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La fortaleza de Alberto: su debilidad

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Rodeado. Justo cuando el Presidente atraviesa su momento más bajo de popularidad, sus ministros proponen la reelección. | TÉLAM

Justo cuando Alberto Fernández atraviesa su peor momento e inclusive se habla de dificultades para completar el ciclo constitucional, a una buena parte de sus ministros se le ocurre predicar por la reelección con un mandato de ocho años y de otros ocho para un sucesor eventual, Axel Kicillof. Casi un espectáculo grotesco esparcir esa mancha. Y no es atribuible al mandatario esa ensoñación de perpetuidad: proviene, más bien, de quien lo ungió al poder y no desea que le cuelguen las vestiduras de la herencia, Cristina Fernández de Kirchner, la vicepresidenta. Una especie de Mirtha Legrand de la política, organizando el menú, eligiendo invitados, pero sin aparecer en la pantalla ni en la mesa. Le gustó aquella remanida frase del poder detrás del trono.

Las sucesivas torpezas de Alberto han contribuido a descubrir el miedo escénico de Cristina, el rol protagónico que le correspondería según los libros fundadores. Pero ella no quiere ser lo que ya fue en el pasado, repetirse. La acosa, además, un temor doble: se escandaliza como tantos por los actos y públicas declaraciones incitantes del mandatario, su notorio desgaste ante la sociedad, pero su mayor alerta se acelera cuando le reconoce incontinencia –a pesar de que le pide lo contrario, en términos de oralidad– y le reprocha quizás una conducta anómala en Olivos, en materia de horarios y en su círculo privado, perjudicial inclusive para la salud. 

Nadie ignora que han debido medicar al Presidente, que ahora lo marcan de cerca dos profesionales, pero esos límites no impiden su mínimo apego a las rutinas, a disponer del tiempo en forma extravagante, trasnoches con comunicaciones telefónicas múltiples, depresiones mal embebidas por el resultado de la tómbola de la política, actitudes de soberbia como salir a manejar el auto, solo, para distenderse por Puerto Madero, tomar un helado, o solicitar un churrasco con huevos fritos al despertarse tarde, una mañana, en lugar del café con leche del desayuno.

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Humano como tantos, también se complica en el rubro familiar: la tardía difusión del cumpleaños de su mujer generó situaciones internas explosivas, desde el apartamiento de la rama tintura y peluquería, al bloqueo de ciertas amistades que antes frecuentaban la residencia. Fabiola tampoco disfruta hoy de una situación privilegiada o, en todo caso, no goza del privilegio que antes presumía: está encerrada en Olivos, como si fuera la torre de Londres, atraviesa situaciones difíciles con su pareja y menos puede, en apariencia, utilizar los micrófonos para defenderse. Sea para retratar y cuestionar la influencia de Cristina o replicar los chismorreos internos. El peso de la corona la mantiene cautiva. Sin embargo, la dejaron asistir a Yañez a un acto en Chapadmalal, que incluyó reunión con un delegado papal.

Hay un miedo escénico en Cristina. No quiere ser lo que ya fue, no quiere repetirse

Intocables. Temporaria esta transición con un jefe de Estado indócil que aguarda un resultado electoral dentro de 15 días. También Alberto quiere luego hacer un balance, no solo le corresponde a Cristina ese ejercicio. Ella, es público, demanda un cambio en el entorno presidencial, ganen o pierdan en los comicios, en quien él considera los más fieles (Cafiero, Vitobello, Biondi, Moroni, Olmos). Justo, su nutriente. Para Alberto la etapa electoral finalizará con las generales de noviembre, nada concluye en una quincena. Y si aguarda raspones con Cristina, tampoco le reserva la mejor simpatía a Sergio Massa, al que considera un aprovechador de la crisis. Así lo pregonan sus amigos, un plagio de lo que decía Macri en su administración. 

También podría asegurar que Kicillof no es su contracara del éxito (“me van a echar la culpa a mí si pierden una multitud de votos en La Matanza”) y que el vendedor de intransigencia Máximo Kirchner cultiva solo en la quinta que heredó de su familia. Por lo tanto, eviten de achacarle a él la única responsabilidad del declive y menos a los que les insisten en modificar hábitos, a los cuales no les hace caso.

No parece ayudarlo tampoco su equipo más subalterno. Ejemplos: la ministra Frederic hace un escándalo y viaja al interior con su guardia pretoriana porque le dispararon por error un tiro de 22, parece, a un diputado peronista que Alberto ni conocía. Demasiado fervor ministerial por ese disparo cuando en la Argentina matan gente a cada rato. Actúa Frederic como si los dirigentes políticos merecieran mejor atención oficial que los ciudadanos comunes. Más en un caso de apariencia internista: en Corrientes se quejan de que Cafiero con La Cámpora no cumplieron en la confección de listas los cargos que había prometido. Ni hablar de otra dama, la ministra Vizzotti, quien viaja a Rusia cada vez que importan contingentes de vacunas, no se conoce en el mundo que los ministros vayan y vengan con las encomiendas solo para hacer propaganda y estar siempre en la foto.

La vice percibe el notorio desgaste ante la sociedad que sufre el mandatario

Personalista, caprichoso y soberbio, el solitario Alberto encontró agua al fondo del aljibe: la propia contención de Cristina, quien estará desanimada e irascible con su elegido, pero carece del compromiso necesario para sucederlo, si fuera preciso. Solo les queda a ambos la negociación aunque se aterran de que las urnas les ofrezcan un panorama desolador. 

De ahí que el séquito de Cristina y Alberto reclame la reelección del Presidente en el 2023, no vaya a ser que le endilguen a ella el fracaso. Justo cuando el Presidente dispara cartuchos provocativos acomodando la Justicia a sus términos por el cumpleaños de Olivos o se permite defender sin reservas a una fanática maestra impregnada de kirchnerismo. Es que encontró su fuerza en la debilidad extrema. Igual, en política, todo dura poco.