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El cine del futuro

Jimmy Hoffa es el extravagante sindicalista que se da el lujo de ser corrupto, pero de no serlo como los demás

Al Pacino, caracterizado como Jimmy Hoffa en The Irishman.
Al Pacino, caracterizado como Jimmy Hoffa en The Irishman. | Cedoc

La escena transcurre en la redacción de una importante revista de cine extranjera. Un redactor propone hacerle una entrevista a Clint Eastwood en razón de su última película, El caso de Richard Jewell. Sus compañeros lo abuchean y uno de ellos pronuncia una sentencia irrevocable: “Ya es hora de que esta revista ingrese en el siglo XXI”. Todavía no vi Richard Jewell, pero tengo pensado desplazarme a Santa Teresita, ya que en San Clemente solo dan Frozen 2 (no sé qué es) y Tierra arrasada (preferiría no saber qué es). De todos modos, Eastwood me parece uno de los grandes cineastas contemporáneos incluyendo este siglo, el anterior y los que vengan. Sin embargo, cabe preguntarse qué sería ese cine del siglo XXI.

Hace poco vi The Irishman y esa sí me pareció una película arcaica. Tanto que Scorsese recurrió incluso a los efectos especiales para rejuvenecer a sus actores y poder contar una de sus historias en las que el personaje central es Judas. Scorsese, más protestante que católico, cree en el pecado pero no en la absolución y su filmografía sería una monserga religiosa si no fuera por un dispositivo dramático secreto: el del personaje extraviado, que por alguna razón no se comporta como el sistema cree que debe hacerlo. The Irishman es interesante solo por la actuación de Al Pacino como Jimmy Hoffa, el extravagante sindicalista que se da el lujo de ser corrupto, pero de no serlo como los demás. Sin la rebeldía de un chiflado, la narración no podría ponerse en marcha (algo así ocurría ya en Calles salvajes, una película de Scorsese de 1973, donde De Niro hace del primo díscolo del protagonista).

Vastamente celebrada, como suele ocurrir con las obras académicas (se dicen cosas como “extraordinario trabajo de Joe Pesci” solo porque acumula expresiones faciales intensas), The Irishman tiene también sus detractores. Uno de ellos es el crítico americano Armond White, que en su lista anual de películas mejores que las que celebran sus colegas sostiene que The Irishman es un caso de “deshonestidad barroca” que “fetichiza la mafia en una fábula de ética fallida”. White dice que tres películas estrenadas en 2019 son claramente superiores a la de Scorsese. Dos de ellas son las de Eastwood y Tarantino. La tercera, que White proclama como la mejor del año, es Dragged Across Concrete, de Craig Zahler. Es el tercer largo de Zahler, director de culto cuya estela llegó incluso a Córdoba, donde se lo tiene en alta estima. Sus defensores piensan que Zahler representa una renovación del paradigma cinematográfico del siglo pasado porque lo incluye pero demuestra al mismo tiempo su arcaísmo.

Por mi parte, pienso que cuando en la batalla entre el bien y el mal (que es paralela a la batalla entre el individuo y el sistema y que siempre alimentó el cine americano) se suprime el bien o se lo reduce a la esfera íntima (en las películas de Zahler, la familia es la única fuente de la ética), se abre la puerta para una crueldad gratuita y desenfrenada como compensación por la inanidad dramática resultante del dominio absoluto del mal. Tuve la misma sensación viendo los films de Zahler que leyendo Nuestra parte de la noche, la premiada novela de Mariana Enríquez. El viejo Clint nunca hizo esas cosas, salvo en Mystic River, su película falsamente moderna.