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secretos de una personalidad temeraria

Kirchner sigue buscando los zapatillazos de su mamá

Néstor Carlos Kirchner es, en términos políticos, un jugador compulsivo. Arriesga lo que venga: prestigio, credibilidad, esposa... y así, aunque, pierda, al menos se garantizará el “¡ooohhh!” de toda la sala.

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“Si pudiera dominarme durante una hora, sería capaz de cambiar mi destino.”

Fedor Dostoievski

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Y, sí... Néstor Carlos Kirchner es, en términos políticos, un jugador compulsivo. Cuando parece que revoleó los naipes y abandonó definitivamente la mesa, el tipo, en realidad, sólo se cruzó hasta la casa de empeño de enfrente para tomar un poco de aire y volver a sentarse lo más rápido posible a doblar la apuesta, a recuperarse apostando a todo o nada. Arriesga lo que venga: prestigio, credibilidad, esposa... y así, aunque, pierda, al menos se garantizará el “¡ooohhh!” de toda la sala.

Hasta el miércoles pasado, el Operativo Ley de Medios aparentaba venir viento en popa. Con la misma lógica populachera del “Fútbol Libre para Todos”, los K –conducidos por Néstor desde Olivos– habían recuperado la ofensiva, el centro de la escena y cierto consenso generalizado entre la oposición, el periodismo y el público en general, en cuanto a una idea por la que trabajaron sin descanso y como nadie durante largos meses: ellos serán lo que sean, pero alguien tenía que ponerle el cascabel al también megalómano Grupo Clarín. No importaba demasiado lo que vendría después. Tener enemigos grandes suele hablar, sobre todo, de la propia grandeza. El circo mediático de la política funciona de ese modo, como en esas peleas callejeras donde nadie se mete y si cobra el grandote, mejor.

Pero el miércoles jugaron con fuego. Los doscientos sabuesos de la AFIP movilizados como un rayo volvieron a dar la pauta de lo que pretende el Gobierno, con ley o sin ella. No se trata de que pierdan los supuestos malos de la película, sino de todo lo que está dispuesto a poner en juego el kirchnerismo para imponer su novela, donde la justicia social, la seguridad y la prosperidad no dependen de que en efecto las haya, sino de quién estará dispuesto a contar que ya casi llegaron. Sólo lograron que la oposición se reagrupara, que hasta algunos medios oficialistas se espantaran y que buena parte de la sociedad se avispara de por dónde va la cosa. Ludopatía pura. La gente no adora a la DGI, precisamente.

En estos dos años bastante críticos para la estabilidad emocional de nuestros gobernantes, varias veces Kirchner cortó en seco las dudas y flaquezas de ministros y funcionarios con una confesión íntima:

—¡Cómo se ve que a vos no te cagó a zapatillazos una madre chilena!

De la frase se desprendería el peso que tuvieron las championes de doña María Juana Ostoik en la conformación de la personalidad de aquel joven desgarbado, inseguro y medio tarambana que llegó a quedarse con la piba más linda del curso de Abogacía y, más tarde, tras huir de la represión setentista en La Plata, también con la Intendencia de Río Gallegos, la Gobernación santacruceña y la Presidencia de la Nación, hasta cederle el sillón a su amada pensando en volver en 2011 sin haberse ido nunca.

Tres psicoanalistas consultados para esta columna sin saber de quién estábamos hablando coincidieron al explicarme que la socialización de los niños, es decir, la asunción por parte de ellos de determinadas pautas culturales establecidas (desde dejar de hacerse pis o caca encima hasta asearse, pasando por usar cubiertos para comer, respetar a los vecinos, no romper las cosas o avisar cuando se va a llegar tarde, por ejemplo), depende de un “renunciamiento pulsional” realizado como acto de entrega, de ofrenda. Estuvieron de acuerdo, también, en que lo más saludable sería que dichas pautas sean transmitidas en base a juegos y siempre desde el cariño, para que cada uno resuelva del modo que pueda cómo irá renunciando a su natural primitivismo. Como contrapartida, me advirtieron que el reto o el castigo como norma de conducta básica podrían generar –si bien no siempre– personalidades más adiestradas a forzar los límites que a otra cosa, ya que sólo el castigo o la amenaza las reafirma en su lugar, de alguna manera las tranquiliza, les da una seguridad casi maternal. Saliéndose del lenguaje doctoral, uno de los profesionales definió así a ese tipo de persona:

—Un quilombero, bah..., alguien que se hace lugar embromando al otro y se divierte cuando lo escandaliza.

Es evidente que a Néstor Kirchner los zapatillazos no lo amedrentan. Más bien lo motivan. Perdió con la 125 y volvió con las AFJP. Perdió las elecciones y volvió con la Ley de Medios. Detrás de cada acción hubo un mensaje terminal: y si no les gusta, nos vamos.

Tal vez el hombre ande buscando todo el tiempo el pamperazo de la mamá, sólo para ponerse a planificar la próxima macana. No ha vivido las críticas y traspiés parlamentarios, periodísticos o electorales como retos en cuanto castigos, sino más bien relacionados con las otras dos acepciones del término: como amenazas y desafíos. Así ha llegado a exhibirse como alguien tan parecido a Alexei Ivanovich, el protagonista de El jugador, de Dostoievski, quien, según aseguraba, jamás había perdido una partida por exceso de audacia, sino por la falta de esa sangre fría que ya desplegaría en la siguiente oportunidad.

Dicen que anda diciendo Kirchner:

—Si nos llevamos puestos a Clarín, nos quedamos cuatro años más.

Por si las moscas, los opositores deberían pensar muy seriamente en cambiar la estrategia del refunfuño...