Las cuestiones internas de por qué Boca revolea la cola en el Clausura ’09 y se quedó fuera de la Copa a manos de Defensor Sporting fueron analizadas y desmenuzadas en ediciones anteriores en estas páginas. Los errores son variados, y tienen como protagonistas a gente de todos los estamentos del club. La dirigencia encabezada por el presidente Jorge Amor Ameal es responsable de no reforzar el equipo. Está bien que las cosas se hicieron para cuidar el mango, pero los resultados no acompañaron y las responsabilidades tienen que ver con la economía de guerra que implantaron. El déficit del club es tan extraordinario que los 8 millones de dólares que entraron por Dátolo y los 2 millones de Boselli no paliaron el problema de forma contundente. Entonces, las compras se redujeron a las de Abbondanzieri, Lucho Figueroa y Damián Díaz. Nada más. El hincha se atrevía a soñar en grande porque se había acostumbrado a las hazañas, pero nunca como ahora hubo tantas fallas en distintos lugares.
La pregunta del millón es si Carlos Ischia se tiene que ir. No corresponde a los periodistas contestar esta pregunta, sólo nos corresponde hacerla. La respuesta la tiene los dirigentes. El tema –además– es una cuestión de formas. La realidad es que el presidente y varios directivos del club pretenden que se vaya. No porque no lo quieran, sino porque consideran que cometió demasiados errores. Muchos de estos dirigentes quieren como DT a Carlos Bianchi, pero cuando el Virrey asumió como mánager, hizo poner una cláusula que le impide ser el sucesor de Ischia.
Lo que sí nos corresponde –en cambio– es analizar el trabajo de Ischia. Los resultados son negativos. En el torneo, Boca ocupa el vigesimosexto lugar, con 16 puntos en 14 partidos. En la Copa, se quedó afuera eliminado por un rival chico. Su error principal fue formar el equipo para el primer semestre alrededor de un solo jugador: Juan Román Riquelme. No fue un error porque Román no esté en condiciones de ser el eje del equipo, sino porque no había un plan B a eso. Riquelme sufre problemas físicos desde hace rato (poco entrenamiento, lesiones), juega poco y, cuando lo hace, no desequilibra como antes. Y cuando no puede estar, sus reemplazantes no están a la altura, ya sean Chávez, Gaitán o Gracián. Cuando Román desertó, Ischia intentó alguna vez un 4-4-2, pero, básicamente, trató de que la ausencia se sintiera lo menos posible. Parece que hubo imprevisión y no se trabajó lo suficiente.
Los inconvenientes defensivos del equipo fueron un tema sin solución. Las distracciones le quitaron varios puntos en minutos clave de los partidos. Y distracciones que, como en el gol de Defensor, costaron seguir en la Libertadores.
En cambio, no se puede acusar a Ischia del bajo nivel de Abbondanzieri, aunque el Pato no haya sido culpable directo de alguna derrota. Es un jugador caro a los afectos xeneizes; sin embargo, no dio la seguridad de otros tiempos. Pero tampoco la dieron sus eventuales reemplazantes, Javier García y Josué Ayala.
El tema final del rendimiento del equipo es la poca influencia de Rodrigo Palacio. Está a años luz del delantero desequilibrante que era un jeroglífico para cualquier defensor rival. Ahora es un obstinado chocador que no puede con sus rivales y, para colmo, el arco parece quedarle muy lejos. De este modo, toda la esperanza ofensiva queda en los pies, la cabeza, el cuerpo y el alma de Martín Palermo y a veces, como la noche del jueves, es bien marcado y no tiene espacio para establecer superioridad. Y cuando Palermo no puede meter ni siquiera un cabezazo o no puede hacer alguna cabriola milagrosa, no hay Dios que ayude a Boca. Los volantes llegan muy poco al gol (ni siquiera Riquelme, que no convierte ni de penal) y la subida de los laterales se hizo muy previsible.
La mayor culpa de Ischia tiene que ver con esto: Boca se hizo un equipo previsible, los rivales saben qué hacer para controlarlo. Y los jugadores son responsables de no mantener el nivel. Apenas Battaglia juega con alguna regularidad y Fabián Vargas aparece con talento y sacrificio. El resto está por debajo de lo que puede ofrecer.
El epílogo es para la interminable interna del plantel, agravada y exhumada cuando los resultados no acompañan. Ya fue dicho acá que el verdadero líder del grupo es Palermo. Y a Riquelme, eso no le gusta nada. El 10 sigue enfrentado con tipos importantes, como Palacio o Abbondanzieri, y Palermo suma adeptos a cada paso. Ischia discutió con Bianchi, el contrato de Bianchi es alto, demasiado como para este momento económico del club (la idea de traerlo de mánager fue excelente, digamos). Y hay dirigentes que quedaron al margen del fútbol profesional que operan a periodistas enemigos de Bianchi para que lo hundan con palabras y ensalcen a estos directivos, a quienes la llegada de Bianchi les cortó un negocio que, alguna vez, sabremos exactamente cuál es.
Boca no está funcionando. Todo lo que disputó en el semestre lo perdió. Nada es casual. Si bien el presidente Amor Ameal dice que los contratos están para ser cumplidos, todos saben que las horas de Ischia al frente de Boca están contadas y que la limpieza de mitad de año incluirá apellidos ilustres.
Llegó la hora de la renovación. Llegó el momento de ponerse los pantalones largos, dejarse de peleas absurdas y tratar de retomar la senda que comenzó en 1998.
Este Boca de la noche del jueves no se pareció en nada al que dice querer ser el Rey de Copas.