De la misma manera en que en el Corán no hay camellos y que uno no necesita estar con la camiseta de su club de fútbol todo el tiempo para ser más sincero en su fanatismo ni tatuarse el escudo en el pecho o el nombre de su mujer, de la misma manera me parece tautológico que la gente se llame para saludarse o encontrarse en el Día del Amigo. ¿No hay algo de poco cierto en esos carteles que se cuelgan en la calle reafirmando el amor o pidiendo perdón? El amor y el cariño verdadero deberían ser algo casi privado y telepático. Pero este 20 de julio los bares hacen su día y su noche con los amigos que salen de todos lados para brindar, comer y festejar el día de la amistad. Algo que debería ser un sentimiento libre y espontáneo se vuelve estereotipado y repetitivo, como la maldita Navidad.
La amistad, un sentimiento que los argentinos decimos celebrar, es un tema que inquietaba, en sus diferentes variantes, a Michel de Montaigne allá por el 1580 del mediodía francés: “A nada parece habernos encaminado más la naturaleza que a la sociedad. Y dice Aristóteles que los buenos legisladores se han preocupado más de la amistad que de la justicia. Ahora bien, éste es el punto culminante de su perfección. Porque en general, aquellas que forja y nutre el placer o el provecho, la necesidad pública o privada, son menos bellas y nobles, menos amistades, en la medida en que hacen intervenir otra causa, fin y fruto en la amistad que ella misma”. Montaigne dice que entre padres e hijos no hay amistad, sino respeto. Y pone el ejemplo extremo de Aristipo, a quien le insistieron en cierta ocasión sobre el afecto que debía sentir sobre sus hijos porque habían surgido de él y éste se puso a escupir y dijo que también eso había salido de él y que engendraba igualmente piojos y gusanos. Hoy en día, en el sujeto neoliberal no existen relaciones que no tengan un fin ganancial. Montaigne ve la amistad como otra cosa: “En la amistad no existe otro asunto o negocio que ella misma”. Cuando habla de un amigo íntimo, dice: “Nuestras almas han tirado juntas del carro de una manera tan acompasada, se han estimado con un sentimiento tan ardiente, y se han descubierto, con el mismo sentimiento, tan íntimamente la una a la otra, que no sólo yo conocía la suya como si fuese la mía, sino que ciertamente, con respecto a mí, habría preferido fiarme de él a hacerlo de mí mismo”. Este concepto final es letal. Para Montaigne, en la verdadera amistad, “me entrego a mi amigo más de lo que me atraigo a mí. No sólo prefiero beneficiarlo a que me beneficie él. Además, prefiero que se beneficie a sí mismo antes que a mí. Es entonces, al beneficiarse a sí mismo, cuando más me beneficia a mí”. Me pregunto cuánta gente que levanta el fono o manda mensajes en el Día del Amigo está dispuesta a ese amor incondicional puesto en servicio al otro total.
Hay cierto concepto “mafioso” de la amistad. Soy tu amigo y te ayudo pero después por ahí te voy a hacer una propuesta, como decía Michael Corleone, que no vas a poder rechazar. Eso no es amistad, es coacción.
Franco Gastaldi tenía 22 años y murió en un accidente de moto. Era hincha de San Lorenzo y sus amigos, que no quieren olvidarlo, abrieron un sitio web para juntar plata para que Franco tenga su metro cuadrado en el estadio que, de salir todo bien, se va a construir de nuevo en Boedo. Piero y Alejo, sus amigos, decidieron convertir el dolor en aventura y quisieron ayudarlo para que la muerte no impida que él también sea “socio fundador”. “Decir amigo es decir juego, escuela, calle y niñez”, escribió en una hermosa canción Joan Manuel Serrat. Y Spinetta: “Para saber cómo es la soledad, habrás de ver que un amigo no está”. Y Roberto Carlos: “Tú eres mi hermano del alma, realmente el amigo que en todo camino y por nada estás siempre conmigo”.
Michel de Montaigne, desde el fondo de la historia, opina sobre la vuelta a Boedo de Franco Gastaldi: “Quienes han merecido mi amistad y mi reconocimiento no los han perdido nunca por el hecho de no estar ya”. Serrat de nuevo: “Dios y mi canto saben a quién nombro tanto”.