COLUMNISTAS
una vice furiosa

Entre el error y el delito

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Juntos. El Presidente y Biondi, su vocero, un hombre que concentra el odio tanto de Cristina Kirchner como de Fabiola Yañez. | cedoc

Creyó Alberto Fernández encontrar una redención cuando dijo, ceñudo y compungido, que el escándalo de Olivos fue un “error” en lugar de un delito. No había leído ni los almanaques de su época estudiantil, con frases célebres, en los que siempre aparecían citas de Talleyrand, a quien se le atribuye (también a Fouche, en la pugna por los derechos de autor) esta memorable explicación luego que Napoleón ordenara el asesinato del duque de Enghien: “Fue algo peor que un crimen, fue un ‘error’ imperdonable”. Como se sabe, después de ese salvaje episodio, la imagen y fama del conquistador corso se desmoronó por toda Europa. Aun como “error”, que podría significar negligencia, la Fiscalía que investiga el penúltimo cumpleaños de Fabiola quizás convoque al Presidente a indagatoria apenas se cierren las internas partidarias. Treinta días de espera, por lo menos.

Abrumado por la divulgación de la cena del cumpleaños de su mujer, hace mucho más de un año, Alberto retrocedió en forma poco decorosa, mintiendo. Una sucesión reprobable de equívocos. Volviendo a Tayllerand: “Hay algo más terrible que la calumnia, la verdad”. Esa capitulación se multiplicó por los reproches públicos de Cristina, quien por salvarse de la catástrofe de su elegido, lo increpó e instruyó hasta rebajarlo a una bolita de papel. Patético también lo de la dueña de casa gritándole que ponga orden, que no se ponga nervioso, quitándole el micrófono y él, resignado, agradeciéndole los consejos. Descenso a los infiernos de un mandatario argentino, al cual ahora –por culpa del estrés y la desconsideración general– le han puesto dos médicos para que observen índices cardiológicos y de presión, le recomienden calma, un tipo de vida menos ajetreada y hasta podrían indicarle medicamentos tipo Calmador plus, analgésicos moderados. Es que, adentro de Olivos, se vive con más tensión que afuera. 

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Cristina nunca comulgó con Fabiola como tampoco le gustaba Vilma Ibarra cuando era pareja de Alberto y Néstor se le burlaba llamándola “la paragüita” por su vecino origen familiar. De ahí el bólido más que un libro que publicara como venganza la actual secretaria Legal y Técnica contra la ex presidenta cuando ésta dejó la Casa Rosada. De Fabiola, a la viuda de Kirchner nunca le atrajo su estilo de vida –no precisamente militante–, sus vínculos sociales e inclinaciones. Algo así como rechazaba a Daniel Scioli, amigo de los Pimpinela, de Montaner o el chaqueño Palavecino. Evitaba decirlo al aire. Ahora, tras la exposición de escasa vergüenza presidencial, le encantaría que la primera dama se abstenga de hacer reuniones en Olivos, en todo caso utilice el departamento atribuido al matrimonio Albistur-Tolosa Paz que antes ocupaba Alberto. No parece que a los dueños les satisfaga esa decisión: podrían aconsejar otra locación. Seguramente más amplia que la de Puerto Madero. Pero Fabiola se resiste a cambiar la sede de sus encuentros: yo vivo en Olivos, dicen que dice. Tiene su carácter. Algo así como “no soy Zulema”, recordando a la ex de Carlos Menem que un día la pusieron en la calle manu militari.

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Pleito doméstico para Alberto sumado al político que la furiosa vice aumenta, en apariencia para evitar que se desgranen aún más perspectivas electorales del oficialismo. Y pensar que ella lo designó a Alberto con la esperanza de que él no solo contribuyera al triunfo, sino a preservarlo. Parece que no resulta y, como atajo a cualquier catástrofe, Cristina reclama cambios en el entorno, la partida de dilectos amigos de Alberto. Difícil que esas remociones, si ocurren, se produzcan antes de las PASO. Massa y Máximo Kirchner se hacen los rulos por una eventual repartición de cargos, superministerios que por ejemplo, entusiasman al titular de la Cámara de Diputados. Ella objeta al jefe de Gabinete, Cafiero, también a Julio Vitobello, secretario general de la Presidencia, bajo cuya responsabilidad se filtraron las novedades del cumpleaños de Fabiola. Aunque le sobran empleados, no parece que el área fuera eficiente y en el Patria imaginan cierta permisividad para la intriga de militares. Algo semejante a lo que ocurrió con el gobernante matrimonio K, cuando un día apareció un intruso en la residencia de Olivos ante la señora que se ocupaba de cuidar a Florencia, sin saber nadie cómo había entrado. Se cargó de espíritu conspirativo Néstor, ya que en esos tiempos también había tenido problemas con dos vuelos. Más allá de los temores, luego se descubrió que el intruso era un arriesgado amante de una empleada. Tampoco hay que olvidarse de Antonini Wilson, el hombre con las valijas de dólares de Venezuela, que estuvo con Maduro y se olvidaron de registrarlo. Detalles de la intimidad presidencial.

 Otro que figura en la nómina a despedir por Cristina es Juan Pablo Biondi, un prensero que se ganó el corazón de Alberto, dueño de secretos y que dispone de una condición doble: lo odian con la misma intensidad la vicepresidenta y Fabiola, una impensable conjunción de intereses en su contra. Raro descubrir la llave de esa unidad femenina. Hay otros nominados en el gran hermano (tal vez el jefe de asesores Olmos y el ministro de Trabajo Moroni), pero aún en su docilidad Alberto se niega a despojarse de amistades confiables. Por razones personales y, obvio, por el vacío al que sería sometido en el futuro con un equipo hablando en directo con Cristina y con él en delay. De ahí que, con cierta desesperación, convocó a la primera reunión de gabinete en su mandato, para ver si se esconde en la multitud y que la balacera se disperse en otros funcionarios. Pero el Presidente ha tragado tanta agua al sumergirse que aún no se recupera con ningún boca a boca.