La sentencia contra Leopoldo López, líder opositor de Venezuela, avergüenza a la civilización y a los más elementales conceptos de la democracia latinoamericana. Amnistía Internacional, ex presidentes, líderes políticos, legisladores y organismos de derechos humanos han protestado por la ridícula condena a 13 años y 9 meses de prisión dictada por empleados de la dictadura venezolana que trabajan en lo que llaman la “Justicia” en ese país. Las acusaciones son instigación al desorden público, asociación para delinquir, incendio intencional y daños a la propiedad pública ocurridos durante las protestas de febrero del año pasado en Caracas, cuando los sicarios del gobierno asesinaron a 44 personas y dejaron heridos a cientos de manifestantes. Las dictaduras militares actuaron siempre del mismo modo: culparon de sus crímenes a los opositores y los persiguieron por ellos.
Los gobiernos fascistoides del continente han respaldado este atropello a los derechos humanos invocando la autodeterminación de los pueblos, siguiendo los pasos de quienes defendieron las masacres de Hitler, Mussolini, Franco, y el canibalismo del mariscal de campo Idi Amin Dada y del emperador Bokassa, argumentando que no intervenían en los asuntos internos de otros países.
Las fuerzas amadas de Venezuela integran legalmente el “partido de gobierno”. Se perpetúan en el poder organizando elecciones fraudulentas en las que la oposición no tiene libertad para competir, se abusa de los medios controlados por la dictadura y se coacciona a los electores con un uso tramposo del voto electrónico. Los militares atropellan los derechos humanos, persiguen a la oposición, asesinan manifestantes y destruyen a la prensa independiente. Caracas es una de las dos ciudades más inseguras del mundo, con un promedio de 25 mil homicidios por año. El país tiene el récord mundial de inflación, no hay comida, ni papel ni agua. Sólo violencia y corrupción. Nadie sale a la calle después de las seis de la tarde por el miedo a la delincuencia. Las FF.AA. controlan todo: las empresas estatizadas, los ministerios más poderosos y once gobernaciones. Los tres últimos ministros de Defensa son gobernadores elegidos, en un país en el que los militares se imponen por la fuerza. El general Miguel Rodríguez Torres, ministro del Interior, usa la Inteligencia para perseguir a la oposición. El capitán Diosdado Cabello preside la Asamblea Nacional, el teniente Pedro Carreño el bloque chavista, y el principal canal es la Televisión de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. Mezcla paranoica de la mentalidad de Duvalier y la brutalidad de Pinochet, Maduro habla con pajaritos, imagina complots, se disfraza de militar y duerme en la tumba de un coronel.
La producción de petróleo bajó el 25% pero los militares han manejado una riqueza fabulosa por el incremento de los precios del combustible. Mientras en el período democrático el barril de petróleo se vendía a ocho dólares, durante la “fiesta bolivariana” llegó hasta los 120. Con los ingresos petroleros venezolanos de cinco
días se podría pagar toda la deuda de los holdouts que conmueve a la Argentina.
Durante el siglo pasado, estábamos poco informados, los medios de comunicación no se habían desarrollado y, en nuestra ignorancia, muchos simpatizamos con el comunismo ruso, el chino, el coreano o los desconocidos socialismos nacionales de Africa y Medio Oriente. En Occidente hay quienes se dicen progresistas y apoyan a la teocracia oscurantista de Irán y a las tiranías tropicales hispanoamericanas, sin que puedan esgrimir el pretexto de la ignorancia. Quienes combatimos a los gobiernos militares en el continente y aprendimos el valor de la democracia no podemos callarnos frente a los repetidos atropellos de los militares venezolanos y la condena de Leopoldo López. Deberíamos hacer algo mejor que las declaraciones insulsas de la OEA.
*Profesor de la GWU, miembro del Club Político Argentino.