Cesar Luis Menotti debería ser el presidente de los argentinos en 2011. Claro, si en su momento hubiera aceptado el obsequio electoral que le hiciera Carlos Menem, regalo que al rechazarse lanzó al riojano en busca de otra alternativa en su peregrinaje de llevar talentos desconocidos para la política: entonces mudó al progresista de técnico de fútbol por un insípido conductor de Formula Uno, catapultando a Carlos Reutemann, quien después de los próximos comicios se perfila como el más seguro ocupante de la Casa Rosada.
Alguna reflexión crítica debería imputarse Menotti: se perdió ser gobernador de su provincia, Santa Fe, tambien senador y, ahora, quizás mandatario nacional. Y si él no lo ha hecho ante el espejo, en cambio ya meditó al respecto un hombre de su misma procedencia ideológica, Carlos Heller: por no desperdiciar ninguna oportunidad histórica como Menotti, ahora comparte lista, sin enrojecerse, con el compañero Piumato, sindicalista de la CGT de “los gordos” y funcional servidor de Hugo Moyano.
Curioso amontonamiento, ya que cuando el hoy próspero banquero cantaba la Internacional, el dirigente camionero merodeaba la CNU en Mar del Plata. No hay que revisar archivos, es cierto, todo sea por defender “el modelo”, como dice Néstor Kirchner. Si hasta es grato el toque femenino en la misma fotografía con Nacha Guevara, la remixada abanderada de los pobres, esa Evita montonera de estos tiempos con responsabilidades tan notables que la obligaron a recluirse –como ejercicio de pensamiento– en la Polinesia. Ni Menem con la pizza y el champagne, primer autor de los castings a la fama, pudo imaginar que el kirchnerismo culminaría en estos sofisticados destinos geográficos.
SER O NO SER K
Delicias de este tipo no ocurren sólo en ese sector político. Los disidentes bonaerenses, por ejemplo, llevan a la hija de José Ignacio Rucci como aspirante a diputada sólo por portación de apellido. Una forma de que el “Momo” Venegas invierta y se sienta identificado con la columna vertebral del PJ. Otro caso el de la ya veterana actriz del escenario a la Cámara. Tal es el progreso de la farándula en la política que, quizas, haya que imaginar cupos para tantos deportistas, actores y cantantes. Este sabroso anecdotario, más las pujas y presiones para confeccionar las listas, los pesos que unos pagaron para figurar y otros cobraron para estar, fueron parte del repertorio que envolvió –hace 48 horas– a un núcleo de connotados empresarios de distintos sectores (bancos, campo, industria) que se convocaron por una proclama trascendente –imaginar el rumbo del Gobierno luego de los comicios venideros– y buena parte de la charla la derivaron hacia la diversión del cierre de campañas.
Cuesta escaparse de la miseria. Atrevidos los empresarios por la índole del cuestionamiento futuro, arriesgándose además por la lamada al acto: saben que esos encuentros son un desafío para los Kirchner, casi una rebelión, el solo hecho de congregarse provoca urticaria en un matrimonio presidencial hoy atento y pródigo con todos los organismos del Estado para averiguar lo que ocurre o se filtra de esas reuniones.
No es de lo único que quieren saber, claro, ya que todo tipo de dudas los persiguen. Cierta vulnerabilidad, por otra parte, puede entenderse en el sosiego de la pareja. A Cristina le disgustó que hace pocas horas la tropezaran unos ruralistas en el aeropuerto de Entre Ríos para entregarle un petitorio, burlando el celo de su custodia. Le endosaron la culpa al responsable de Aeronaútica y, al despedirlo, se supone que terminaron con el problema. Pero han ocurrido otras violaciones en la cercanía presidencial: se habla, por ejemplo, del gentío que cruzó alguna valla de la residencia de Olivos, hace unos meses, cuando se registró una manifestación contra la inseguridad. Comprensible el temor oficial por estos episodios, ya que las autoridades a cargo –para frenar con energía cualquier tipo de conato– requieren de un permiso escrito y esa constancia no es fácil de arrancar en el Gobierno (para evitarse juicios posteriores el que la suscribe, claro). Por lo tanto, la situación es compleja para los uniformados: si castigan, los echan; si no castigan, los echan también.
