Desde que asumió, la política argentina gira alrededor de Néstor Kirchner. Y las elecciones de mañana son la evidencia más clara. Se juegan muchas cosas, pero en realidad se juega una sola: el resurgimiento o el comienzo del fin del proyecto del matrimonio presidencial de quedarse 16 años en el poder. Ese plebiscito de facto polarizó a la sociedad y no hace otra cosa que expresar una fractura social profunda. Pruebas al canto: Kirchner, el hombre que según todas las encuestas puede ganar o perder por poco en Buenos Aires, tiene un 43% de imagen negativa sólo superada por Luis Abelardo Patti, con el 68% en esa provincia. Y mucho más en Córdoba, Rosario, la Capital Federal y otros centros urbanos, donde cerca del 75% dice que jamás lo votaría. Ese es el tamaño de la brecha clasista que se abrió. Por eso, Néstor Kirchner casi abandonó la idea de recuperar las clases medias y se zambulló (literalmente) entre las masas populares del segundo cordón, que en sus 13 partidos tiene la friolera de 3 millones de votantes. Lo hizo por descarte y en defensa propia. Y para no gastar pólvora en chimangos. “Perdimos la clase media porque perdimos la lucidez”, diagnosticó con precisión Julio Bárbaro en su momento. La modestia del resultado que logrará Carlos Heller en Capital es un ejemplo a pesar del apoyo, vía solicitada, de una gran cantidad de gente de la cultura de mucha popularidad y prestigio profesional.
El autoritarismo y maltrato kirchnerista agotó la paciencia en distintos sectores que ya lo borraron de su agenda para 2011 y que aprovecharon estos comicios para buscar otras representaciones. He ahí la principal debilidad de Néstor Kirchner. Esta es la medida de su retroceso. Por eso se dice que va a ser derrotado aun ganando. Porque para pelear las presidenciales hace falta mucho más que aparato, intendentes y chequera. Se necesita algo que Néstor Kirchner perdió: un bajo nivel de rechazo. Una coalición social con un sector de la clase media que le permita aspirar a una segunda vuelta con posibilidades de ganar. Esto, Kirchner lo tuvo pero ya no lo tiene. Lo tiró por la borda de la 125, de su crispación irracional y permanente. Esto explica la insólita y creativa campaña publicitaria del Frente Justicialista para la Victoria, en la que Néstor Kirchner no apareció ni siquiera en una foto. Debe haber sido un trago muy amargo para el ex presidente asimilar que su figura genera tanta bronca y que pudo sostenerse a flote gracias al aporte de Daniel Scioli, Sergio Massa y los intendentes del Conurbano que, en todos los casos, miden entre 10 y 20 puntos más que él. Por eso los caciques del otrora denostado “pejotismo mafioso bonaerense” saben que, aunque seguirán necesitando sus obras de infraestructura, serán menos prisioneros del poder central.
Dicen los peronistas históricos que, si pierden aunque sea por un voto, responsabilizarán a Kirchner como mariscal de la derrota y que si ganan, exhibirán los números de sus distritos para demostrar que fueron decisivos en ese resultado. Kirchner va por una derrota propia o por una victoria prestada. Muchos jefes territoriales ni lo nombraron en sus discursos, lo borraron de los afiches o hicieron publicidades televisivas donde no aparecieron ni el logo ni los colores del kirchnerismo. Como el spot del platense Pablo Bruera, con su civilizado y light pedido de que se le diga “Sí a La Plata”, por caso. Ni que hablar del intendente de Bahía Blanca, que directamente presentó a Daniel Scioli como futuro candidato a presidente de la Nación.
Carlos Reutemann puede perder en Santa Fe. Su principal mochila de piedras es que votó todas las leyes con el kirchnerismo, menos la 125. El ex gobernador utilizó todos los mecanismos a su alcance para jurar y rejurar que si ganaba no se iba a volver a juntar con Kirchner. A varios gobernadores les pasa lo mismo y por eso no estuvieron ni en el acto de lanzamiento ni en el de cierre acompañando a los K. Hasta los uruguayos, como Pepe Mujica, tuvieron que despegarse de Néstor para afrontar con mayor posibilidad de éxito su envidiable jornada de internas abiertas y obligatorias de la que los argentinos tenemos mucho que aprender.
