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La economía chica y la máquina del tiempo

El crédito y el ahorro son los dos mecanismos económicos inventados para “viajar en el tiempo”. En este aspecto, aunque no es el único, la economía supera a la ciencia ficción.

Szewach
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El crédito y el ahorro son los dos mecanismos económicos inventados para “viajar en el tiempo”. En este aspecto, aunque no es el único, la economía supera a la ciencia ficción. En efecto, si quiero “traer” consumo del futuro al presente, me endeudo, tomo un crédito, y luego, “devuelvo” ese consumo anticipado, cuando tengo que pagar el crédito. Si, por el contrario, quiero “llevar” mi consumo al futuro, ahorro, sacrifico parte de mi consumo presente y lo recupero en el futuro gastando mi ahorro.

El mecanismo más eficiente para viajar en el tiempo de esta manera es el mercado de capitales y el sistema financiero. A través de ellos se coordinan las decisiones de aquellos que quieren traer futuro al presente, tomando deuda de aquellos que prefieren llevar presente al futuro, prestando sus ahorros. La tasa de interés, obviamente, es el “combustible” de la máquina. El premio y el costo.

Es por eso que el mercado de capitales es un “bien público”. Sin su existencia, la posibilidad de “movernos en el tiempo” de esta manera con consumos y ahorros resulta extremadamente costosa, cuando no imposible. Y es por eso que los gobiernos tienen que proteger la calidad de esta máquina, y defender su existencia. Cuando esta máquina se deteriora, la posibilidad de este viaje en el tiempo desaparece, con todo lo que ello implica.

Pero que la máquina esté disponible, no significa que se pueda viajar. Hace falta un ingrediente adicional central, la “confianza”. Si quiero traer consumo del futuro, alguien tiene que confiar en que en el futuro voy a poder pagar. Si quiero llevar consumo al futuro tengo que confiar en que en el momento en que decida consumir, alguien me va a devolver los fondos que presté.

Toda esta larga y aburrida explicación sirve para comentar los problemas que enfrentamos en el mundo y en la Argentina. En el mundo la “máquina” se rompió, inicialmente por un problema de “diseño”, que llevó a una crisis generalizada de confianza. Ahora, los gobiernos y los bancos centrales, mientras solucionan el problema de “diseño”, han puesto un sistema “muleto” con fondos públicos y regulaciones varias que intentan que se recupere la confianza y el mundo del crédito vuelva a funcionar. En la Argentina, en cambio, no hay ahora, en general, problemas de “diseño”. Pero los sucesivos gobiernos se encargaron de ir minando y destruyendo la confianza de todos aquellos que llevaron su consumo al futuro (ahorristas) y favoreciendo, en general, siempre, al final de la historia, a los pocos que pudieron traer su consumo del futuro (deudores).

Esto generó un desbalance importante en el sistema. Cada vez menos ahorristas y cada vez más demandantes de crédito. Pero como el tamaño de la máquina lo determinan los que deciden postergar sus consumos, la máquina es cada vez más pequeña. Dicho de otra manera, el tamaño de la máquina, o sea la capacidad de poder obtener crédito, depende del ahorro disponible, y el ahorro disponible es directamente proporcional a la confianza. A mayor confianza mayor ahorro interno, a mayor desconfianza menor ahorro interno.

El gobierno de los Kirchner, ayudado por el Poder Judicial, primero, y por el Poder Legislativo, después, se está encargando de reducir aún más la confianza y, por lo tanto, el tamaño de la máquina. En efecto, mentir con el CER, y defaultear la deuda emitida en pesos indexados, redujo la confianza en la deuda pública. Transformar un ahorro previsional en un impuesto, con la confiscación de dichos ahorros y la estatización de las AFJP, redujo el tamaño del mercado de capitales privado y, además, por la desconfianza generada, indujo a una fuga de capitales adicional y muy superior a lo confiscado. El resultado, la “máquina” es más pequeña, y la posibilidad de crédito, en consecuencia, es menor.

Reducida la máquina del tiempo, y con incertidumbre sobre los ingresos futuros, las familias consumen sólo lo imprescindible, postergan lo postergable y, si pueden, lo que ahorran, lo guardan fuera del sistema financiero local (en otra máquina). Las empresas hacen algo parecido, reducen su capital de trabajo, achicando tamaño, postergan inversiones, y no aportan nuevo capital.

El Gobierno, por su parte, aumentó impuestos –no es otra cosa el paso de la capitalización al reparto– e incrementó sideralmente de “facto” su deuda –la confiscación del stock, más el compromiso de la jubilación a los futuros jubilados–. Los gobiernos provinciales y municipales, a su vez, destruida la posibilidad de colocar deuda, elevan impuestos, reduciendo el consumo disponible del sector privado. Dicho sea de paso, además, si el Estado nacional o los estados provinciales financian obras públicas de larga duración con impuestos, empeoran la “distribución del ingreso intergeneracional”, dado que nos hacen pagar a nosotros, al contado, obras que disfrutarán también las futuras generaciones. Por eso las obras públicas se financian con deuda, para que cada generación pague lo suyo.

Vuelvo. El resultado final, una economía más chica, con menos crédito, con peor distribución del ingreso –porque los ricos pueden mantener consumo presente desahorrando, pero los pobres no–, y con estados que expanden el gasto cobrando impuestos de manera que el “neto” es el mismo, siempre y cuando la desconfianza no siga alimentando la fuga de capitales privado. Y, por si esto fuera poco, con la ley de confiscación de los ahorros previsionales, una brutal expansión de la deuda pública de largo plazo.

En síntesis, un típico negocio K.