Cristina fue la primera en advertir la naturaleza del escándalo: hace más de una semana, en una visita a su Instituto Patria, confesó el placer que la inundaba regresar al lugar que “más quería, después de un año y medio de encierro”. Traducción: yo respeté el decreto del cautiverio, no tengo nada que ver con lo que sucedió en Olivos aquella noche aciaga en que Fabiola festejó su cumpleaños 39 con una ristra de amigos, en medio de una rígida cuarentena que había impuesto el Presidente, su propia pareja e invitado principal. “Tampoco estuve en otras reuniones”, podría haber dicho. Precavida, debía creer que estaba a salvo de la espiral fulminante que ha perforado al Gobierno en la última semana, inmune tal vez a la catástrofe política de Alberto y su séquito de peluquería.
De ahí que, para restaurar el obvio declive en la campaña electoral y, de paso, proteger a su tambaleante elegido, pidió –es una forma de decir– protagonizar un acto en Lomas de Zamora que convocaba Martín Insaurralde, el alcalde bonaerense que se ha negado a reemplazar a Santiago Cafiero como jefe de Gabinete. Nadie había pensado convocarla a la presentación, la suponían por encima del rescate de un controvertido plan para madres, pero además de invitarse por su cuenta y riesgo para dirigir el proselitismo, ella llegó en auto y acompañada por Andrés Larroque, ministro bonaerense reputado como El Cuervo por simpatía a San Lorenzo y no al “el visitante que llegó al cuarto de quien estaba inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia” (Edgar Alan Poe).
Ese aterrizaje conjunto hizo imaginar que Cristina abordaría en su disertación el penoso litigio del Gobierno con planeros y varios grupos sociales (léase Navarro, Pérsico, etc.), núcleo disconforme con el reparto de fondos que incrementaron su movilización para aumentar subsidios que consideran escasos. Parte de esa guerra alcanzó un pico en la misma semana: hubo alboroto entre Juan Grabois, un publicitado hombre de Dios como se reconocen otros dirigentes del mismo tipo, y Máximo Kirchner, apenas un heredero de mínimo poder temporal. Alguien, en el medio de la disputa, protestó: “Se quieren quedar con todo”.
Para restaurar el obvio declive de la campaña, pidió protagonizar el acto en Lomas
Transcurren duros días para el vástago familiar: también tuvo que resistir una batalla adicional con Facundo Moyano, alguien que alguna vez pareció cercano a su hermana Florencia como patrocinador cinematográfico, diputado que acaba de resignar su sinecura oficialista para cruzar la frontera de la conciliación y, junto a sus hermanos y padre, han decidido empezar la larga marcha contra la Casa Rosada. No es la primera vez. Se sienten traicionados por promesas incumplidas, una de ellas la coparticipación del gremio del peaje en la probable nacionalizacion de dos Autopistas (Panamericana y del Oeste). En ese encuentro, también alguien profirió: “Se quieren quedar con todo”.
Desvío. Pero esos temas quedaron reservados para otra oportunidad: Cristina se lanzó a divulgar un gráfico, semejante a las filminas de Alberto en la pandemia, que revela la responsabilidad de la administración Macri en la deuda externa. Basado en informes del Banco Central y no en la Secretaría de Finanzas y en la certeza de que en Economía, como en el Derecho, siempre hay por lo menos dos bibliotecas. Su nueva prioridad electoral es económica, traslada culpas de inflación y desconfianza al macrismo y, de ese modo, se apresta a soslayar la abrumadora presión que se desató sobre Alberto & Cía por la aparición de fotografías cholulas y listas de invitados a Olivos durante la cuarentena. Donde, hasta ahora, solo resonaban gritos de Fabiola por las furiosas mordidas del perro Dylan a otro preferido por la primera dama.
Desde que anteayer Alberto le encajó la responsabilidad a su mujer por la fiesta de cumpleaños en la que participó, acto que en el sistema penitenciario se califica como propio de un “buche”, se supone que otro tipo de alaridos habrán de escucharse. Pero, como dice el “todoterreno” Aníbal Fernández, debe ser mejor esa impropia denuncia pública sobre Fabiola que “cagarla a trompadas”. Cada uno tiene sus inclinaciones éticas.
Pero ni esa disculpa peculiar del hombre siempre al acecho de un ministerio parece despegarlo al Presidente de ese festejo con estilistas, tinturas y coloristas, tertulias acomodadas a su forma de ser y justo en los días en que se declara el Che Fernández inconcluso, el Nureyev que no dio la talla o el monologuista hamletiano del ser o no ser. Quizás el rasgo más definido de su personalidad, con la calavera en la mano. Hombre entonces de múltiples facetas, desconocidas en sus más de 60 años que, en cambio, solo trasciende por mentir y desmentir, como su Cafiero dilecto. O por investigar a los infieles que desplegaron testimonios de sus invitados a Olivos, gente más de su entorno que de la oposición.
Quiere que el Presidente tenga viva la memoria de que ella es imprescindible
Apelando a remedios para sosegarse y a cierta egolatría del cargo, Alberto se rebela contra el consejo cristinista: suspender los actos de campaña, también las audiencias televisivas o radiales, no acudas a la improvisación y, menos en estos momentos de nerviosismo, no hables. Justo a él, que de la lengua se hizo un experto.
Ahora Cristina se inquieta por cierta indocilidad a su asesoría o mandato, el hombre se le volvió incontrolable. Y ella solo pretende cubrirlo. Tampoco puede apelar a Sergio Massa: el siempre listo hasta se borró de la cena con el uruguayo Lacalle Pou. Un hervidero para el desobediente mandatario que, además, lo acucian con amenazas de juicios: no parece incomodarse con el político de la oposición, más bien se altera por la probable acción de particulares que se han damnificados por la vulneración presidencial a su propio decreto sobre el covid.
Mientras, Cristina desearía que despidan a todo el personal adjunto a Fabiola –ya la tiraron al mar a la amiga del alma, Silvia Pacchi, la pareja del taiwanés proveedor del Estado– y le recuerda a Alberto que mantenga viva la memoria de su imprescindibilidad en el dúo. En su último discurso se quejó porque la suprimieron en una fotografía publicitaria que conmemoró el triunfo de la pareja hace casi dos años. No le gusta, como a una prima dona, que la aparten del elenco. Agradeció a La Cámpora por señalarle la ausencia suya en la instantánea, aunque no mencionó que en la foto estaban el titular de la agrupación, el zarandeado Máximo, también sus preferidos Axel Kicillof, Wado de Pedro y hasta el Cuervo Larroque. Hasta ellos se la olvidaron a ella. Pecado.