Me pregunto con qué finalidad se hace una convocatoria de 26 jugadores, si es tan sólo para reducirla, apenas unos días después, a la lista de 23 que será definitiva. ¿Por qué no esperar un poco y dar directamente la nómina final? Como desconozco si existe alguna obligatoriedad reglamentaria, no puedo explicarlo sino de esta forma: como una perversión. Es el rito sádico de cada inminencia de mundial. Hay tres jugadores cuyos nombres son inscriptos nada más que para de inmediato proceder a tacharlos; se los incluye para poder excluirlos, solamente para eso.
No me refiero a los jugadores que no van, aquellos a los que no se convoca (por ejemplo, Tevez). Me refiero a los que son convocados faltando dos o tres semanas para el Mundial, pero se verán casi enseguida desafectados (hasta la palabra es cruel: se los está afectando, y mucho; pero se dice así: “desafectar”). Esos jugadores llegan a estar en el umbral del sitio más deseado; se conciben ya ineludiblemente adentro; se ven ahí, lo paladean, se prueban imaginariamente la pilcha, practican en secreto su portuñol. Y en el último instante, zas, ya no están más.
A Maradona le pasó en el ‘78, como sabemos, y su carrera fue exitosa igual. Pero lo correcto es pensar en Víctor Bottaniz, lo correcto es pensar en Humberto Bravo. Tal vez el mecanismo tenga una función implícita. Los mundiales son, sin duda alguna, una de las más eficaces máquinas de producción de unanimidad (en nuestro país y en muchos otros, seguramente). Prometen la inclusión más plena, disponen un “todos” tan enfático que parece ser pura inclusión. Pero no existen inclusiones así: ninguna inclusión es tan plena que no esté, a la vez, excluyendo.
Alguien tiene que servir de advertencia al respecto. Esta vez los que sirvieron son los siguientes: Banega, Otamendi y Sosa.
*Escritor.