Me obsesiona la edad de los seres de los que es difícil averiguar su edad. Esto excluye a las personas, de quienes valiéndose de la buena educación uno siempre es capaz de saber cuántos años tiene –si es que eso puede tener algún interés, cosa que en general no lo tiene. ¿Cuánto vive un cocodrilo? ¿Es verdad que las mariposas viven solo 24 horas? (Respondo a las preguntas que yo mismo me hago porque detesto el misterio: los cocodrilos pueden vivir entre 50 y 120 años, y las mariposas pueden vivir desde una semana hasta seis o nueve meses, dependiendo de su tamaño: las más chicas viven menos y las más grandes más: el mundo de las mariposas es hermoso porque es previsible). Pero con respecto a los árboles, que al parecer tienen en común con los animales la ausencia de alma, ocurre algo inusual, y es que solo es posible averiguar su edad cuando están muertos, es decir, cuando habiendo sido talados y derribados uno puede contar los anillos concéntricos de sus troncos –cosa que hasta hace poco pensaba que era una mentira común, como la de las mariposas que solo viven un día. Gracias a la piratería pude tener acceso a un libro publicado el año pasado en España: Escrito en los árboles. La historia del mundo contada en anillos, de Valerie Trouet (Crítica).
Los historiadores y sociólogos tratan de estudiar la interacción entre el ser humano y el ambiente, pero otros se dedican a estudiar en los archivos naturales: buscan patrones de depósito de polen sobre el cuerpo de los polinizadores; controlan la aceleración del deshielo de los glaciares y andan detrás de otras huellas que los llevan a comprobar que en nuestro planeta las cosas cambiaron. Valerie Trouet es belga y profesora en el Laboratory of Tree-Ring Research en la Universidad de Arizona (en ningún lado consta su edad: Valerie quiere conocer la edad de los árboles pero no quiere que nadie sepa la suya), y en este libro cuenta cómo nació la ciencia que ella estudia, la dendrocronología, y qué nos permitió comprender esa ciencia. Es una obra de divulgación, como todas las obras científicas a las que alguien como yo puede tener acceso, lo que quiere decir que su lectura es amena –que es la palabra que usamos los lectores para describir algo que se lee sin interrupciones, yendo hacia adelante, avanzando cada vez más velozmente hasta el final. Trouet cuenta algo que yo desconocía, esto es, cómo se cuentan los anillos de un árbol, es decir, de qué modo se cruzan los datos obtenidos de árboles vivos, muertos, madera encontrada en sitios arqueológicos y fósiles, para obtener datos acerca de la temperatura terrestre pasada, un conocimiento que permite, en ciertas zonas, remontarse a diez mil años atrás, al final de la Edad de Hielo, es decir, cuando ocurrieron una serie de eventos muy importantes para la vida tal como la conocemos hoy en día. La confrontación de muestras hizo que la dendrocronología jugara un papel fundamental para comprender la responsabilidad humana en el cambio climático. O sea algo que ya sabemos, pero que la ciencia tiene la obligación de comprobar incansablemente.
La naturaleza (esa asesina serial, la definió alguien) se mueve de modos insólitos. Los árboles fueron el modelo para otros materiales de expansión lenta, como las estalagmitas y el caparazón de ciertos moluscos. Pero sobre todo Trouet demuestra de qué modo una técnica de observación (perseverante y paciente, como la de los ladrones de bancos) puede descifrar el lenguaje de aquellas cosas que parecen no estar muy preocupadas por comunicarse con nosotros.