Hoy, jueves al mediodía, escribo esta columna mientras miro por televisión el velorio del ex presidente Néstor Kirchner. Veo el desfile de gente pasando frente a su féretro en la Galería de Patriotas Latinoamericanos de la Casa Rosada. La gente pasa llorando, persignándose, algunos gritan fuerza Cristina. En los grandes anteojos negros de la Presidenta se refleja el paso de la gente. Estamos asistiendo quizás a la gestación de nuevos iconos peronistas. El peronismo siempre genera imágenes fuertes, imborrables. Llegan Evo Morales, Correa, Piñera, Mujica. Nuestra Presidenta ahora es viuda. Yo intuyo que esta muerte no disminuye su poder, y que por el contrario su figura se agranda, se legitima con el dolor, se enmarca en una causa que levantará banderas del líder endiosado por la muerte. Creo que este nuevo estado la ennoblece en la medida en que diluye la figura de la mujer que gobierna bajo el mando del marido. Ahora Cristina es Cristina y Néstor juntos. Es ella y la bandera de Néstor. Kirchner está en ella. Llega Maradona, saluda a todos los presidentes. Parece increíble que haya muerto Kirchner y sin embargo para su familia no parece haber sido tan sorprendente. A la pregunta que quizá surge ahora de si existirá el kirchnerismo sin Kirchner, quizá la respuesta es que sí, existirá pero terminará con Cristina. ¿Pero cómo saberlo? Se debe estar reconfigurando la estructura del poder. Ahora Cristina abraza a una mujer que se desarma llorando. Es una imagen de fuerza. Parece haberse muerto un presidente en funciones. Desde la muerte de Bartolomé Mitre que no velaban a un ex presidente en la Casa Rosada. ¿Cómo sigue esto? En uno de los planos se lo ve a Moyano, parado al fondo.