Muchos conocidos empresarios en esa cumbre, antes devotos del kirchnerismo y ahora inquietos por la caída de la actividad económica, los despidos consecuentes, el tipo de cambio, las dificultades técnicas para honrar deudas que enfrenta la Administración, etc. Aunque faltaban entre esos conspicuos personajes colegas como Crístobal López o Eduardo Eurnekian, ahora entretenidos y asociados en la compra de áreas petroleras de la multinacional Chevron, en el territorio bendito de Santa Cruz. Gente ocupada por diversos emprendimientos que, cuando corresponda, agradecerá la Presidenta debido “a la confianza en el país”, mientras ellos dos a su vez agradecen a quien hizo la presentación entre ellos para mejorar la sinergia de sus futuros negocios. Casi un gurú que les recomienda o les dice lo que deben hacer. Tan activos estos consorcios que el dos de Eurnekian en su grupo, para muchos ya un número uno, Ernesto Gutiérrez, aseguran que viajó a Roma para demostrarles a los titulares italianos de Telecom no sólo su voluntad de compra (en combinación con el grupo Werthein y el consejero que también los presentó), también la garantía oficial de que ésta será aprobada, sino también para ofrecer la cobertura de un fondo registrado en los EE.UU. que, al parecer, según explica Gutiérrez, está dispuesto a invertir hasta l4 mil millones de dólares en el negocio. Nadie pregunta por los aportantes de ese fondo, sí en cambio se comprende la mención de cifras tan significativas para una operación.
HACIA CHAVEZ O EL FMI
Es que en Europa, después de ciertas transacciones en la Argentina, hay reticencia con los empresarios que aparecen como posibles adquirentes de activos. En determinados círculos transita la anécdota del grupo argentino que compró un importante porcentaje de una de las mayores compañías extranjeras en el país y, al concluirse y firmarse el trato, los nuevos propietarios adujeron que carecían de recursos para solventar los costos que demandan abogados y escribanos en estos servicios. No podían pagar ni la bicoca de los honorarios –bicoca considerando el monto de lo transado–, hubo que realizar un nuevo acuerdo de partes y repartir dividendos anticipados para cumplir con las exigencias habituales de los profesionales.
Ya no se preguntan los empresarios quién gana o pierde en las elecciones de junio. Hasta parecen saberlo, tal vez lean las encuestas que Néstor Kirchner aconseja no leer. Quieren saber en cambio –y analizan trabajos al respecto– lo que puede ocurrir en el país luego de realizados los comicios. Obvio: son múltiples los escenarios y combinaciones, pero convendría detenerse en uno: ¿hacia dónde irá el Gobierno si llega a convencer o convencerse de que la posible obtención del 35% de los votos constituye un triunfo y que la ciudadanía –sin considerar el otro 65%– le ha otorgado un nuevo respaldo? Es de suponer, como lo promete el dúo presidencial, que vendrá la profundización del modelo. Pero nadie –por lo menos, los presentes en esa reunión– entiende lo que significa el modelo, mucho menos su profundización y el sentido que esto implica. Aunque ese ejercicio de esclarecimiento supone dos posibilidades primarias: ¿habrá más chavismo en el futuro o, acaso, un giro contrario y liberal –perdón por el uso del término– hacia las variantes de un entendimiento con el Fondo Monetario Internacional?
Se escucharon las dos campanas, cada una con su sonido elemental, aunque coincidentes en una misma expresión: tras el 28 de junio, el Gobierno deberá emprender una serie de medidas que lo alivien de una situación económica que, sin ser grave, se torna acuciante y requiere de fondos alternativos para seguir respirando. Cualquier párvulo sabe que, si hace unos meses, con el país en situación menos comprometida, hubo que apelar a la billetera venezolana de Hugo Chávez, hoy la necesidad de nuevos ingresos se vuelve inapelable a menos que el Gobierno decida bajar los sueldos y realizar todo tipo de cortes. Nadie lo ve en esa función a pesar de que alguna vez Néstor Kirchner les redujo los salarios a los trabajadores de Santa Cruz.
