Los inmortales fuman. No les hace mella la foto que ponen en los paquetes de cigarrillos con gente a punto de morir, entubada a respiradores para espantar a los mortales. Hugo, el papá de mi amigo Adrián, estuvo a punto de morir varias veces el año pasado pero sigue acá. Y fuma. Hace poco recordé un relato de Jorge Luis Borges que se llama El inmortal y que está en El Aleph, no bien empieza el libro. Es un relato, como muchos de Borges, que no está escrito en forma directa sino que es un texto que encuentra alguien y que se transcribe. Es la historia de un hombre que viaja a la ciudad de los inmortales y relata lo que ve una vez que llega ahí. Este párrafo que voy a transcribir me explicó todo: “He dicho que la Ciudad estaba fundada sobre una meseta de piedra. Esta meseta comparable a un acantilado no era menos ardua que los muros recubiertos de un humo blanco e íntimo. En vano fatigué mis pasos: el negro basamento no descubría la menor irregularidad, los muros invariables no parecían consentir una sola puerta”. El humo “íntimo” era sin dudas lo que drenan en el insomnio los cigarrillos que fuman los inmortales. Los inmortales también gustan de traer objetos a su ciudad. Mi padre, que estuvo a punto de morir el año pasado también, varias veces, al recuperarse trajo de la calle unos largos listones de pinotea que no pueden ser cargados sin ayuda. Pero los inmortales suelen hacer estas proezas. Mi hermano me mandó unas fotos de las maderas apoyadas contra una de las paredes de la casa de mi padre. ¿Cómo las entró?, ¿cómo las trajo de la calle?, me preguntó en el mismo mail en que me mandaba las fotografías. Entrar esas maderas largas y pesadas era tan difícl como construir las pirámides. ¿Quién las hizo? ¿Cómo transportaron las piedras? Uno asocia la idea de inmortalidad a la trascendencia social. Si alguien hizo algo extraordinario en la vida, se convierte en inmortal. Un error de apreciación. A los inmortales no les importa la posteridad. De hecho mueren como moscas. Pero no les importa. No les pasan la película de su vida en los últimos minutos, ni se cuentan un cuento. Los inmortales están siempre en presente. Los grandes poetas, si lo fueron, cuando mueren, lograron crear un doble alquímico que se sigue paseando por las calles cuando ellos ya no están. Así que, atentos en Chile, busquen, busquen.