El anuncio de la llegada de Obama el 23 y 24 de marzo, la visita la semana pasada del jefe de gobierno de Italia, Matteo Renzi, y la próxima del de Francia, François Hollande, pueden crear la falsa impresión de que no precisamos más de China ni preocuparnos por la suerte de Brasil. En la recepción que Renzi ofreció en la Embajada de Italia, uno de los principales empresarios italoargentinos dijo que estaba cansado del Mercosur y de las asociaciones económicas con países no centrales, y que iba a enfocar los esfuerzos de su empresa hacia el mercado europeo y México (que por el Nafta es lo mismo que decir Norteamérica).
Algo similar pasó en la década del 90 cuando, envalentonado con el uno a uno, parte del círculo rojo argentino despreciaba a Brasil, China o Rusia. Aún los Brics no se habían formulado como categoría ni India estaba en el mapa de las potencias mundiales.
En la Argentina actual, la certeza de que lloverán dólares tras una solución favorable del conflicto con los holdouts –que alimentó la decisión de este viernes del juez Griesa– crea nuevamente una sensación de superioridad, un revival de omnipotencia argentina, convencida de ser naturalmente parte del Primer Mundo, y otra vez puede distorsionar nuestra visión de la realidad. Francia e Italia son economías, real o potencialmente, según se lo quiera medir, más chicas que la de Brasil. Ni que hablar con respecto a la economía de China, a la que sólo se compara con la de Estados Unidos. Y aunque ahora China está creciendo menos, siempre crece proporcionalmente por arriba de Estados Unidos, lo que proyecta un futuro aún más favorable.
Así como fue un error del kirchnerismo privilegiar la relación con China y con Brasil por sobre la relación con Estados Unidos y Europa, sería nuevamente una falsa opción creer que para tener una buena relación con Estados Unidos y Europa se precisa reducir la intensidad de la relación con los países Brics y dentro de ellos especialmente con China y Brasil, los dos más importantes y complementarios para la Argentina.
Diez países tienen un producto bruto mayor a dos mil millones de dólares, pero sólo hay otros dos países además de Estados Unidos que tienen –conjuntamente– más de 200 millones de habitantes y un territorio de más de 10 millones de kilómetros cuadrados: China y Brasil. Recursos geográficos y humanos que son la base del crecimiento de la economía.
En Brasil se habla de la “sentimentalización de las relaciones asimétricas” para describir el paternalismo de los grandes terratenientes del nordeste pobre de Brasil, que consiguen el afecto de sus trabajadores casi esclavizados por el efecto de una colonización cultural que naturaliza esa asimetría. Otra forma de “sentimentalización de las relaciones asimétricas” sería lo opuesto: odiar al más poderoso simplemente porque es más poderoso, sentimentalización negativa que tanto afectó la imagen de Estados Unidos en Latinoamérica y que llevó a los populismos de la región a ganar aprobación al hacer ostensibles gestos de destrato a los Estados Unidos. Como el kirchnerismo hizo de esa sentimentalización negativa una bandera, sobreactuando su distanciamiento con el Primer Mundo, ahora el PRO corre riesgo de tentarse de hacer lo opuesto usando también electoralmente la política internacional, que debería ser siempre una cuestión de Estado.
La sociedad argentina asistió los últimos dos años a una crítica constante de la oposición al kirchnerismo sobre los acuerdos que el gobierno de Cristina Kirchner construía con China.
Al ser China la tabla de salvación de Kicillof con los swaps que engordaron las reservas del Banco Central y ser prácticamente el único inversor en infraestructura –porque era el único proveedor de crédito en gran escala a la Argentina–, se produjo una asociación China = K en el inconsciente colectivo, tan tóxica como si se siguiera asociando EE.UU. = golpe o dictadura.
No son pocos los argentinos que, habiendo asistido a denuncias que le asignan al observatorio astronómico chino en Neuquén ser el disfraz de una sofisticada base militar, o de que se traen obreros chinos esclavizados para instalar hasta vagones de subte o ferrocarril, se formaron una idea tan negativa de China como en las generaciones anteriores generó el cine de posguerra de Hollywood mostrando a los japoneses como enemigos del bien.
Usufructuar políticamente esa simplificación de la población que no tiene acceso o interés por los temas serios de política internacional y retroalimentarla es otra forma de populismo, aunque en sentido contrario, y es una frivolización del servicio público para el que fueron elegidos los gobernantes.
No hay que hacer kirchnerismo a la inversa. Hay que aprovechar la estrecha relación construida por el kirchnerismo con China porque es el mayor productor de infraestructura mundial y el mayor consumidor de nuestras materias primas, y hay que recuperar la relación abandonada con Estados Unidos y Europa.
También hay que aprovechar la alianza con Brasil que, como China, sufre un enfriamiento de su economía, aunque en proporciones muy diferentes. Ambos tienen territorios y poblaciones para ser potencias mundiales permanentes más allá de la coyuntura.