Es asombrosa en términos históricos la capacidad extraordinaria de construir y de destruir su capital político que mostró en estos años el jefe de la Jefa del Estado. Fue responsable exclusivo de haber llegado a superar el 60% de imagen positiva después de asumir con el 22,4%, con “más porcentaje de desocupados que de votos”, como le gusta recordar. Hoy la situación es diametralmente opuesta y por eso, Kirchner adquirió esa extraña capacidad de agrandar todo lo que critica y achicar todo lo que apoya. Piantavotos, que le dicen. Hasta en su último discurso en el Mercado Central insistió en castigar a Francisco de Narváez y a Julio Cobos, quienes no han dejado de crecer en la consideración ciudadana. Mientras Kirchner más los fustigó, más los hizo crecer. Se comportó como una especie de rey Midas patagónico al revés. Se podría decir que la gran popularidad de De Narváez y Cobos se la dio Kirchner cuando los puso debajo de las luces y en el centro del ring. Algo parecido ocurrió con la lucha del campo y la Mesa de Enlace. Las descalificaciones y los agravios de Kirchner funcionaron como un inflador de las posibilidades de sus adversarios.
En la no comprensión de este fenómeno tal vez radique el principal problema que tienen aún los sectores “más reflexivos” del kirchnerismo. Alberto Fernández, cada vez más cerca de Scioli y más lejos de Cristina, dijo que el caudal de votos que se espera de Pino Solanas era la demostración de que si en la Ciudad de Buenos Aires hubieran ido todas las fuerzas progresistas juntas hubiesen logrado una importante cantidad de votos contra “el espantoso gobierno de Macri”. Fernández, que huyó del lado de Kirchner cuando advirtió que era imposible que superara su autismo político, seguramente por cuestiones de afecto con ellos y por autopreservación, todavía no registra la profundidad de ese fenómeno más psicológico que ideológico de Kirchner.
Pino Solanas creció por los mismos motivos por los que Heller decreció. El aumento de posibles votantes fue proporcional a la distancia que los candidatos tomaron de Kirchner, con la excepción de los sectores más postergados del Conurbano bonaerense. En síntesis: si todos los sectores progresistas (Ibarra, Pino, Heller, Roy Cortina, Telerman) se hubieran juntado en una lista kirchnerista, esa boleta hubiese sacado más o menos la misma cantidad de votos que Heller sacará mañana. Hay menos gente dipuesta a comprar espejitos ideológicos. En la relación de Kirchner con una parte del progresismo o de los sectores más informados de la sociedad, hay algo muy profundo que se quebró y que será casi imposible recuperar. Son los que están dispuestos a trabajar para ponerle límites y controles a un Kirchner acostumbrado a controlarlo todo. Son muchos pero por suerte muy pocos los golpistas, destituyentes y oligarcas.
Debería cambiar mucho Néstor Kirchner para volver a ser el de los dos primeros años. Abrirles la puerta a todos los que piensan distinto en el peronismo, por ejemplo. Algo de eso va a hacer Daniel Scioli a partir del lunes con su convocatoria a internas. Se necesitaría una convocatoria generosa, amplia, dispuesta de verdad al diálogo y al consenso, y es difícil imaginar que un resultado electoral cambie la génesis articuladora de la personalidad de Kirchner.
Terminó su campaña pidiéndole a Marcelo Tinelli por teléfono que lo tratara mejor que Clarín, preguntando si “no lo van a censurar” y advirtiéndole a Fabián Scoltore (el hombre de los negocios de Ideas del Sur) que le habían aconsejado que “nunca le diera la espalda”. En ese momento, las agujas del rating minuto a minuto saltaban a 36,6% y la distancia de Kirchner con Carlos Menem se acortaba. El riojano también cerró su campaña en el ’95 en lo de Tinelli. Pero asumió riesgos porque fue en persona y en vivo al estudio. El pingüino rebautizado bonaerense, como él mismo dice, no da puntada sin hilo, y como desconfía de todo y temía una emboscada de Tinelli, se quedó en Olivos pese a que le habían puesto una alfombra roja y Marcelo a cada rato decía: “Si viene Néstor, me muero”. Finalmente, Kirchner cerró su campaña hablando por teléfono durante 13 minutos con Tinelli e imitando a su imitador, Freddy Villarreal, que siempre lo caracterizó como jodón y amable.