BOUDOU, EL GOLDEN BOY
Estaban los que anunciaban cambios en el gabinete de Cristina apenas concluya el escrutinio, como si un cambio de hombres supondrá enjugar déficits. Ensayaban con Amado Boudou como ministro, formado en el CEMA, casi play boy, repentino interventor de los fondos del ANSES y ahora responsable del flujo y del stock de los jubilados –tema que interesará alguna vez a la Justicia– como nueva estrella kirchnerista. Junto a su llegada, remociones, gente que se irá sin despedirse porque nadie se ha dado cuenta de que estaban. Decían que Boudou, por ejemplo, reúne esas condiciones del kirchnerismo cristinista que enarboló Martín Lousteau en su momento, atributos que la crisis y los fracasos apagaron junto al extinguidor Néstor. Quieren imaginar que Boudou, al revés de Sergio Massa –quien hasta encomendó brujos en su contra–, podría acoplarse a Martín Redrado en una política de acercamiento con el Fondo Monetario Internacional. Ninguno de ellos dos, entienden, le hará decir como dijo la Presidenta que se ha terminado el capitalismo y hasta quizás descubran que fue improvisada la decisión del adelantamiento electoral: en octubre, quizás, los mercados se encuentren más fortalecidos que en junio y el oficialismo, por lo tanto, dispondría de mayor oxígeno. Ahora no sólo es tarde, sino también es vano buscar al responsable del apresuramiento: todo el mundo sabe quién es.
Sí, lo escucho a Néstor, atiendo lo que dice, cuando despotrica contra el FMI, en aquellos momentos en que se vuelve un energúmeno y en aquellos otros que parece tierno con los niños. Sé de sus condiciones duales o múltiples, me acuerdo de aquella confesión cínica en España: vean lo que yo hago y no lo que yo digo. Así se expresaba uno de los asistentes en la confianza de que los Kirchner, al cerrarse las urnas, desandarían el camino hacia el FMI. Hasta tienen la excusa retórica –afirmó– de que ya no está George Bush y que ése es un cambio sustantivo. Como muchos colegas opinaron en contra de esa eventualidad, él sencillamente contestó: si el matrimonio no quiere pactar con el fondo, ¿para qué lo envía a Redrado o a Fernández para conocer las condicionalidades –otra vez el lenguaje de otras décadas– de un posible crédito? No le falta razón cuando, además, remató sus frases con las condicionalidades ineludibles que los funcionarios recogieron en el exterior. A saber:
l) La Argentina habrá de someterse, una vez al año, a una revisión de sus cuentas, a partir lógicamente de registros contables satisfactorios para los expertos.
2) Será necesario desmontar el sistema estadístico fabricado para el INDEC por Guillermo Moreno –instrucciones de Néstor Kirchner– y aceptar otro modelo, convencional y semejante a los utilizados en otras partes del mundo, naturalmente cercano a la realidad económica (a propósito, cuando se mencionaba este tema, varios preguntaron: ¿dónde está Moreno, no habrá que presentar un hábeas corpus para que aparezca otra vez?).
3) También, un acuerdo de estas características exige el compromiso de someterse al cumplimiento de un programa que le garantice al FMI el cobro de su préstamo. Al organismo no le interesa si Kirchner estatiza más o menos, si se abraza o no con Chávez o Morales, si produce más pobres o más ricos, tampoco le importa aconsejar en ese sentido: sólo exige el desarrollo de un cuadro técnico con la forma y los medios que le garanticen los pagos correspondientes.
