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La caja boba y vil

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Mi nieta gusta de la lectura y sabe distinguir entre libros y revistas. “Mejor libro”, dice. Y sí. Ningún fetichismo libresco, pero al menos el libro ha sido elegido y se sabe lo que contiene. Con las revistas y la televisión, en cambio, todo es territorio hostil.

La última tarde que me tocó cuidarla nos dejaron sin llave así que no pudimos salir a pasear. Me dijo “poco tele” y accedí a su pedido.

Usa la cuenta “Niños” de Netflix y allí nos zambullimos después de que ella se negara a ver la serie de animales con la que yo intentaba disuadirla de su anonadamiento en dibujos animados mediocres, sin sentido o con un sentido siniestro. Es que Nuestro planeta es bastante riguroso en la presentación del mundo natural y mi nieta ya ha desarrollado una vulgar predilección por los grandes mamíferos, especialmente los terrestres: le encantan los tigres, los elefantes, los ciervos (a los que llama “Bambi”, para mi indignación), los osos (polares, panda), las jirafas. Los insectos, batracios y la mayoría de los pájaros y peces la dejan cruelmente indiferente (yo ya le he dicho que toda vida merece idéntico respecto, pero no hay forma de torcer su gusto inducido a fuerza de peluches).

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Tanto insistió con Daniel, el tigre que lo sintonicé. Estaba en la mitad de un capítulo. Los dibujos son horribles, pero lo peor es la educación que brindan. Daniel tiene un amigo príncipe. Sus padres usan, naturalmente, corona. Detuve la reproducción y le expliqué a mi nieta que lo que estaba viendo eran un viejo disfrazado y una drag queen. Que todo el mundo tiene derecho a disfrazarse de lo que quiera pero no a ejercer soberanía subjetiva sobre los demás. “Soberanía”, repitió.

El capítulo era sobre el miedo. Y lo que enseñaban esos estupefacientes personajes era a reprimirlo.

“Piensa en algo que te haga feliz, cuando tengas miedo”. Le dije a mi nieta: “No, el miedo es una pasión y, como tal, hay que atravesarla”. Hay que entregarse al miedo, sabiendo que va a pasar. Ir hasta el final del propio terror. “Daniel”, dijo ella. El capítulo siguiente marchacaba con “Recoger, limpiar y guardar / limpiar todos los días”.

Le mandé un WhatsApp a mi hija quejándome de la selección. Me recomendó que cambiara por Peppa Pig. Peppa estaba en ese momento en un barco con su abuelo, que le decía que debía obedecerle en todo momento.

Simulé que el televisor había perdido potencia y nos fuimos a leer libritos.