El pueblo mapuche y Alemania disputan la final en 1942, en medio de la Segunda Guerra Mundial. En una época en la que ese conflicto había dejado al fútbol sin mundiales y casi sin competencias internacionales, en la Patagonia se juega un torneo improvisado, “el mundial olvidado” entre selecciones de países que por diferentes circunstancias se encontraban allí.
Ocho equipos en total: uno alemán compuesto por ingenieros que habían llegado para instalar la primera línea telefónica transoceánica; uno argentino en el que jugaban obreros locales; el polaco, compuesto por sacerdotes; Francia era un combinado de intelectuales que, como no llegaban a once, había sumado tres chilenos; España juntó a los almaceneros del lugar; Paraguay estuvo representado por veteranos de guerra en el conflicto con Bolivia; Inglaterra, por obreros del ferrocarril; y los mapuches, que estaban allí porque ese era su territorio desde antes de que existieran Chile y Argentina.
La cancha no se parecía en nada a los estadios de los mundiales anteriores. Todo era más rudimentario: tres terrenos raleados a machetazo limpio, con arcos improvisados que medían casi 10 metros de largo y no tenían redes. El árbitro del torneo era William Bret Cassidy, hijo del ladrón de trenes y bancos estadounidense Butch Cassidy, que se había establecido en Argentina tras huir de Estados Unidos. Como no tenía silbato, William Cassidy marcaba las faltas con disparos al aire.
Hay muchas más historias y muchos más datos –como el cuerpo encontrado de Sandrini, el fotógrafo oficial; el arquero mapuche que hipnotizaba a los rivales, o el cartelito encontrado en una pulpería que daba evidencias históricas de ese torneo: “8 de noviembre de 1942, Barda del Medio. Partido inaugural de la Copa del Mundo de fútbol Italia-Royal Patagonia”– pero, como escribió Osvaldo Soriano, “la memoria escrita por mi tío flaquea y tal vez confunde aquellos acontecimientos olvidados”. Casimiro, el tío de Soriano, fue el juez de línea en la final entre mapuches y alemanes.
Pero, en rigor, nada de esto sucedió. Este delirio, este torneo distópico, solo ocurrió en la imaginación de Soriano, que lo publicó en 1993 con el título El hijo de Butch Cassidy. Años más tarde, en 2011, los directores italianos Lorenzo Garzella y Filippo Macelloni lo convirtieron en un falso documental, El Mundial olvidado. En aquellas semanas, medios de todo el mundo publicaron la noticia como real: como si el torneo de verdad hubiese existido. Sea como sea, Soriano contó que la selección mapuche ganó una final en la que “ocurrieron cosas tan extrañas como que se jugó sin descanso durante un día y una noche, los arcos y la pelota desaparecieron y el temerario hijo de Butch Cassidy despojó a Italia de todos sus títulos”. Lo que no contó Soriano, porque no tenía manera de saberlo, es que casi tres décadas después de aquel cuento algunos delirios parecidos a estos –no necesariamente deportivos– iban a ser “noticias” recurrentes en los principales diarios, radios y programas de televisión.