No hay sociedad sin tirano. El tema es detectar para dónde va el cortejo fúnebre y dónde está la multitud que palmotea al reemplazante. Y no confundir, que muchos filósofos populares hoy se quedan roncos con el megáfono de la deconstrucción postulándose como contrapoder, y son, el poder mismo. Ahí está la letra chica, ellos son el poder. A mí me hubiera gustado nacer en los años 20, aunque en Europa me hubieran gaseado en el ardor de la juventud. Me hubiera gustado nacer en 1945, desde la cuna ver cómo se destripan los grupos de la Resistencia. Nacer en los años 60, aunque en Latinoamérica me hubieran chupado los grupos de tareas. Pero nací en el 77 y el nacimiento que no fue, será siempre un fantasma, una melodía inaudible, como los que vieron morir a un hermano ahogado o en el altillo, en plena infancia, un accidente con las balas del padre. La otra vida, la que no se tuvo, es algo que no se desprende. Doppelgänger. La doble vida de Verónica de Kieslowski, Persona, de Bergman. Imagino un reloj de pared de madera con pajarito que dice que estamos en el siglo XXI, cucú, hay que escribir ahora. El mundo basculó en los 70, ahí cuando se empezó a diseñar la idea de felicidad individual. La idea retorcida que nos llevó rápido al fiasco. Sean felices. El reloj de pared dice que estamos terminando el 2020 y que hay que escribir ahora, en la Era de las Tribunas, la trampa del obscurantismo militante, del gulag digital al menor error. Hay que escribir desde la ideología acumulativa de la inclusión. Siempre más y más inclusión, a riesgo de dejar a otros afuera o de caer en el absurdo de la identidad sexual paródica. Hay que escribir ahora. ¿Qué hay que hacer, a qué hay que renunciar para estar a tono con la época, para no estar solo? Virginie Despentes lo sabe bien. Ella le mete el dedo en el culo a los poderosos, ella defiende a las trabajadoras sexuales, maldice a los burgueses de París, y glorifica y estetiza a los terroristas islamistas de Francia. Porque, para conservar poder, hace falta estar del lado que conviene. John Berger decía que todo escritor es un huérfano que le escribe a otro huérfano, me alivia pensarlo así. Los escritores tienen que escribir en contra de la mentalidad que se les asigna, en contra de la presión colectiva, pero el problema no es lo que escribimos, lo que nos publican, lo que nos instan a escribir, el problema es lo que somos.