No siempre, pero conviene desconfiar de las contratapas, y sobre todo de las citas de autoridad y recomendaciones de las contratapas de los libros. Por lo general son opiniones sacadas de contexto o gentiles favores de un amigo escritor a otro. Lo que no está necesariamente mal, teniendo en cuenta otras estrategias de promoción literaria (publicidades encubiertas, entrevistas arregladas, premios literarios). Hay, por ejemplo, un escritor argentino que viene repitiendo en todas las ediciones de sus libros una cita escueta y austeramente favorable de Roberto Bolaño –y quién le va a discutir algo, ahora que el chileno es considerado el mayor autor latinoamericano de la última década, y se encuentra convenientemente muerto.
El último libro de cuentos de la canadiense Alice Munro (Ontario, 1932), Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio, trae una exultante recomendación de Jonathan Franzen: “El descubrimiento de alguien como Munro supuso para mí una conmoción. En mi opinión, es quien mejor escribe en América del Norte hoy en día”. Franzen no es dado a los elogios gratuitos: ¿cuán cierta será la cita? ¿Qué hacer en estos casos? ¿Comprar el libro a ciegas, o huir como de la peste? Con los autores conviene hacer como con los autos: primero un análisis general, luego un vistazo más detallado, no olvidar nunca tirarse al piso y mirar el suelo y el chasis por dentro. Ver la tapa, la editorial a cargo de la edición, abrir el ejemplar en cualquier página y ensayar una lectura al azar. “Eran dos seres sin campo intermedio, nada que separase la cortesía formal de la intimidad devoradora”. Nada mal. Otra: “La voz de Kitty salta ahora, como un pájaro en un cable”. Una rápida mirada al autor de la traducción al castellano: Marcelo Cohen. Todo parece en orden.
El lugar común de la prensa literaria gusta de llamar a Munro “la Chejov canadiense”. Algo que, a esta altura, con la legión de imitadores (algunos buenos, tantos malos) del escritor ruso no quiere decir mucho. Mejor sería ubicarla en la tradición de narradoras de la familiaridad, la domesticidad, la vida en pueblos y suburbios retirados donde lo ominoso siempre está al acecho: Katherine Mansfield, Flannery O’Connor, Carson Mc Cullers. Mejor aún, John Cheever: pero un Cheever atravesado por la fantasía, la neurosis, la imaginería femenina.
Si bien Munro escribe desde que era adolescente, cuando tenía poco más de veinte años ya estaba casada y con tres hijos. Publicó su primer libro de cuentos en 1968, pero recién a los 45 años, luego de una agobiante vida familiar (que atraviesa buena parte de su obra), pudo dedicarse de lleno a la literatura. Y lo bien que hizo: escribió una novela y una decena de volúmenes de relatos que le valieron, entre muchas distinciones, nada menos que tres premios Booker. Los cuentos de este último libro, publicado en inglés en 2001, son novelas condensadas, universos ficcionales que pueden recorrer sin dificultad una vida o la de varias generaciones en apenas veinte o treinta páginas. Munro dijo alguna vez que cuando empezaba sus historias creía que iban a convertirse en novelas, pero luego adoptaban la forma del relato. Mejor: en la mayoría de los casos no les falta ni les sobra una palabra. Desde hace años, además, la escritora (hoy de 77 años) amenaza con retirarse. No hay que creerle: para agosto de 2009 ya está anunciado su nuevo libro de cuentos, Too much happiness.