Una mañana, en la estación de Liverpool Street de Londres, cientos de pasajeros cruzaban la nave central cuando, de repente, comenzó a sonar una canción por la megafonía. Un transeúnte se puso a bailar rompiendo la monótona rutina. Lo siguieron algunos más. Poco a poco, mientras los temas se iban mezclando, cambiando los ritmos, un cuerpo de baile camuflado entre la anónima multitud ocupó la estación como lo haría sobre un escenario del West End o Broadway. Esa mañana la empresa de telefonía T-Mobile ponía en escena una herramienta de marketing que en la jerga técnica se llama “guerrilla” y en la red se denomina flashmob.
Más de treinta y ocho millones de descargas en la red es lo que consiguió T-Mobile con este flashmob. Aquel día, como se puede ver en el video alojado en YouTube, los transeúntes, sorprendidos al principio, no bien comprendieron lo que ocurría se sumaron al juego y se pusieron a bailar espontáneamente.
Una incursión privada en la plaza pública. Hay más; de todo tipo.
Hace un tiempo Hollywood puso en circulación su versión propia del agente británico James Bond: Jason Bourne. En la tercera entrega de la saga, El ultimátum de Bourne, se asiste a una escena rodada en otra estación de Londres, la de Waterloo, cercana a la que utilizó T-Mobile, en la margen contraria del Támesis.
Bourne debe contactar con un periodista del diario The Guardian a quien le entregará una información que, de publicarse, pondría en riesgo la seguridad de Estados Unidos. El agente tiene sus razones para enojarse con sus mandos y está dispuesto a traicionarlos, pero la CIA no es ajena a este movimiento y va detrás de los pasos del agente rebelde. Tan cerca llega que, sin que medie problema alguno, los servicios ingleses ponen a su disposición el circuito cerrado de televisión de Waterloo para que dirija la operación desde Nueva York. El periodista es asesinado y los agentes se mueven entre los transeúntes con la misma soltura que los bailarines de la performance de T-Mobile. En el caso de Bourne se trata de una ficción, claro, pero ocurre que después de los testimonios hechos públicos por Julian Assange a través de WikiLeaks y los del ex analista de la CIA, Edward Snowden, curiosamente publicados por The Guardian, lo que vemos en la película no nos parece tan ajeno.
Desde estas experiencias es válido interrogarse por el modo del uso del espacio público tanto como la intervención privada como parapolicial o insurreccional. Desde el 15-M en la Puerta del Sol de Madrid hasta las revoluciones del mundo árabe.
El primer foco de este tipo tuvo lugar en Túnez, en la llamada Revolución de los Jazmines, que encendió la mecha de la denominada Primavera Arabe, consiguiendo derrocar al presidente Ben Alí. Con el dictador ya fuera del país y a pocos días de las elecciones, las encuestas indicaban que sólo la mitad de los ciudadanos con derecho al voto estaba dispuesta a ejercerlo. Ante esta situación que evidenciaba que en menos de dos años la movilización se desvanecía, se realizaron varias acciones, siendo la más notable la colocación de un retrato gigante de Ben Alí en una de las torres de la medina de Túnez. Durante buena parte de una jornada la imagen fue expuesta ante los ciudadanos que pasaron de la indiferencia o la sorpresa a montar en cólera y arrancar con furia la tela de la torre. Al hacerlo, quedó expuesto un segundo cartel, oculto detrás del primero, en el que se podía leer: “¡Cuidado! La dictadura puede volver. Vota”. La acción fue transmitida durante todo el día a través de la red con el título: “El retorno de Ben Alí”.
Al igual que lo hizo T-Mobile en Londres, en Túnez el movimiento local utilizó las nuevas herramientas del marketing que se aplican en la plaza pública. Puede que también, como en la película de Bourne, además de las cámaras de la prensa y de los movimientos rebeldes, hubiera otras que llevaban las imágenes lejos de allí.
*Periodista y escritor.