Me quedé sin nafta. Cerca de General Roca, en la flamante autopista que une Córdoba y Rosario. No hay ni un solo cartel que advierta que la autopista atraviesa el desierto verde de la soja sin una sola estación de servicio a lo largo de sus más de trescientos kilómetros. No hay nada a la vera de la autopista infinita, sólo un puestito de salamines cerca de Oncativo, y no estoy exagerando. Para cargar hay que meterse en los pueblos de la Ruta 9, que está a cinco kilómetros. Fui el loco del bidón por un rato, haciendo dedo bajo el sol, insultando al progreso, al gran error de la humanidad petrolera, a la soberbia de la velocidad; tambaleando invoqué el Apocalipsis del fuego, deseé con fervor que terminaran de asfaltar la superficie terrestre para morirnos de una vez achicharrados sobre el alquitrán. Por suerte, me levantó Alejandro Ulises Branca en su camioneta vieja y lenta, lo que le permitió registrarme, porque los demás autos pasaban como balazos de otro mundo. Branca trabaja en un campo que quedó dividido por la autopista. Ahora para pasar con herramientas de un lado al otro tiene que hacer treinta kilómetros hasta uno de los puentes. Su hermano, que tenía en Roca, al costado de la ruta, un puesto de regionales (así me dijo) tuvo que cerrar. Los pueblos de la Ruta 9 se están enfantasmando. Vivían de ese flujo de autos y camiones que cada tanto se ponían los unos a los otros de sombrero. De 2007 a 2010 murieron 181 personas en esa ruta. Es (¿era?) una pesadilla: mano y contramano, pueblos con semáforos optativos para motitos y ciclistas, colas, camiones cerealeros, intendencias que vivían de las multas truchas. Se tardaba al menos nueve horas de Córdoba a Buenos Aires y uno llegaba agradeciendo al dios de los milímetros, el dios de lo infinitamente pequeño, que nos había permitido que ese auto que se mandó a pasar mal nos hiciera apenas un mínimo toque de espejo a espejo. De esas cosas hablamos con Branca. Me dijo que la autopista se planeó en el 86 y se inauguró ahora, 25 años después. En General Roca llené el bidón, me tomé un taxi hasta el auto y volví a Roca a llenar el tanque.