LOS NUMEROS MANDAN
Esto, claro, está en la mesa de la Presidenta y de su esposo. Aunque se disfrace con la versatilidad del oficialismo, igual esa vuelta al FMI significa un revés político. Aunque, cuando la necesidad obliga, se apela a los recursos más detestables. Este argumento no penetraba en otros empresarios, más bien angustiados, convencidos de que los Kirchner –por la presión de los números– se recostarán más adelante en los protocolos chapistas, en un giro populista que ahora se promete desde la tribuna cada vez que el ex mandatario habla en un teatro bonaerense. Sospechan asustados que, luego de las elecciones, habrán de sobrevenir nacionalizaciones previsibles, más injerencia del Estado sobre el sector privado, cambios tributarios con justificativos sociales, tal vez alguna incautación. Se amparan en palabras que Néstor Kirchner repite en sus discursos, también la propia Presidenta, y hasta en alusiones del propio inquilino de Olivos con citas de Salvador Allende.
Para estos empresarios, éste será el curso del Gobierno tras los comicios siempre y cuando puedan demostrar que la población no los repudia. Pero interrogó uno: si el gobierno asegura que profundizará el modelo, ¿por qué aguardar a las elecciones y no lo hace en los 45 días que restan? Hoy dispone de todo el poder, en apariencia, apenas si le falta el coraje. Además, si el esquema de la profundización genera más votos, ¿para qué demorar las medidas a la realización de los comicios? ¿No conviene hacerlo ya? Y, si como todo el mundo sabe, necesita dinero porque ni la ANSES alcanza, ¿quedan fuentes en el sector privado que puedan proveer esos recursos?
El rubro bancario parecía temblar, pensando no sólo en los que ahorran en dólares y los renuevan en sus plazos fijos, sino en su propia existencia, en los encajes contantes y sonantes que pueden convertirse, por obra de una firma simple, en papelitos a cobrar –si se puede– en un futuro a determinar. Finalmente, se repetían, ¿no es la misma Cristina quien habla de los bancos con la misma rabia de Bertolt Brecht, quien insiste con las rentas extraordinarias que han obtenido, con los créditos que no conceden, con la liquidez que poseen y con las altas tasas que cobran? Aunque ninguno tiene cara de víctima, lo cierto es que muchos de los banqueros parecen propicios para el sacrificio.
Partieron entonces unos pensando en la cercanía del cadalso y, al mismo tiempo –como fruto de la Argentina dual que transcurre– en que podrían participar de la fiesta de los mercados que parece avecinarse. Como si fuera lo mismo. Postergando inclusive el debate económico de los días próximos o del segundo semestre, discutiendo el enredo de las encuestas, preguntando si era cierto que a Roberto Lavagna lo habían llamado desde el búnker de Francisco de Narváez y, también, desde el de Néstor Kirchner. O si Eduardo Duhalde –con su propio sueño presidencial para 2011– propiciaba “colectoras” en la provincia para arruinar más a los Kirchner y, de paso, controlar a De Narváez, quien se le disparó como un sputnik en los últimos dos meses: de dirigente secundario pasó a ser figura nacional, protagonista al que el propio Néstor desea castigar –lo recuerdan con una carpetita en la mano diciendo: “Con este material lo voy a sacar de la cancha” (¿sería la investigación sobre la efedrina?)–, y con el cual casi no puede convivir Mauricio Macri y, mucho menos, Felipe Solá. Es vieja la historia del espacio vital.
Para todos, este último divorcio es inminente. Como la progresiva separación de Macri de Gabriela Michetti, ya que el estilo Béliz de la dama irrita y, en consecuencia, se les asigna nulo destino a los ministros Naradovsky y Montenegro. En tiempos de sondeos, importan los números: Alfonsín da mucho mejor que Stolbizer, pero va segundo; Solá no le suma a De Narváez; Kirchner le resta a Scioli, por no hablar de los intendentes que padecen al ex mandatario como mochila. Pasajeros fenómenos del universo electoral que encontrarán sedimento después del 28 de junio. Al revés de acontecimientos económicos clave que pueden surgir antes de esa fecha. Pero ni los empresarios reunidos saben lo que en ese período puede ocurrir.