Hoy, domingo, termina el Primer Encuentro de Crítica y Medios de Comunicación, que se inició el jueves y cuenta con la participación de destacados críticos y escritores nacionales y extranjeros. El último capítulo del evento es un panel de discusión titulado: “¿Qué se puede esperar de la blogósfera?”, del que no sé demasiado, sólo que “participarán bloggers e invitados especiales”. Ah, y que me han encargado coordinar la mesa.
Como escribo esta columna el martes pasado al mediodía y debo viajar a Buenos Aires para el encuentro, confieso que tengo preocupaciones más urgentes: ¿cortarán la ruta los chacareros? ¿Habrá comida en la ciudad? ¿Reprimirá el Gobierno la protesta rural con tropas legales o bandas parapoliciales? En esa demora de los medios gráficos reside una de las ventajas de Internet: la inmediatez. Cuando escribo algo para el blog, no debo esperar una semana para verlo impreso en el diario, ni un mes para que salga en una revista. Para no hablar de lo que puede tardar en publicarse un libro. En principio, Internet es ideal para los ansiosos, lo que también es un gran inconveniente a partir de la tentación de hacer públicas sin mayor reflexión todas las tonterías que nos vienen a la cabeza.
Por eso, y por la agresión que esa misma inmediatez favorece y multiplica, gente respetable se niega a escribir en la Web, mientras que otra se escuda en la libertad que impera en el medio para descalificarla y refugiarse en su condición de profesional de la escritura en papel, como si ese título autoadjudicado tuviera hoy algún sentido o algún valor. Ya está, la Web es un lugar más en el que la gente puede expresar sus ideas. Es más versátil que los graffiti, más barato que los libros y más popular que los papers. En particular, nada impide que la crítica se ejerza en la Web tal cual como se la practica en otros ámbitos, con la ventajas de su ilimitada extensión y de la fecunda interacción con los lectores, cuyo aporte pasa a formar parte del texto de una manera inédita que hasta los medios tradicionales han comenzado a utilizar.
Sin embargo, las tradiciones de la blogósfera presentan inconvenientes al uso del intelecto en sus diversas formas. Recuerdo que cuando abrimos nuestro blog con la idea de publicar textos no demasiado diferentes a los que acostumbrábamos, recibimos advertencias de los veteranos que nos ridiculizaban por no adherir a la ligereza y la frivolidad a las que la Web supuestamente obliga. Hoy mismo, acabo de encontrar a un blogger que critica la longitud excesiva de mis reseñas, el cargo contrario al que se suele hacer a los suplementos culturales.
Si una modesta experiencia como blogger me ha enseñado algo, es a desconfiar justamente del concepto de “blogósfera”, entendido como una suerte de espacio virtual con su cartografía y sus leyes propias que prescriben estilos como la bitácora y formatos como el fotolog al mismo tiempo que proscriben intentos más ortodoxos de escritura. Un renacido macluhanismo oscurece las discusiones: no creo que la Web sea un mensaje en sí misma, aunque facilite enormemente la comunicación y la libertad de expresión (claro que, como ocurría en la era Gutenberg, los bloggers birmanos o cubanos no pueden decir lo mismo). Menos aún –a pesar de algunos notables esfuerzos colectivos– creo en la blogósfera como una comunidad en la que sus miembros se deben lealtades recíprocas y se abroquelan en patota contra la cultura oficial. Es oportuno aquí citar una frase de Robert Musil tomada de su conferencia sobre la estupidez: “Una cierta clase media-baja del espíritu y del alma pierde totalmente el pudor ante su necesidad de presumir tan pronto como, bajo la protección del partido, la nación, la secta o la corriente artística, le está permitido decir nosotros en lugar de yo”. En 1937 Musil pensaba seguramente en las camisas pardas, pero la reflexión se aplica bien a ciertos bloggers.