porque estudia a sus mujeres a partir de un rasgo común: un pensamiento duro, más precisamente “asentimental”, que hizo de cada una de ellas una figura original y, en mayor o menor medida, aislada de sus contemporáneos. El concepto de asentimentalidad es un poco elusivo, pero Nelson es persuasiva justamente porque no intenta teorizar sobre él en abstracto sino que lo explora en cada uno de sus ejemplos, que se destacan como variantes de la oposición a la empatía, tramposo y autocomplaciente vehículo tanto para ocultar lo que verdaderamente ocurre como para canalizarlo en nuevas formas de opresión. En ese sentido, el brillo de las ideas de Simone Weil no tiene equivalente y es hoy de una radiactividad tan peligrosa para el sistema como lo fue en su momento. Pensamientos como “debemos preferir el infierno real al paraíso imaginario” son de una potencia descomunal y Weil es la explícita o secreta inspiración del resto. Dice Nelson: “Todas las mujeres incluidas en este libro entendían que el rechazo a la empatía abría las puertas de la atención y la realidad”. Aunque, como vemos a diario, la empatía obligatoria sigue haciendo estragos como ariete de la demagogia.
Weil influyó directamente en Arendt, que fue muy amiga de McCarthy (escritora hoy casi olvidada) y Sontag fue una severa crítica de Arbus, cuya fotografía sigue desafiando a los espectadores y lo seguirá haciendo. Sontag tampoco entendió del todo a Weil y Nelson explica bien esa ceguera, como parte de esa contribución al estudio del pensamiento del siglo XX que es Las implacables. Nelson es también una mujer dura: su escritura precisa, sin alardes y focalizada en su cometido, es una invitación a la filosofía.