Esta semana comenzó en Copenhague la “Cumbre climática” en la que más de cien líderes mundiales buscarán un acuerdo “que permita una respuesta colectiva, masiva y rápida al calentamiento global” del que se responsabiliza, en primerísimo lugar, a la emisión de gases derivados, como todo el mundo sabe, del desarrollo industrial.
Casualmente, hace un par de semanas, un hacker bajó del servidor del Centro Hadley para la Investigación del Clima en Inglaterra 63,5 megabytes de información (72 documentos sobre modelos y estudios climáticos y 1079 correos electrónicos intercambiados entre científicos preocupados, según la perspectiva conspirativa que constituye la sal de nuestro tiempo, en sostener la ficción del calentamiento global).
Hace unos días, una investigadora del Conicet, entrevistada por este diario, desdeñó la hipótesis del complot, pero coincidió en que el proceso de calentamiento global habría concluido hace ya diez años.
Yo sé que el invierno pasado fue feroz en las zonas no urbanas y todavía duermo abrigadito porque a la noche hace bastante más fresco que el previsible para esta época del año. ¿Mienten los complotados de Copenhague? ¿Por qué lo harían? Puestos en la línea maléfica de la “estafa climática”, todo puede ser posible y no me disgustaría un argumento de película trash que investigara hasta las últimas consecuencias esa hipótesis.
Pero creo, más bien, que quienes acudieron a Copenhague para rasgarse sus vestiduras ecológicas, se dejan llevar por una fuerza irresistible, la voz de la catástrofe que susurra en sus oídos una inminente “catástrofe planetaria”: la imaginación del desastre es hoy de buen tono.
Y creo, también, que en la discusión sobre el control en la emisión de gases se cifra una batalla sobre modelos de desarrollo y políticas de crecimiento económico. ¿Si el “efecto invernadero” fuera más que una ficción hollywoodense, quién pagará los platos rotos? Los países en desarrollo, por supuesto, que serán conminados a limitar sus pedorreos industrializantes.
Dicho esto, defendamos los bosques, los mares, los pájaros y la diversidad biológica. Pero tampoco nos tomen por tarados.