Fernández-Fernández. La fórmula insospechada. Ella lo hizo de vuelta, sacudir los cimientos de la sociedad y al sistema político, cuando el orden de los nombres para la boleta presidencial es ahora Alberto-Cristina.
Estrategia estropeada. Entre las idas y venidas de la Corte Suprema, finalmente el Gobierno había logrado recuperar su highlight de la campaña electoral: colocar a Cristina Kirchner en el banquillo de los acusados. Con ese movimiento, el Gobierno apuntaba a cancelar definitivamente los planes alternativos que procuraban desplazar a Mauricio Macri de la fórmula presidencia, y también recuperar a esa parte del electorado que quería sobre todas las cosas ver a la ex presidenta entre rejas y que en los últimos tiempos había comenzado a observar otras ofertas electorales, como la de José Luis Espert y la de Roberto Lavagna.
Todo este esfuerzo por parte del oficialismo para torcer la voluntad de los supremos que habían pedido el expediente para analizar los posibles defectos de la causa que se instruye sobre la obra pública en Santa Cruz cayó políticamente en saco roto. Ahora, el candidato a la presidencia es alguien que no figuraba en la grilla de los candidatos habitualmente medidos por las consultoras, y es un abogado que tuvo un rol fundamental tanto en la transición entre Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner como en el gobierno de este último. Efectivamente, Alberto Fernández se constituyó prácticamente en el armador de un gobierno que podía combinar figuras como Roberto Lavagna en Economía, Ginés González García en Salud o José Nun en Cultura. Como se sabe, Fernández continuó en funciones en el primer gobierno de Cristina Kirchner hasta el 23 de julio de 2008, cuando –en ostensible disidencia con las orientaciones del gobierno, en particular frente al conflicto con los sectores agropecuarios y el manejo de la relación con los medios– presentó su renuncia y se fue a su casa.
Acoplados. Lejos de una imagen de alguien fácilmente influenciable, Alberto Fernández emerge con la potencia de quien sostiene las propias convicciones, lejos de las insinuaciones de que coexistirá un doble comando, que empezaron a emerger desde las usinas gubernamentales a partir del minuto cero del anuncio de Cristina de la novedad. Pero la fuerza gravitatoria que provoca el paso al costado (no muy lejano) de Cristina Kirchner cediendo el espacio a Fernández no solo es un juego que afecta al Gobierno, sino también al propio panperonismo.
Muchos actores de primera línea del peronismo, incluso cercanos a Alternativa Federal, volverán sobre sus pasos porque la figura de Alberto es atractiva por su capacidad negociadora, su moderación y su ponderada racionalidad. No es improbable que algunos busquen sumarse a unas PASO, mientras otros intentarán aportar a una campaña que, lejos del modo nostalgia en que Cristina se presentó en 2017, proponga un camino con la mirada en el futuro. Pero claro, más allá de sus virtudes personales, Fernández cuenta con el empuje del camión de doble acoplado electoral que significa tener a Cristina en la fórmula presidencial. El despliegue de la atracción magnética de la fórmula mejor guardada desde la de la Coca-Cola se verá con luminiscencia en los próximos días.
El péndulo del dolor. Si existe algún consenso en la Argentina actual, es que no se puede seguir así. Los bandazos políticos de la historia argentina desde el siglo XX hasta estos días, combinados con la aplicación de recetas insostenibles fruto de dogmatismos económicos que suelen terminar en crisis, no han traído como consecuencia más que el sufrimiento de una buena parte de la población, y el enriquecimiento de una escueta minoría. Siempre se debe recordar que, en la actualidad, casi la mitad de los chicos argentinos son pobres y así obviamente no hay futuro posible, no solo para pobres sino para la propia existencia de una comunidad. Ni la idea del Estado como único instrumento con capacidades para movilizar a los sectores hundidos en la pobreza, ni que el mercado sea el único asignador óptimo de los recursos se pueden sostener como creencias binarias y excluyentes.
Sin embargo, las propuestas de consenso promovidas en las últimas semanas parecen ser más producto de tácticas y posicionamientos electorales que una voluntad real de encontrar denominadores comunes para salir del brete en que se encuentra el país por las políticas económicas llevadas adelante por el gobierno de Macri, con todas las sumatorias de políticas económicas erráticas de gobiernos anteriores que se quieran agregar.
Pero no hay capitalismo posible con una tasa de inflación de más del 50% anual, tasas de interés usurarias, impuestos imposibles de pagar para quienes no pueden darse “el lujo” de evadir, un deterioro salarial del orden del 30% y una caída de la actividad económica que no tiene precedentes en los últimos treinta años. La ilusión de un gobierno “pro mercado” iniciando una era de prosperidad basada en la iniciativa privada ha caído definitivamente. Por eso el país ha clausurado la etapa actual, entrando en la era poscambiemita.
Futuro incierto. El prefijo “pos” no es simplemente un truco sino la percepción de que se sabe lo que se va, pero no se conoce lo que vendrá. Con la fórmula Alberto Fernández-Cristina Kirchner se despliega una alternativa que podría denominarse como neokirchnerista con una cuota de moderación y búsqueda de equilibrios necesarios entre Estado y mercado. La otra opción que se estuvo barajando estas semanas sería la construcción de un conservadurismo popular en una confluencia entre el PRO y el peronismo amigable, opción que parece dinamitada frente a la impactante novedad del corrimiento de Cristina.
Hilar un posible consenso será tarea de un fino orfebre, no hay acuerdos posibles sin la concurrencia de los sectores de la economía (y poder) real, es decir, los sectores del agro, la industria multinacional, y local, las pequeñas y medianas empresas, el sector financiero, y por supuesto los sectores del trabajo y las organizaciones sociales en sus múltiples variantes. También debería existir un involucramiento de la sociedad civil, donde evidentemente conviven diversas posturas, incluso en los que fueran consensos históricos del país, como la educación pública. ¿Podrá existir un acuerdo en el que todos cedan algo?
*Sociólogo (@cfdeangelis)