COLUMNISTAS
haga patria, mate a un periodista

La épica de la cobardía

Hay que alinearse. Acá, porque si no te diste cuenta estamos en guerra, ¿viste?, o sos de Clarín o sos del Gobierno. Y si no sos de ninguno de los dos, no sos.

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Hay que alinearse.

Acá, porque si no te diste cuenta estamos en guerra, ¿viste?, o sos de Clarín o sos del Gobierno.

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Y si no sos de ninguno de los dos, no sos: te hacés el neutral y habrá que ver para perjudicar a cuál de ellos habrás establecido tu supuesta imparcialidad, maricona y oportunista.

Hoy, el libre albedrío es un PH antiguo, muy lindo, che, justo en medio de dos fornidas torres gemelas. Está bueno, un chiche, conserva unos cuantos detalles de categoría y tendría excelentes posibilidades de reciclaje, pero como casi no le da la luz pierde su encanto. Está mal ubicado. Más bien desubicado como chupete en el tujes.

Una de cal y una de arena, tremenda taradez en tiempos de cal viva. Sí, la que quema.

Patria o medios.

Locura total.

El jueves pasado, al salir de la radio, Fernando Bravo soportó no sin epidérmica inquietud (cagazo, digamos) los insultos de distintos grupos de movilizados a la marcha promovida por el Gobierno con todo el poder de los medios oficialistas para exigirle a la Justicia que le dé vía libre a la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Hijo de puta. Chorro. Mentiroso. Gorila.

Se supone que esos pibes reivindican las gloriosas luchas de los 70. Se ve que ni idea tienen de lo que es un enemigo.

Guerrilla fácil y sin costos.

Anonimato infantil y peligroso.

Epica cobarde.

Haga patria, mate a un periodista. (¿Sabrán estos adoradores del fracaso lo que fue la Alianza Libertadora Nacionalista?)

Bravo salió solo, caminando y sabiendo que cualquiera sabe quién es, cómo se llama, de qué trabaja desde Alta tensión para acá. A su paso no sólo había gente pasada de rosca. También afiches pegados sin permiso y pagados sin factura en las carteleras públicas, escrachando a una docena de periodistas que trabajan en el Grupo Clarín y tampoco necesitan que se los mencione por su nombre en letras de molde, ya que sus rostros son marcas registradas.

Nadie se animó a firmar esos carteles.En 6, 7, 8, el suceso televisivo de Canal 7 hecho por militantes pagos con plata de los impuestos que garpan todos y con formato copiado de los que hicieron famosos a Mauro Viale y Chiche Gelblung, sugirieron la idea de que habían sido impresos por Clarín para victimizarse. Nadie explicó por qué muchísimos de los movilizados a Tribunales para bramar con todo derecho por la Ley de Medios los llevaban de pancartas. ¿Será que los servicios de inteligencia de Magnetto y Ernestina ya están infiltrándose en las “organizaciones libres del pueblo”?

Cualquiera puede indigestarse si se le da la gana con lo que digan Santo Biasatti, María Laura Santillán, Marcelo Bonelli, Eduardo van der Kooy, Nelson Castro, Ricardo Kirschbaum, Joaquín Morales Solá, Gustavo Sylvestre, Daniel Santoro, Ernesto Tenembaum, Marcelo Zlotogwiazda o Edgardo Alfano. Pero, al menos, no debería pasarse por alto que lo que ellos dicen lo hacen mirando a cámara, poniéndole la firma e, incluso, dejando su casilla de mail para que quien lo desee deje su comentario, por más crítico o amenazantemente anónimo que sea el mensaje. No los convertiremos aquí en héroes por eso. Claro que transformarlos por eso mismo en blancos móviles suena a demasiado.

Aunque no por unanimidad, que así de polarizados estamos, el Foro del Periodismo Argentino trató de “prácticas de señalamiento fascistas” a esos afiches. Indicó también FOPEA: “La caza de brujas sobre periodistas es una amenaza a la libertad de expresión y puede derivar en situaciones muy peligrosas, algo que terminará afectando a la democracia argentina y a toda la ciudadanía”.

Todo ese costo lo pagan Cristina y Néstor Kirchner. Nadie más que ellos, autoridades electas, promueve esos ridículos métodos de combate. Tal vez sería deseable que alguien como Estela de Carlotto llamara a sosiego y pusiera tanto énfasis en condenar estas prácticas dignas de archivo como en esclarecer de una buena vez el Caso Noble.

Sería imperdonable resolver el pasado con más pasado.