Siempre la misma mirada conspirativa. Kirchner está convencido de que los demás son de su misma condición. Que cada movimiento que cualquiera hace es especulación electoral o intento de acumular poder. Todo vale y todo suma al objetivo de conservar la manija. No importan demasiado las reglas ni que sean detalles ínfimos. Por eso ordenó postergar los vencimientos de las facturas de gas más caras. Es la explicación de la malversación del patrimonio del Estado que cometió Amado Boudou al enviarles una carta a los jubilados reclamando que siguieran acompañando a Cristina. Los Kirchner creen que hasta esas facturas de gas son de su propiedad y que pueden estar al servicio de la campaña. Y Amado Boudou, embalado por la posibilidad de ser ministro de Economía, es capaz de hacer eso y de revolear al estilo Soledad una camiseta de la “gloriosa Jotapé” en el escenario del Mercado Central como si fuera un heredero de Mario Firmenich, cuando en realidad es un heredero de María Julia Alsogaray.
Kirchner mostró su peor cara con una actitud que en cualquier barrio se llama cobardía cuando tiró debajo de un camión a un movilero de América TV, en el corazón de una caminata en Malvinas Argentinas. El cronista Marcelo Padovani le preguntó respestuosamente dónde iba a esperar los resultados y Kirchner reaccionó agresivamente: “A vos te manda De Narváez, éste es del canal de De Narváez”, chilló alerta y vigilante frente a la barra brava de muchachos pesados y rudos que insultaba al periodista. “¿No hay pluralismo y libertad de prensa?”, preguntó el periodista, armado apenas con un micrófono. “No, ustedes no son pluralistas ni tienen libertad de prensa”, le contestó Kirchner. Cuando a Néstor se le sale la cadena y le afloran los colmillos de mandamás, cae en una desmesura muy peligrosa. La desproporción de esa minúscula batalla lo define a Kirchner como persona. El hombre políticamente más poderoso de la Argentina, millonario para más datos, cara a cara con un simple movilero que con suerte ganará 2.500 pesos mensuales.
¿Qué hubiera pasado si el cronista preguntaba, con todo derecho, dónde están los fondos de Santa Cruz?, por ejemplo. ¿Qué hubiera pasado si los hinchas de Néstor tomaban como una orden la descalificación de su jefe y la emprendían contra la humanidad de Padovani? José Luis Cabezas ya padeció en muerte propia la locura de los autoritarios que se creen impunes y que piensan que periodistas es sinónimo de enemigos.
La misma actitud patotera aparece cuando Luis D’Elía dice: “Vamos a festejar en alguna plaza y al mediodía vamos a decidir en cuál”, mientras le guiña un ojo al cronista que lo entrevista. Cualquier partido tiene todo el derecho del mundo de celebrar un resultado electoral. Pero es tanta la tensión creada, tan grandes las sospechas de irregularidades, tan sucia y llena de zancadillas la campaña, que amerita ser más prudentes que nunca para evitar que cualquier chispa violenta encienda una batalla campal o aparezcan los que quieren hacer justicia o venganza por mano propia. El néstor-centrismo de la política argentina perjudica también a su esposa Cristina. De hecho, ella nunca logró brillar con la luz propia que tiene. En las tribunas, Néstor la llamó “Presidenta coraje” pero no paró de mostrarse él como protector y defensor de quien “fue atacada desde el primer minuto”, para tratar de desestabilizarla, en una táctica de victimización que sólo deterioró la investidura presidencial. Cristina necesita cortar el cordón umbilical que la ata a Néstor, librarse del abrazo del oso-pingüino porque es autodestituyente y ejercer el cargo en plenitud.
Mañana, los Kirchner afrontan la elección más difícil y con peor pronóstico de sus vidas. Si los votos corren un poco a Néstor del centro de la escena, tal vez ocupe ese lugar quien fue votada para eso. Con menos votos y menos bancas está claro que se viene un gobierno más débil. El pánico a recorrer Tribunales los puede llevar a patear el tablero y a seguir poniendo las culpas afuera. La mejor forma que Cristina tiene de fortalecerse es cumplir a rajatabla con las promesas que hizo en el discurso de asunción. Aún en su parábola descendente, los Kirchner tienen ahí un mapa para salir de su laberinto. ¿Lo usarán?