Alexei Navalny sufrió en agosto un intento de envenenamiento con un producto tóxico usado por las fuerzas de seguridad. Trasladado a Alemania, se recuperó y el domingo pasado regresó a Moscú, donde fue detenido por 30 días por una alegación de fraude.
Se dudaba que volviera al país y muchos creyeron que su figura se iría desvaneciendo en el destierro, como fue el caso de otros opositores de Putin.
Todo hace pensar que el gobierno de Putin cometió una sucesión de errores –desde el envenenamiento frustrado a su detención– que lo equiparan en un mano a mano político con Putin, que ya había realizado una serie de cambios institucionales y constitucionales para prolongar su mandato hasta más de 2030.
Pero el gobierno no es monolítico, pese a que mantiene, así sea con un creciente declive, significativos niveles de popularidad, y pese a la deriva que lo pueda llevar desde un autoritarismo “soft” a uno más crudo. De hecho, en la pugna entre distintos grupos que se benefician en su entorno, dejó el manejo de la oposición a los “siloviki” de las fuerzas de seguridad y no a una estrategia de neutralización de la oposición por parte de funcionarios políticos. Como señala una analista rusa, los “siloviki” se ocuparon de la represión, a los funcionarios se les encargo la economía y a los gobiernos regionales la lucha contra la pandemia en el marco de la consolidación del poder personal del presidente y de una pugna entre grupos con intereses propios. Frente a esta estructura heterogénea focalizada en la figura de Putin, pero con crecientes tensiones y fracturas internas, la figura de Navalny –de una alta capacidad creativa para elaborar estrategias ingeniosas, como el “voto inteligente” que permitió fortalecer a la oposición en las elecciones regionales- se agranda a nivel popular y adquiere contornos míticos para muchos ciudadanos, especialmente para los más jóvenes, descontentos con el sistema. Sin embargo, Navalny no se asume como un líder liberal pro-occidental y se focaliza en cuestionar la corrupción del sistema, como un crítico de Putin.
Las denuncias y sanciones de Occidente, tanto desde la nueva administración de Joe Biden como de distintos gobiernos europeos, o las acusaciones del Kremlin de que es un traidor y un agente extranjero, no necesariamente lo convierten en el héroe liberal y prooccidental que algunos quisieran ver, principalmente porque la política doméstica rusa no se presta a estas simplificaciones.
Es una voz que ha crecido y ha incrementado su capital político en la confrontación con Putin y a quien los errores del Kremlin han transformado en la segunda figura política más importante del país. A partir de este hecho, esta por verse si su capacidad (y su valentía) política lo están llevando progresivamente a convertirse en la contrafigura del presidente y en un potencial rival que, pese a todos los obstáculos y limitaciones institucionales y políticas impuestas, pueda llegar a competir con la figura de Vladimir Putin.
*Analista internacional. Presidente de CRIES.