Cuando a fines de 2014 el gobierno de Barack Obama anunció su disposición a normalizar relaciones con Cuba hubo una generalizada reacción de apoyo en América Latina. Después de haber sido uno de los temas contenciosos más espinudos en las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, la normalización de relaciones entre Cuba y Estados Unidos parecía abrir insospechadas oportunidades para fortalecer las relaciones entre el gigante del norte y el resto de la región. Pero a un año de realizado el anuncio, si bien hay avances menores aunque concretos en las relaciones entre Washington y La Habana, el resto de América Latina parece haberse desentendido del tema. Ahora, aunque no hay excusas para avanzar en la integración, Washington y los gobiernos de América Latina prefieren mirar hacia cualquier región del mundo que no sea el propio hemisferio al decidir sus prioridades de política exterior.
Desde que Fidel Castro, el Che Guevara y los revolucionarios se hicieran con el poder en La Habana a comienzos de 1959, la política estadounidense de forzar el fracaso de la Revolución Cubana se convirtió en una de las principales razones de conflicto entre América Latina y Estados Unidos. Porque durante las décadas de la Guerra Fría, Estados Unidos no trepidó en apoyar dictaduras que violaron los derechos humanos en el resto de la región a la vez que denunciaba la naturaleza autoritaria del régimen cubano, el doble estándar de Washington hizo que millones de latinoamericanos –especialmente aquellos perseguidos por las dictaduras anticomunistas–vieran a Cuba como una víctima de la discrecionalidad estadounidense. La falta de coherencia entre la defensa de la democracia que enarbolaba Estados Unidos para oponerse a la Revolución Cubana y la colaboración que prestaba a las dictaduras militares derechistas en América Latina hicieron que Estados Unidos fuera visto como un enemigo de los derechos humanos y la democracia en la región.
La desaparición de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría ofrecieron una oportunidad para que Estados Unidos y América Latina iniciaran una etapa de cooperación a partir de la década de los 90. Ya que la democracia era el único camino posible, no había espacio para el doble estándar que contaminó las relaciones durante la Guerra Fría. Los acuerdos de libre comercio aparecieron como el camino para consolidar la mejora en las relaciones. Cuba, como el único país sin elecciones democráticas en los 90, quedaba fuera del nuevo club.
La irrupción de gobiernos de izquierda en América Latina, a partir de la victoria de Hugo Chávez en 1999, cambió el mapa geopolítico. Los ataques contra Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001 hicieron que Washington también cambiara sus prioridades. Una semana antes de los ataques, el presidente George W. Bush había declarado, en visita del mandatario mexicano Vicente Fox a Washington, que México era el principal socio de Estados Unidos. Después de los ataques, las prioridades de Estados Unidos se modificaron. Con los gobiernos de izquierda, las prioridades de América Latina también cambiaron y el prometido Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) nunca se concretó. El presidente Chávez lo sepultó en Mar del Plata en 2005 con su famoso “ALCA, ALCA, al carajo”. El inicio del boom de las materias primas de exportación también contribuyó a que América Latina pusiera más atención en el comercio con Asia que en Estados Unidos.
Como para justificar el poco interés en fortalecer relaciones con Washington, los gobiernos de izquierda de América Latina a menudo usaron la excusa del injustificado aislamiento de Cuba. Después de todo, aunque Cuba no es una democracia, no había motivos para que Estados Unidos mantuviera su tozuda postura de Guerra Fría en sus relaciones con la isla. Con el paso de los años, las relaciones entre Washington y América Latina se terminaron de enfriar. Aunque hubo firma de acuerdos de libre comercio con Centroamérica, República Dominicana, Chile y Colombia, los países de Sudamérica preferían mirar a Asia antes que a Washington a la hora de buscar iniciativas de acuerdo e integración. Como Estados Unidos tampoco estaba dispuesto a modificar su postura hacia Cuba –por tontas razones históricas y por la miopía de la comunidad cubano-americana–, no hubo espacio ni interés para avanzar.
Por eso, cuando Estados Unidos anunció su disposición a normalizar relaciones con Cuba, el entusiasmo se extendió no sólo hacia los beneficios que esta decisión tendría para Cuba. El resto de América Latina podría verse beneficiada de una mejor relación con Washington. Con la economía estadounidense finalmente avanzando viento en popa, América Latina tenía buenas razones para aprovechar la oportunidad que abría la decisión estadounidense de normalizar relaciones con Cuba.
Pero a un año de haber ocurrido el anuncio, esas mejoras de las relaciones se notan más en Cuba que en el resto de la región. Los pasos de bebé que han dado Washington y La Habana para normalizar sus vínculos han producido muchos más resultados que las relaciones
cordiales pero inefectivas que existen entre Washington y la mayoría de las otras capitales de América Latina. En el resto de la región, especialmente en Sudamérica, Washington es un actor cada vez menos relevante y Estados Unidos un punto de referencia que despierta decreciente interés. Pese a que se ha vuelto a convertir en el motor de la economía mundial, Estados Unidos no es un tema muy interesante en la región.
Es verdad que desde Washington tampoco hay mayor interés en fortalecer relaciones con América Latina.
La campaña presidencial estadounidense ha hecho poco por revertir la imagen de un país cada vez más temeroso del mundo y menos dispuesto a liderar de una forma positiva en el mundo. Pero al menos en lo que respecta a América
Latina, Washington sí ha dado un paso significativo al avanzar hacia la normalización de relaciones con Cuba. Lamentablemente para la propia América Latina, esta tan esperada señal de Estados Unidos despertó muy poco interés en el resto de la región.
*Profesor de Ciencias Políticas, Universidad Diego Portales, Chile. Master Teacher of Liberal Studies. New York University.