En el momento previo a ser candidato, Carlos Menem había sido gobernador de La Rioja y le ganaba una histórica elección interna (quizás la última con esas características) a Antonio Cafiero (hoy tardíamente reivindicado); Fernando de la Rúa había sido Jefe de Gobierno porteño; Néstor Kirchner intendente de Río Gallegos y luego gobernador de Santa Cruz; Cristina Kirchner tres veces senadora nacional y diputada nacional antes de ser finalmente dos veces presidenta, finalmente Mauricio Macri había sido dos veces Jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires y antes presidente de Boca Juniors, que paradójicamente lo proyectó nacionalmente incluso más que su posición de alcalde.
Muchos pensarán que los antecedentes no aseguran una buena presidencia y muy probablemente tengan razón. Sin embargo, aunque parezca que los votantes eligen a ciegas en el cuarto oscuro guiados apenas por la intuición y por la publicidad, esto no es verdad. Cuando miran a los candidatos les demandan muchas cosas, pero tres fundamentales: experiencia en gestión, capacidad de mando y una visión clara de hacia dónde pretenden que vayan las cosas.
Alberto Fernández muestra en su currículo una larga trayectoria en la gestión de la cosa pública, especialmente como primer Jefe de Gabinete de Néstor Kirchner, pero que se trunca aquel día de julio de 2008 que le presenta su renuncia indeclinable a Cristina Kirchner, mostrando diferencias insalvables con la deriva de su gobierno tras la disputa con los sectores agropecuarios y la controversia en ciernes con los medios. Pasaron once años y si el público se renueva como dice Mirtha Legrand, la opinión pública es una máquina de producir significaciones, pero también una máquina de olvidar.
La capacidad de mando como atributo es un rasgo que se presenta en forma contradictoria cuando se escucha hablar a los ciudadanos.
Les gusta que el presidente (o los candidatos) sean abiertos, escuchen, dialoguen, tengan equipo, etc., pero llegado el punto demandan que tomen decisiones a su mejor saber y entender, incluso aduciendo razones de Estado.
Por eso en la Argentina es impensado un sistema parlamentario, y las coaliciones siempre han sido ficciones. El principal talón de Aquiles de Fernando de la Rúa fue cuando la ciudadanía llegó a la conclusión que no estaba en condición de tomar decisiones, atrapado en los circunloquios de la Alianza. El punto es, como ya se empieza a plantear desde los voceros oficiales y oficiosos del macrismo que se va a intentar instalar la idea de que Fernández, de llegar a la Primera Magistratura, va tener dificultades para “mandar”, que va a tener que compartir las decisiones con su vicepresidenta, o que directamente ella va a organizar su gobierno. Todas las operaciones mediáticas montadas en torno a su estado de salud giraron en torno a esta misma idea, se trataría de una persona con dificultades para gobernar. Evidentemente Fernández no puede obviar este flanco en la construcción de su perfil de candidato.
La primera reacción de Hernán Lombardi cuando se difundió la noticia fue quizás intuitiva, pero en la misma dirección, en un tuit rememoró la situación de 1973 y la consigna “Cámpora al gobierno, Perón al poder”. Soslayó el detalle que por un recurso técnico de Alejandro Lanusse Perón estaba proscripto, pero a la hora de elaborar atajos cognitivos los detalles se pierden en la nebulosa de los tiempos.
Narrativas. El tercer elemento considerado, la elaboración de un discurso político de campaña, parece una tarea sencilla, pero es de harta complejidad por varias razones. Las demandas sociales son muchas, contradictorias y enfrentadas. Luego, está en juego el contrato electoral que el candidato va a anudar con la sociedad, en un marco mucho más limitado para desarrollar discursos ambiguos como tuvieron en 2015 Daniel Scioli y Mauricio Macri.
El tema del aborto es quizás el mejor ejemplo del laberinto que presenta una cuestión con posiciones encontradas e irreductibles.
Otras problemáticas no son más fáciles como la política tributaria. Una demanda constante de un sector de la sociedad es la reducción de impuestos especialmente para la famosa cuarta categoría, para los productos de la canasta y para las Pymes. Macri dijo en 2015 que en su gobierno ningún trabajador iba a pagar ganancias, y ahora pagan incluso más que antes, y el miércoles, con motivo de su lanzamiento, Roberto Lavagna dijo que las Pymes no iba a pagar más impuesto a las ganancias. Esta semana también se comenzó a vislumbrar las dificultades que generó la aplicación del impuesto a la renta financiera, un gravamen que se podía considerar como legítimo, pero que en un contexto de alta inflación se demuestra que convenía más guardar los dólares bajo el colchón que poner el dinero en plazo fijo en pesos.
En este plano, también se debatirá la cuestión más general del rol del Estado. Los argentinos quieren un estado presente pero que no asfixie, pero cuando se baja en la pirámide social, donde se afincan los votos de la fórmula F&F, la principal demanda es que el gobierno genere trabajo, ¿cómo dar cuenta de esta cuestión sin tecnicismos?
Vínculos. Por otra parte, surgirán las dudas como enfrentar temas polémicos. Por supuesto que desde una mirada ingenua se puede pretender que un candidato plantee las cosas con total franqueza, como lo hacen candidatos sin reales chances, pero ¿sería prudente, por ejemplo, proponer un acuerdo de precios y salarios sin que haya una remarcación masiva “por las dudas” o plantear posiciones que no desemboquen en una venta masiva de bonos? Por eso la construcción de una narrativa coherente y esperanzadora es una tarea más compleja y relevante para el candidato incluso antes que anidar acuerdos -muy necesarios- pero que pueden ser delegados en otras personas. Una conclusión es que Alberto Fernández necesita a un Alberto Fernández, para dedicarse a pleno en la construcción de su vínculo con la sociedad.
*Sociólogo (@cfdeangelis)